Diario de Ibiza

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Memoria de la isla

Iboshim, ciudad oculta

La arquitectura fenicio-púnica responde a una típica cultura de asentamiento, en la que la topografía del suelo elegido y su proximidad al mar son elementos fundamentales del característico paisaje púnico: islotes o promontorios frente a un espejo de agua para el amarre de sus barcos. Es el caso en Ibiza de sa Caleta y del Puig de Vila

Fascinante entrada, metáfora de lo que Ibiza esconde.

Aunque es imposible rescatar una ciudad que ya no existe, no nos resistimos a la tentación de imaginarla. Las arquitecturas fenicio-púnicas salen mal paradas si las comparamos con las egipcias, griegas y romanas. Los cartagineses tenían magníficos constructores, pero vivían para el comercio, no para pasar a la posteridad. La desmesura de las pirámides, la teatralidad de los templos griegos y la grandeza y solidez de los circos, anfiteatros y acueductos romanos, buscaban dar una imagen de poder y provocar asombro. Las púnicas, en cambio, no pretendían aparentar ni tampoco durar; más bien respondían a dos premisas que definían una forma de hacer y de vivir: pragmatismo y provisionalidad. Aunque construyeron un imperio y pusieron en jaque a Roma, su lucha, más que por el poder, lo motivó conseguir el control comercial en el Mediterráneo.

De su capacidad constructiva, en cualquier caso, no podemos dudar. El templo de Salomón en Jerusalén lo levantaron obreros especializados de Tiro, una ciudad que los textos bíblicos, por su magnificencia y sus riquezas, sus murallas y sus casas suntuosas, describían como «una obra maestra y de acabada hermosura» (Ezequiel, 26-27). Y arquitectura asimismo excepcional fue la de Cartago, con sus 400.000 habitantes, sus dos puertos, su triple muralla que alcanzaba los 17 metros de altura, sus edificios públicos, palacios y jardines. Y no hace falta acudir al hiperbólico Flauvert de Salambó, cuando la historia supera la ficción queel escritor no hace de la metrópoli africana. Appiano se hace lenguas de las lujosas mansiones del barrio de Megara y se sorprende de las 6 y 7 alturas de sus edificios. Pero no nos engañemos, Tiro y Cartago son excepciones. La verdad es que un breve recorrido por los enclaves fenicio-púnicos, Mozia, Solunto, Cagliari, Nora, Sulcis, Tharros, Olbia, Sexi, Gadir, etc., nos descubre principalmente factorías, estaciones de tránsito y aprovisionamiento que tienen, con sus almacenes, talleres y astilleros, un objetivo principalmente comercial y, en su caso, de apoyo militar. Podríamos decir que los púnicos en ningún momento pierden el espíritu nómada de sus ancestros que navegaban el desierto con sus camellos, como cabalgaron después el mar con sus hippos y trirremes.

Piedra sobre piedra romana

Cartago nos hubiera dado su mejor arquitectura, pero los romanos no dejaron piedra sobre piedra. Y las otras ciudades, por su habitación ininterrumpida de un mismo solar, han quedado enterradas, ocultas debajo de las ciudades nuevas. Es el precioso subsuelo histórico que al primer golpe de pico aflora en Ibiza. En los lugares más imprevisibles aparecen vestigios de explotaciones agrícolas, almacenes, alfares, talleres o pequeños establecimientos en los que, como en el Canal d’en Martí, se obtenía el tinte púrpura a partir del murex (nuestro cornet). Esta Iboshim desvanecida por el tiempo hace muy difícil saber cómo fue la ciudad. Todo lo que podemos hacer es buscar ayuda en algunos testimonios que de ella nos den alguna noticia.

Filippo Bondi, en su estudio de la arquitectura púnica publicado en Los Fenicios de Sabatino Moscati, nos deja una afirmación contundente: «Iboshim fue en Iberia la mayor colonia cartaginesa», una plaza de primer orden en su tiempo. Recordemos, asimismo, las noticias de Diodoro Sículo: «Cuando las naves dejan Cerdeña y aproan al SW, aparece la isla llamada Pitiüsa por sus muchos pinos. Con el tamaño de Córcega, sus lanas son excelentes y en sus tierras se cultiva viñas y olivos. Su ciudad, Ebesos, colonia de Cartago, tiene puertos importantes, formidables murallas y un gran número de casas bien construidas. Está habitada por toda clase de extranjeros, pero la habitan sobre todo fenicios». (Historicon Bibliotheke, V,16-18). Y Plinio nos regala un apunte tangencial, pero curioso: «Ebesos tiene, junto a Marruecos, los higos mejores y más grandes. Maduros, desprenden lágrimas de leche y miel. Su tacto es suave y, exquisitos cuando están secos, los guardan en cajas». Son nuestras apreciadas xereques que con toda seguridad exportaban. Recuerdo ahora a un buen amigo, J.D., que cuando los comía decía lo mismo que Plinio: ¡Això és mel!

De nuestra ciudad nos dice Tito Livio que después de vencer a Asdrubal en Baécula, Cneo Escipión hiberna con su potente flota en Tarragona el 217 aC., y «navega a la isla de Ebusus donde, después de dos días de fuertes ataques, no consigue tomar la ciudad y tiene que conformarse con saquear y destruir algunas casas de campo» (Ad urbe condita, XXII, 20, 7). Mientras Mallorca, Menorcay Gades capitulan, Ibiza resiste fiel a Cartago: «El general Magón se dirigió con sus naves a la isla Pitiüsa que le acogió y aprovisionó a su ejército con jóvenes y armas de refuerzo» (Ibidem, XXVIII, 37, 3). Todas estas noticias, en fin, de los cultivos, de los puertos y de sus inexpugnables murallas, de sus casas bien construidas y de sus habitantes, nos dan señales inequívocas de la importancia que tuvo Iboshim. Y un último detalle no menor es que, si la ciudad no existe, tenemos su enorme necrópolis, con la misma o mayor extensión de la que ahora ocupa la ciudadela, nuestro recinto amurallado. Es una prueba incontestable de la población que tuvo la ciudad y de que toda la isla estaba colonizada como descubren los numerosos yacimientos que tenemos. Es significativa, por ejemplo, la ubicación en un extremo de la isla del santuario de es Cuieram.

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