Entender + con la historia

Antivacunas, dos siglos haciendo el ridículo

Hace meses, las dudas sobre la seguridad de la vacuna de AstraZeneca hizo crecer la desconfianza en la población. Como ha ocurrido siempre, donde hay vacunas, hay antivacunas

Anuncio para la vacunación contra la difteria.

Anuncio para la vacunación contra la difteria. / EPC

Xavier Carmaniu Mainadé

Con esta pandemia se ha hecho evidente de nuevo el difícil equilibrio entre ciencia y política. La desconfianza de la población ha aumentado y ha dado argumentos a los antivacunas. Aunque también es cierto que necesitan muy poco para construir su ideario. Basta con repasar cómo han ido haciendo el ridículo cada vez que ha aparecido uno de estos medicamentos. Desde que hay vacunas, hay antivacunas. Y aunque cueste creerlo, ahora estamos mejor que en pandemias anteriores, porque a pesar de que se dicen muchas tonterías, la población tiene más información que nunca para entender cómo funciona la vacunación.

Los primeros movimientos opositores nacieron en el Reino Unido porque es donde Edward Jenner empezó a luchar contra la viruela en 1798. Tiene cierta lógica que al principio muchas personas dudaran de su eficacia. No se había utilizado nunca antes un sistema como aquel para prevenir enfermedades. Los contrarios en utilizarlo decían que en realidad lo único que conseguía era hacer enfermar a quien inoculaba el virus. Ahora bien, también se hacían correr rumores surrealistas, como que salían cuernos a los vacunados.

El argumento religioso también tenía peso. El repertorio era diverso. Desde afirmar que aquello era idea de Satanás en persona hasta los que tildaban la vacuna de anticristiana, porque introducía restos de animal dentro del cuerpo humano. A estas alturas de 2021, que todos hemos acabado haciendo una especie de cursillo exprés de epidemiología, sabemos que las enfermedades infecciosas donde campan a sus anchas es donde hay más gente. Y claro, en las ciudades del siglo XIX, con la Revolución industrial a toda máquina y las clases trabajadoras viviendo en condiciones infrahumanas, se daba el ambiente propicio para todo tipo de crisis sanitarias. Ante este reto las autoridades iniciaban campañas de vacunación obligatoria, pero automáticamente había quien se oponía.

antivacunas, dos sigloshaciendo el ridículo

Anuncio para la vacunación contra la viruela. / EPC

En la ciudad inglesa de Leicester en 1885 se convocó una manifestación que congregó a 100.000 personas contrarias a la vacuna. La marcha iba encabezada por un falso féretro infantil y el retrato de Jenner, porque, según ellos, su vacuna solo servía para matar niños. En Prusia (actual Alemania) pasaba más de lo mismo. Allí se fundó el movimiento Lebensreform (Reforma de la Vida) que creía que la vía para preparar el cuerpo para las infecciones era utilizar medios naturales, seguir determinadas dietas y tomar baños de sol (el cáncer de piel preocupaba menos que la vacuna, según parece). En tierras germánicas se organizaron protestas en Leipzig, Stuttgart... y cuando el Gobierno decidió hacer la vacuna obligatoria, la asociación de los opositores a esta medida alcanzó los 300.000 afiliados.

Entonces, al igual que ocurre ahora, uno de los focos de mayor resistencia apareció en Estados Unidos, donde varios ciudadanos llegaron a poner demandas judiciales argumentando que tenían la libertad de cuidar de su propio cuerpo como mejor supieran. En 1905, sin embargo, el Tribunal Supremo sentenció a favor del Gobierno. De esta manera se reconoció que las instituciones tenían el derecho de legislar a favor de la salud pública.

Con el paso de los años se ha demostrado que la obligatoriedad era contraproducente para favorecer la aceptación de la vacunación. Se cambió la estrategia y se empezaron a hacer campañas de sensibilización. Sin embargo, sigue habiendo gente que prefiere creer más en rumores y conspiraciones que en datos científicos, por más que la historia nos demuestra que sus argumentos son hilarantes. De hecho no me extrañaría que alguien crea que este mismo texto forma parte de algún contubernio orquestado por las malvadas farmacéuticas y los microchips de Bill Gates. La ignorancia es atrevida.

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Mucho antes de que los nazis llegaran al poder, el odio a los judíos ya era habitual en toda Europa. Uno de los argumentos conspiranoicos favoritos era que la enfermedad (la que aparecía en cada momento) era un invento de los judíos para enriquecerse con la vacunación. Este antisemitismo también forma parte del discurso de los contrarios a las vacunas contra el covid-19.

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