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Ses Platgetes, un oasis entre rocas

El litoral de Formentera se caracteriza por la sucesión

de recovecos de arena que existen en su costa abrupta.

Uno de los imprescindibles es este trío de playas,

situadas a continuación del viejo puerto de pescadores

de es Caló de Sant Agustí.

Ses Platgetes, una asombrosa sucesión de recovecos entre costa abrupta.

Inagotables, inabarcables, peculiares por una hebra, un grano de arena, una gota de agua: paisajes. (Wislawa Szymborska).

Al oeste de es Caló de Sant Agustí, el pequeño puerto de pescadores situado al final de la costa de es Carnatge, que ya usaban en la Edad Media los frailes agustinos instalados en la Mola, aguarda uno de los tramos de costa más embriagadores de Formentera. Si en playas como ses Illetes, Cala Saona o la media luna sembrada de raíles que conforma este espléndido rincón de varaderos refulge un agua de color turquesa, en ses Plateges ésta transmuta a una fusión de esmeraldas y azules que produce idéntico asombro.

Salvo cuando arrecia la tramontana y todo el litoral de es Carnatge es azotado por el vendaval, ses Platgetes ejerce de inesperado paraíso para el viajero que lo descubre por primera vez. Los cuatro kilómetros de costa rocosa y afilada que comienzan en Cala en Baster, cerca de Sant Ferran, y transitan hacia el este en dirección al macizo de la Mola, de pronto albergan este tramo de arena blanca y fina, de unos seiscientos metros de longitud, que conforma tres pequeñas playas separadas por roquedales. De ahí surge su nombre genérico, ses Platgetes (las playitas), aunque cada una tiene el propio: sa Platgeta de Prop, sa Platgeta d’Enmig y sa Platgeta de més Enllà, siendo esta última la que se encuentra más alejada del puerto de pescadores.

El rincón, uno de los más tranquilos de Formentera, ofrece el espectáculo del agua, pero también hipnotiza la presencia del cabo de la Mola, que se adentra en el mar con sus acantilados verticales de piedra y verde. Una orilla, en definitiva, donde tumbarse sobre la arena caliente y gozar del generoso espectáculo de la naturaleza. Una vez en el agua, el bañista tiene que sortear las rocas que se alternan con la arena del fondo, labor que resulta sencilla por la inconmensurable transparencia.

A diferencia de otros orillas formenteranas, el agua enseguida cubre y los bañistas disfrutan nadando de una playa a otra, adentrándose en el puertecillo de es Caló, que se antoja una piscina natural, e incluso más allá.

A la playa puede accederse desde el puerto, pero también por diversos senderos que parten desde la carretera general, la PM-820, que atraviesa la isla de cabo a rabo. Varias pasarelas de madera con barandillas de cuerda, similares a las que atraviesan otros parajes protegidos de la isla, enlazan con la orilla. Sobrevuelan un bosquecillo de sabinas, cuyas raíces se hunden en las dunas que envuelven la playa desde la retaguardia y que ocultan, por un instante, las maravillas que aguardan al otro lado.

Ses Platgetes, en definitiva, constituye otra ilustrativa metáfora de lo que es Formentera: una asombrosa sucesión de recovecos entre costa abrupta que se abren a la inmensidad de un mar fascinante y eléctrico.

Pescados y arroces en es caló

En ses Platgetes siempre es mejor presentarse con las manos vacías, sin bocadillos ni cestas de pícnic. Después de zambullirse en el paraíso, toca acudir a los restaurantes de es Caló, algunos auténticos clásicos de la gastronomía de Formentera, para disfrutar de los pescados en salsa verde, los arroces y las fideuás. Desde sus terrazas sobre las rocas, rozando la orilla del mar, se admira el mismo paisaje. La jornada siempre puede terminar con un ascenso al acantilado de la Mola, desde donde contemplar la perspectiva inversa.

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