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Fallido edén

'La mejor voluntad' de Jane Smiley, es una reflexión acerca de lo frágil de cualquier certeza

'La mejor voluntad'

La maestría de Jane Smiley ha encontrado un espacio de auténtico privilegio en el escrutinio del matrimonio heterosexual y, por extensión, de la familia nuclear clásica. Buena parte de sus obras de ficción, en especial las novelas breves, como las que Sexto Piso viene rescatando con constancia en los últimos años (primero fue ‘La edad del desconsuelo’, después ‘Un amor cualquiera’ y ahora llega ‘La mejor voluntad’: memorables las tres), cartografían el mapa de maridos y mujeres, hijos e hijas, hermanos y hermanas. El talento de Smiley a la hora de abordar los mecanismos ideológicos (clase, raza, creencia), psicológicos (culpa, vergüenza, venganza) o emotivos (amor, compasión, solidaridad) que se entretejen en los ámbitos a examen es extraordinario. Smiley es una lúcida observadora y una concienzuda relativista. Su escritura satisface el dogma que ella misma definió como apoteosis de la narrativa de ficción, esa «simpatía liberal» que permite al novelista entrar consecutivamente en las conciencias de Iván y de Aliosha Karamázov, del ateo y del creyente. Porque para el gran novelista, y Smiley lo es, no hay preferencias en su repertorio ni modelos de conducta a seguir. Es obvio que la ciudadana Smiley, como cualquiera de nosotros, poseerá unos criterios morales prácticos, pero en su escritura esas afinidades no se traslucen. Ella, como todo escritor de genio, no obliga al lector a escoger entre distintas actitudes, sino que se limita a mostrarlas. Pues la vida, por definición, carece de moral. Es mediante nuestros artefactos culturales (la filosofía, la religión, el arte) como intentamos imponer determinados modelos de éxito, de reconocimiento o de probidad. Pero la gran literatura, conviene decirlo, nunca se ha construido desde esa imposición. Richard Ford, un autor que guarda más de un punto en común con el trabajo de Smiley, ha escrito páginas admirables a propósito de la amoralidad del narrador de ficción, sobre todo a través del inolvidable personaje de Frank Bascombe.

'La mejor voluntad'

‘La mejor voluntad’ abunda en la peripecia de un edén particular. Ese paraíso es una granja en Pensilvania concebida por un hombre caracterizado como un Hipias moderno, alguien capaz de levantar una casa con sus propias manos, de excavar pozos naturales, de cultivar campos y colinas, de crear delicadas piezas de ebanistería, de pastorear ovejas y cabras, de vivir sin dinero y sin electricidad. Pero a ese lugar incontaminado, en el que no han penetrado los lares y penates del consumismo y de la codicia, le llegará su hora a manos de un azar que ninguna pedagogía es capaz de contener, y que en esta fenomenal historia de orgullo, caída y redención se encarnará en el más joven de sus personajes: Tom, el hijo de siete años del protagonista y narrador. No en vano ‘La mejor voluntad’ es una reflexión acerca de lo frágil de cualquier certeza y la importancia de convivir con el fracaso. Como Smiley nos recuerda: «Todos los cuentos enseñan que hay que pensárselo muy bien antes de pedir un deseo». No sea que se cumpla, añade agradecido este lector.

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