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Zoom, el nuevoespejo de narciso

Nunca como ahora habíamos pasado tantas horas delante de nosotros mismos. Es como si constantemente estuviéramos

mirando nuestra imagen reflejada

El espejo de Narciso. | EPC

Narciso era un joven muy bello, pero no lo sabía, porque nunca había podido contemplar su propio rostro. Sus padres se lo habían impedido siguiendo los consejos de un adivino, que había vaticinado que el chico solo llegaría a viejo si no se miraba. Un caluroso día de caza, sin embargo, buscó calmar la sed. Al acercarse al agua quedó perdidamente enamorado de su reflejo y quiso besar la imagen, precipitándose al fondo. Murió ahogado.

Aunque el trágico final de este personaje mitológico es una advertencia para todos los narcisistas, no todo el mundo tiene una autoestima tan a prueba de bombas. Las clínicas de cirugía estética lo saben bien. Y, en contra de lo que pueda parecer, no han perdido clientela durante la pandemia. Como explicaba Emilio Pérez de Rozas en su artículo del viernes, han continuado trabajando tanto o más que antes si bien la demanda ahora se centra en los retoques en el rostro. No es extraño. ¿Cuántos, durante una videoconferencia, no nos hemos sorprendido a nosotros mismos autocontemplandonos en la pantalla cual vulgares aprendices de Narciso?

La mayoría nunca hasta ahora habíamos tenido que mirarnos tantas horas, pero ahora, cuando no tenemos una reunión de trabajo, hablamos con la familia o charlamos un rato con las amistades. Vivimos en la era del espejo 2.0, una lupa que acentúa nuestros defectos. Una mancha, una ligera desviación nasal, las bolsas bajo los ojos... Y como se sale menos que antes, pero hay ganas de gastar, más de uno visita al médico.

Los individuos de la especie humana siempre han tenido interés en contemplar su propio rostro y se han quemado las cejas para conseguir una herramienta que les facilitara el trabajo y no tener que buscar un charco de agua. Hace unos 8.000 años, en Anatolia había piezas de obsidiana muy bien pulidas que hacían esta función. En Egipto los tenían de cobre pulido. Eran espejos manejables, como de tocador. Un utensilio indispensable si tenemos en cuenta la cantidad de cosméticos y maquillajes que usaban tanto mujeres como hombres. En tierras americanas, allá en el 2000 aC, se servían de piedras muy lisas, mientras que en China y la India los fabricaban con bronce.

La industria veneciana

Los romanos habrían sido los primeros en elaborar un espejo a partir del vidrio, una técnica que se fue perfeccionando a lo largo de los siglos y que llegaría a la excelencia en la Venecia del siglo XVI. Hay que tener en cuenta que en aquellos tiempos Italia no existía tal y como la conocemos ahora -se fundó a mediados del siglo XIX-, sino que la bota estaba dividida en diferentes pequeños estados. Uno de ellos era la Serenísima República de Venecia, uno de los países más ricos de Europa gracias al comercio marítimo y la fabricación de espejos.

Nadie era capaz de llegar a su nivel de perfección y para los venecianos el proceso de confección era secreto de Estado, sin dudar en eliminar a quien osaba compartirlo. Los espejeros estaban concentrados en la isla de Murano -que hoy todavía vive de aquella fama- y tenían prohibido relacionarse con extranjeros o marchar fuera de la región bajo pena de muerte. Si a pesar de las amenazas alguien escapaba, veía como su familia era encarcelada y solo se les liberaba si volvía o pagaba la osadía con la vida.

Esto les pasó a los venecianos reclutados por Francia que, alrededor de 1667, quería abrir la Casa Real de Cristales y Espejos. El ministro Colbert, harto de que la nobleza y el propio Luis XIV enriquecieran Venecia gastándose fortunas en espejos, quiso tener una factoría autóctona, pero como no tenía la tecnología contrató los que sabían: los venecianos. Lo consiguió a través de una trama de agentes secretos y embajadores. Las autoridades italianas contratacaron enviando emisarios para convencer a los fugitivos. Algunos accedieron, pero otros no. Dos de estos aparecieron muertos en extrañas circunstancias, presuntamente envenenados.

Versalles: la galería de los espejos

La sala más famosa del palacio de Luis XIV se inauguró en 1684 y dejó a todos con la boca abierta. Nunca nadie había hecho una construcción con tantos espejos juntos. La galería, formada por 357 piezas, ahora es el lugar predilecto de los turistas, pero en aquella época fue una demostración de fuerza de la industria espejera francesa que apenas empezaba a andar.

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