Diario de Ibiza

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El retrato y la memoria

La fotografía es retrospectiva, ‘memento mori’, un arte elegiaco que capta una pérdida, la ausencia de algo o de alguien que ya no existe. En el caso del retrato, la fotografía sólo da una pseudo-presencia, una imagen que, inaprensible, como retenida en un espejo, es sólo apariencia

Marineros. Arxiu J.Llenas

El valor de la fotografía está, sobre todo, en la irreversible desaparición del referente que captó la cámara y que, sin embargo, en la imagen mantiene obstinadamente su presencia. Hace algunos años, un buen amigo me dio en Ibiza siete retratos que había recibido de un familiar, pero de los que no tenía ninguna referencia que permitiera identificarlos ni saber dónde y cuándo se habían hecho las fotografías. Lo único que sabía –porque en su casa lo habían comentado- es que se trataba de pescadores que, por la edad, estaban ya en dique seco. «Estas fotos tal vez puedan servirte -dijo- en esa memoria de la isla que recoges en el Diario de Ibiza los domingos». No le hice caso porque se trataba de individuos a los que no conocía y de los que nada sabía, pero me quedé los retratos que me sorprendieron.

el retrato y la memoria

Ha pasado el tiempo y los he localizado en la caja de zapatos donde los dejé y, viéndolos ahora, pienso que me equivoqué al desestimarlos como memoria. Al tratarse de personajes anónimos no podemos echar mano de sus biografías, pero eso es algo que podemos agradecer porque así no metemos las narices donde no nos llaman y, al margen de simpatías o rechazos, tenemos que considerar los retratos en sí mismos, sin apoyaturas. Lo importante es que son memoria porque las fotografías no pueden ser otra cosa y, a partir de aquí, ver qué lectura podemos hacer. Y si tenemos en cuenta que de estos retratos puede haber muchísimos en nuestras casas y en otras cajas de zapatos, pienso que en ellos tendríamos un fondo patrimonial inapreciable y bien podrían ir al Arxiu d’Imatge i Só del Consistori o del Consell.

Pero vamos a la lectura que digo. Para empezar, el registro que tienen los retratos nos descubre que en ellos hubo intencionalidad. Son ‘fotografías de estudio’, primerísimos planos sobre un fondo neutro que evita distracciones al espectador y focaliza de manera muy precisa, casi con descaro, el rostro del referente. La cámara se acerca para captar los detalles, la potencia expresiva del gesto y la mirada. El fotógrafo sabe que cada rostro esconde una historia que por su anonimato queda abierta, de manera que lo individual es universal y la anécdota deviene categoría. También existe en la fotografía, al invitar al relato, un apunte literario que se ofrece al espectador. Y un detalle no menor es que son retratos concertados, consentidos.

Qué busca el fotógrafo

La modestia del referente que no se disimula puede hacernos pensar que el fotógrafo pudo, incluso, pagar el posado. Lo que resulta evidente es que aquí no se busca la oportunidad ni la espontaneidad. Y si lo que tenemos son imágenes manipuladas, preparadas, tomas que se centran en el rostro, –el busto aquí es una peana-, cabe preguntarse qué busca el fotógrafo en ellas. Está claro que no busca agradar cuando en los rostros hay un cierto feísmo que, sin embargo, no da en morbo. Se capta la imagen sin concesiones, pero con respeto, tal como es. Y precisamente porque los rostros se nos ofrecen como son, hay verdad en ellos. El fotógrafo huye del dato costumbrista, popular o pintoresco. Huye del tipismo y del dato folklórico que siempre quiere agradar. Nos presenta imágenes que en su rudeza natural suelen incomodarnos y no nos interesa ver. Y lo hace con un punto de provocación. Son rostros que no nos dejan indiferentes. En ellos hay algo hipnótico que nos atrapa.

Y aunque no sabemos qué, nos dicen algo. A partir de aquí, si como comenta Camón Aznar es arte lo aprehensible en la vivencia, cabe preguntarse si estas fotografías ya son arte. Lo digo porque el objeto del arte no es sólo la belleza. Lo feo y mal parecido puede conmovernos tanto o más que lo bello. En la pintura está muy claro en El Bosco, Goya, Munch, Lucian Freud, Francis Bacon, Frida Kahlo, Dalí o Picasso. Pero haya o no arte en estas imágenes, el fotógrafo no se queda en la estética, sus objetivos son otros. Aquí se da una democratización del retrato que, lo mismo en la pintura que en la fotografía, deja de ser un privilegio de los poderosos. El retrato no es ya, como vemos en las pinacotecas, exclusivo de reyes, emperadores y personajes relevantes. Aquí interesa especialmente el signo, el mensaje de estos rostros anónimos y humildes que, en vez del pavoneo exhibicionista de retrato clásico, nos hacen pensar y nos interrogan.

El fotógrafo, posiblemente, está creando una galería variopinta de tipologías, de referentes que, más allá de las apariencias, permita una aproximación a la psicología de los retratados, a su interioridad, a su intimidad. ¿No decimos que el rostro es el espejo del alma? Tal vez no lo sea al ciento por ciento, pero es evidente que el yo tiene su mejor expresión en el rostro. No sólo en las arrugas, mapa biográfico que nos habla de la vida vivida y del tiempo que pasa, sino, sobre todo, en el gesto y en la mirada. En los ojos asoma el carácter, el temperamento, la personalidad, el modo de ser, incluso el modo de estar.

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