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Marco Polo: Viaje hacia la verdad y la fantasía

Las historias del veneciano acompañaron a otros aventureros en su labor de agrandar el mundo, de conocer los límites de la tierra

Miniatura de una caravana.

Para un hombre que había visto tanto mundo, las paredes de una cárcel suponían una especie de muerte anticipada. Él, que era conocedor de todas las tierras más allá del Mediterráneo, pasado el monte Tabor, hacia las enormes estepas asiáticas, se pudría en un sótano del palacio de San Giorgio de Génova.

marco polo

Dicen que de la privación de libertad surgen las mejores ideas, pero Marco Polo no tuvo que hacer grandes esfuerzos en su estancia en galeras. Le bastaba con recordar lo que había hecho, invocar la memoria de los días en los que sus viajes habían descubierto un mundo plagado de fantasías y reyes antiguos. Él había desafiado a la verdad de los libros. Había invocado a las leyendas de los viajeros anteriores para llegar más lejos que ninguno, por eso su doble angustia de verse privado de libertad. Génova era el centro del universo conocido, la ciudad que junto a Venecia vendía telas al mundo y compraba vida, pero él había respirado otros aíres menos viciados que el de San Giorgio. Como el de las montañas de Monsul o los desiertos de Khorasan. Ahora apenas podía verlos en el resplandor de humedades que se pegaban a la cal de la pared.

La última parada de Marco Polo fue la más decisiva de todas. El viajero veneciano había discurrido 25 años conociendo el oriente. Todo lo que contaban de él era cierto y falso, dependiendo del momento en el que fuese relatada la historia. Las caravanas de comerciantes hablaban de un hombre con gran capacidad para inventar cuentos, que hablaba infinidad de lenguas y sabía el noble arte de las matemáticas mejor que los ábacos y las balanzas. Pero sería en San Giorgio, en la oscuridad de su condena, cuando hablase con claridad al mundo. A su lado, Rustichello de Pisa escuchaba. Era otro contador de historias. Vivía de ello. Se había hecho famoso en Italia por escribir novelas de caballerías. Y tras dos noches de insomnio (noche y día es lo mismo en una prisión medieval) decidió escribir la historia de ese Marco Polo, viajero y comerciante, charlatán y fabulador. Se llamaría Il Milione, El Libro de las maravillas, la obra donde se juntan las proezas del viaje más hermoso de todos los realizados nunca.

Salió Marco Polo de aquel agujero genovés y volvió a Venecia. Su oficio sería el de la riqueza y la experiencia, pero su fama residiría precisamente en los tiempos en los que anduvo hacia las ciudades donde nacía el sol. Es compleja la figura de Marco Polo. No hay viajero más conocido que él. Cristóbal Colón, Magallanes y los misioneros que evangelizaron la India memorizaron Il Milione antes de embarcarse en sus expediciones, pero no hay una sola línea escrita por él en el libro. Rustichello de Pisa dijo haberlo escrito escuchándolo en prisión. Pero Rustichello se ganaba la vida inventando historias. ¿Por qué no la de un viajero veneciano en la corte de Kublai Khan? ¿Estuvo realmente Marco Polo en la corte del nieto de Gengis Khan? ¿Fue su viaje tan cierto como juran las crónicas, o se trata de una historia aderezada con fantasía? No hay una sola crónica oriental que hable de un europeo en las cortes de China, Japón y Mongolia. La historia de Marco Polo es frágil, pero su viaje resulta tan eterno que no hay evidencias que puedan derrotarlo.

Da igual si es cierto

Precisamente porque su expedición está escrita, es indiferente si Il Milione resulta cierto o no. El viaje que describe Rustichello es grandioso. Es una esfuerzo de conocimiento como nunca en la época se había logrado. En sus páginas se reúne el entendimiento de lo distinto, el de un viajero veneciano que descubre otras culturas alejadas a la suya. Es una obra que desvela lo humano que hay en el viaje, la inquietud y el hambre por saber. Se unen en él la palabra y la geografía. Inventa un mundo o lo recuerda, pero para siempre quedará su paso por Turquía, ya amenazada por el pueblo otomano, el ascenso a las cimas de Armenia y Georgia, las últimas puertas cristianas antes de la inmensidad islámica, las llanuras de Persia y Afganistán, con sus ciudades azules, las gargantas de Cachemira, las cascadas de piedra del Tíbet, el Turquestán y sus camellos, la China innumerable, la Mongolia orgullosa de haber conquistado el mundo, el desierto del Gobi, inmisericorde en las horas de sol, hasta las islas de Japón, el último lugar terrestre, donde el sol nace como una bola rosácea. Todo ello encerrado en las páginas de Il Milione, en los ojos de un aventurero o en la invención de un par de condenados que creen que su muerte está cercana. Pero ese es el viaje, su lectura, la emulación del ser humano a superarse, de Colón a Amstrong.

«Nadie sabe mejor que tú, sabio Kublai, que no se debe confundir nunca la ciudad con las palabras que la describen. Y sin embargo, entre la una y la otra hay una relación». Ciudad y palabras. Viajero de viajeros. Las historias de Marco Polo acompañaron a otros aventureros en su labor de agrandar el mundo, de conocer los límites de la tierra. Cada viajero lleva un Marco Polo en su interior. Todos ellos diferentes entre sí. Yo me quedo con el de Calvino, ese Marco Polo sabio que se sienta por las tardes a conversar con Kublai Khan sobres las ciudades que ha visto a lo largo de su viaje. Todas son tan inexactas que sería difícil jurar que no son ciertas.

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