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Imaginario de Ibiza

La casa de Formentera, refugio en la llanura

La vivienda rural de la pitiusa menor comparte algunos elementos con la ibicenca, pero sus características propias la hacen única. Perderse por los caminos en busca de las más atractivas constituye suficiente argumento para hacer la travesía

Una casa de Formentera.

La vivienda no es sólo un bien inmobiliario, es también una forma de consolidación espiritual. (Mario Benedetti)

Al pasear por el secarral de Barbaria y recorrer sin rumbo las estribaciones de Migjorn, la vista inevitablemente se detiene en las casitas blancas de Formentera, esencia de la practicidad del nativo y el ingenio que requiere suplir la escasez de materiales. Esplendorosas construcciones a pesar de su sencillez, en mitad de un mar de piedra y sabinas rizadas, que componen otro ejemplo de la perfecta simbiosis entre los pitiusos de antaño y el medio que habitaban.

Exhiben una arquitectura de tradición sin manual, donde convergen unos rasgos comunes e imprescindibles, que a veces la acercan y otras la alejan a los viviendas rurales de la vecina Ibiza. Al igual que en la pitiusa mayor, la fachada principal suele lucir encalada, no así las laterales, de piedra vista. Frente a la puerta principal, un murete a modo de cercado de escasa altura, sobre el que se apostan uno o dos pares de columnas, según el tamaño de la casa, de bases y capiteles gemelos y fuste poligonal. Sostienen la traviesa que soporta un porche inclinado de tejas, que es el mismo material que cubre los techos, siempre a dos aguas, al estilo de las masías catalanas más sencillas. En la parte alta, un canalón recoge el agua de lluvia y la conduce hasta la cisterna, aprovechando uno de los bienes más escasos de Formentera.

A diferencia de la vivienda rural ibicenca, que se escalona adaptándose a la inclinación del terreno y crece modularmente en función de las necesidades familiares y de almacenaje de alimentos, la de Formentera se asienta en la pura horizontalidad. No hay plantas superiores ni escaleras que las conecten; hasta el más leve escalón constituye una excepcionalidad. Evolucionan, pues, a lo ancho, sin elementos dispuestos en perpendicular a la estructura principal, tal y como a veces ocurre en Ibiza, con corrales, almazaras o almacenes donde se guardan carros y aperos de labranza.

Los habitantes de Formentera retomaron la vida en la isla, a partir del siglo XVIII, después de que las epidemias y el peligro corsario sumieran a este territorio en el abandono. Tiempo después llegó la teja al archipiélago, aportando una solución nueva, radicalmente distinta a los techos horizontales de la casa ibicenca que, aunque recogían de forma igual de eficiente el agua de lluvia, requerían un mantenimiento anual de las arcillas que cerraban la cubierta exterior. Dicho material, además, resultaba más escaso en Formentera.

Hoy, estas casas, con sus puertas y ventanas de vivos colores, azules y verdes casi siempre, constituyen parte esencial del patrimonio de Formentera. Descubrir las más bellas y mejor conservadas, y fotografiarlas, ya supone un motivo de peso para viajar a la isla y perderse por los caminos de la pitiusa menor.

La clave

Viviendas, varaderos e iglesias

La cubierta de teja a dos aguas, la extrema horizontalidad y el porche sostenido por columnas que se apoyan sobre un murete constituyen los elementos que aportan la principal diferencia entre la arquitectura de Ibiza y la de Formentera. También ocurre algo parecido con las otras dos construcciones tradicionales de la vida tradicional anterior al turismo: las iglesias y los varaderos. Las primeras son aún más sencillas que las ibicencas, aunque con estructuras comunes. La de Sant Francesc, pura fortaleza, sorprende por su solidez y la estructura escalonada que conforma la casa parroquial en la parte alta. La de Sant Ferran ni siquiera exhibe una fachada enlucida. La de la Mola, por su parte, es la más parecida a las ibicencas. Los varaderos, por su parte, son de madera en su mayoría, tabicados con tablas exclusivamente en los laterales, a diferencia de los ibicencos, completamente cerrados y de obra.

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