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Platja d’en Xinxó, alegoría de la decadencia

No hay rincón en la bahía de Portmany que concentre mayores dosis de deterioro que esta orilla arenosa, que en un pasado no tan lejano, sin duda, tuvo que ser un paraíso. Su ribera hoy se caracteriza por el contraste entre el nuevo lujo zen, las infraestructuras caducas y una terrible e inacabada estructura de hormigón.

Esqueletos de hormigón y una caseta que esconde una estación de bombeo de aguas fecales junto a un hotel de lujo de la playa d’en Xinxó.

La decadencia llega cuando el hombre deja de fijarse en la naturaleza. (Leonardo Da Vinci)

Imagino las sensaciones contradictorias de los clientes del hotel que se aposta en Punta Xinxó, en la bahía de Portmany, cuando ascienden a su azotea y se zambullen en la piscina de fondo ajedrezado y horizonte desbordante. Por un lado, el lujo minimalista del establecimiento en el que se alojan, donde pagan más de 300 euros la noche, y por otro, la decadencia que irradia la orilla a sus pies. Casi la misma sensación que alojarse en un cinco estrellas gran lujo en un país tercermundista, donde las opulentas y perfumadas suites, así como los grandiosos vestíbulos y fastuosos salones, contrastan dramáticamente con la miseria y el denso olor que desprenden las calles.

La impresión aún resulta más deprimente a pie de playa, cuando la amorfia ya no queda matizada por la inmensidad azul del mar y el cielo. Desde allí, sobre la orilla inclinada de la Platja d’en Xinxó, la vista primero se detiene en la blanca estación de bombeo, con su puerta verde y sus deprimentes grafitis sin atisbo de arte, en mitad de la arena. Probablemente pocos lleguen a sospechar que aquel cubículo fuera de lugar en realidad es una estación de bombeo de aguas fecales que se atasca constantemente, vertiendo al mar, a pocos metros, torrentes de orines y detritos que aún no ha filtrado la depuradora. Salvo cuando ocurre mientras chapotean y esos mismos efluvios, que de pronto les ensanchan las aletas de la nariz, acaban proporcionándoles la pista definitiva.

A continuación, la vista se pierde hacia el segundo plano, donde se erige un terrible mamotreto inacabado con forma de ‘M’, que ocupa toda una manzana, delimitada, además de por la playa, por las calles Es Caló, Huelva y Jaén. Una estructura de seis plantas en las zonas más altas, en situación de total abandono, mientras la Justicia resuelve de quién es la propiedad. Como nadie se hace responsable, la valla que supuestamente cierra el perímetro impidiendo el acceso, suele estar rota por múltiples tramos y en algunos, simplemente, ya no existe. En el interior de esta ruina, varillas de hierro oxidadas por doquier, oquedades en el suelo sin marcar ni aislar y accesibilidad mediante escaleras a todas las plantas, donde no existe barandilla ni protección de ningún tipo. El hotel de cuatro estrellas que estaba llamado a ser, ahora ejerce como campo de botellones, donde los jóvenes se reúnen a beber y contemplar el paisaje con los pies colgando sobre el vacío desde las plantas más altas.

A veces incluso se pierden por este laberinto los niños de las familias inglesas y de otras nacionalidades, que se hospedan en los cercanos bloques de apartamentos, donde, al contrario que en el nuevo alojamiento, sí admiten menores. En cuanto los adultos se despistan, se escapan hacia el cercado verde en busca de aventuras, triturando ladrillos y ascendiendo y descendiendo por el desabrigado esqueleto como si dicha exploración no pudiese costarles un buen susto o incluso algo más grave. Hasta que algún día ocurra y a quien sea que corresponda, ya sea juez, concejal o policía, acabe poniendo fin a tanto tiempo de desidia.

Ni los fondos atigrados por el claroscuro de arena y posidonia arrastrada por las tormentas, alivian esta sensación de pobredumbre. Hubo un tiempo en que la Platja d’en Xinxó debía de ser un lugar maravilloso. Hoy cuesta imaginar que alguien se atreva a construir hoteles de lujo en tan arruinado lugar, pero el caso es que les funciona. Para que luego digan que Ibiza no es una isla de locos.

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