Diario de Ibiza

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Memoria de la isla

El 'Pinxo' y el 'Verro'

Nuestro vocabulario rural es mucho más rico que el urbano, siempre contaminado por lo foráneo. Los trabajos, oficios y costumbres del campo han sido una formidable cantera de voces que, por su secular aislamiento, han resistido mejor el paso del tiempo. Hoy, sin embargo, las diferencias entre la ciudad y el campo se diluyen y el habla específicamente rural desaparece

Es verro fa un uc (escultura de A. Hormigo). | ARCHIVO MAGÓN

En Sant Antoni tenemos una imponente escultura de Antoni Hormigo dedicada al verro que lanza el ancestral uc pagès, «crit amb veu estrafeta o bestial per excitar o esporuguir els animals i les persones». (Eif). El habla de nuestra isla es una entidad viva que se adapta a las circunstancias, pero tiene el problema de que no se enriquece con voces propias y nuevas en la medida que desaparecen las que quedan descontextualizadas y ya no se usan. En vez de crear desde dentro palabras que respondan a los tiempos nuevos, incorporamos términos foráneos que pervierten y empobrecen el ibicenco. Pinxo y verro están entre esas palabras perdidas que no utilizamos, pero que la memoria no debería perder, aunque sólo sea porque fueron comunes y están todavía en nuestro imaginario.

Cabe decir, sin embargo, que no se han utilizado sólo en Ibiza. Las encontramos en Josep Pla, en Salvador Espriu, en el teatro de Vilanova y en muchos otros autores. Entre nosotros, Joan Castelló Guasch tiene una rondalla titulada precisamente ‘Es Pinxo’ que define como «un jovenot fadrí, sense més ni mancos qualitats que es altres, però a qui es seus companys inflaven sa vanitat, fent-li un renom de valent i agosarat, per fer-lo servir de gall de baraia o de mac de fer trons». El Diccionari Català-Balear de Alcover-Moll dice que «el pinxo fa ostentació i trata de imposar-se per la seva anomenada de valent, infonent por». Y nuestra Enciclopèdia d’Eivissa i Formentera (Eif) define el verro como «el jove que presumeix, davant els altres, de ser el més valent, el més fort i el més gallet».

Lo curioso de estas voces es que, desaparecidas en el habla actual, su sentido pervive. El pinxo sigue siendo el presuntuoso, chulo y altanero, mientras que el verro es ese personaje que sobresale en clanes, camarillas o partidos, ese gallo que no acepta competencia en el gallinero. El verro es el más bruto y peleón, el matón, perdonavidas y matasiete. Pinxo y verro son palabras que, cuando era niño y por una circunstancia particular, oí muchas veces. Al vivir por el oficio de mi padre en el Cuartel de la Benemérita, no era raro que los guardias las soltaran a gritos como insultos, y se oyeran en la sala de la Comandancia que estaba junto al piso en el que vivía mi familia: «Vas de pinxo, però ets un macarró de merda!», decía el guardia Millán. O también: «Ara ho veurem, si ets el verro que diuen».

Y bastaban cuatro correazos para que el fanfarrón cantara de plano y se mojara incluso los pantalones. La Guardia Civil de entonces se dedicaba sobre todo a conseguir alijos de estraperlo y contrabando que, sin embargo, se tenían por delitos menores, una picardía que a pequeña escala mejoraba unos magros ingresos. Los asuntos auténticamente graves y por desgracia frecuentes eran las peleas que se resolvían a navajazos. Lo cierto es que en la Comandancia se levantaban continuamente actas, atestados y diligencias, por mor de aquellas broncas que generaban el juego y las faldas.

«Así somos»

J. Marí Más, el 15 de junio de 1917, firma un artículo en estos mismos papeles que titula: ‘Así somos los ibicencos: reflexiones sobre nuestra psicología criminal’. Y un informe del 29 de marzo de 1911, publicado también en este Diario, advertía que entre 1901 y 1905 los delitos de sangre habían sido 102 en Ibiza contra sólo cinco en Menorca que entonces tenía bastantes más habitantes. Nuestra memoria, cabe reconocerlo, tiene luces y sombras. Y sin dejar que nos la exageren, tenemos que asumirla. 

Los guardias forasteros, peninsulares, caso de Senén, Miró, Barrios, Larrea y también mi padre, no utilizaban la jerga local de pinxo y verro, pero los guardias nativos sí las usaban. Recuerdo especialmente, y puedo contarlo porque el caso saltó a la calle, el vozarrón del guardia que digo, Millán, que en un interrogatorio rompió una silla sobre el costillar de un tal Joanot, al que en Labritja tenían por el más verro del pueblo. Aquel guardia fue arrestado por sus arrestos, valga la redundancia, y poco faltó para que, con destino forzoso, lo mandaran a Mallorca.

Hombría y honor

Pinxo y verro son, en todo caso, palabras que remiten a contextos socio-culturales concretos que situaría entre los siglos XIX y XX. Respondían a una forma muy mediterránea de entender la hombría y el honor. Se daban en un aislamiento en el que las razones o sinrazones, enturbiadas por el instinto y el calentón de determinado momento, desembocaban en verdaderas tragedias.

Sin dar pábulo en este punto a las descripciones sensacionalistas y literarias de Vuillier en ‘Les îles oubliées’ y de Blasco Ibáñez en ‘Los muertos mandan’, tampoco me quedaría con el buenismo y la Ibiza arcádica que describe el Archiduque. La prueba del nueve está en los hechos o, lo que es lo mismo, en las noticias que retienen las hemerotecas. Basta repasar la ‘Crónica de un siglo, 1900-2000’, que en su centenario publicó Diario de Ibiza, para toparse con titulares que ponen los pelos de punta: Muerto por disparo en San Carlos / Oleada de crímenes / Alarmante proliferación de muertos y heridos por armas blancas y de fuego en las Pitiusas / Terrible fratricidio / Asesinan a una mujer en San Antonio / Cadáver con heridas de arma blanca en San José / Muerto en Santa Gertrudis / Sangre a diario / Un disparo en el Convento / Cuchilladas en Santa Eulalia / Navajazo en un cortejo payés / Crimen pasional / Cuchilladas en Santa Gertrudis / Continúan los homicidios en el campo / Asesinato en San Juan / Cuchillada en Xarraca / Horrendo asesinato / Le disparan mientras dormía en su casa.

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