Diario de Ibiza

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Memoria de la isla

De filar i fer troques

‘La Balanguera’, poema de Joan Alcover que con música de Amadeu Vives ha popularizado María del Mar Bonet y hoy es el himno de Mallorca, puede hacernos pensar que esto de hilar y devanar la lana, -filar, devanari fer troques-, es cosa mallorquina, y sería un error. Como suele decirse, ‘això és més vell que anar a peu’. Se da en cualquier geografía y, por supuesto, también en Ibiza y Formentera. Y si miramos hacía atrás, hace 5.000 años ya existían ruecas en la India

La niña mira absorta a la hilandera.

Cuando en nuestras islas hablamos de los tiempos idos en el medio rural, repetimos, porque así sucedía, que los payeses hacían todo lo posible para ser autosuficientes. Únicamente bajaban a Vila para ir al dentista, proveerse de alguna herramienta que no podían hacer con sus propias manos o a comprar algún producto que no les daba la tierra. Allá por los 50, las payesas acudían a can Burgos, can Feliets o can Xinxó, para adquirir tela para un vestido, para un mantón o un pañuelo para cubrirse la cabezal. Las cosas eran muy distintas a como son hoy y parte de la indumentaria rural se hacía todavía en el campo.

No en todas las casas, pero siempre había quien hacía alpargatas, sombreros, cestos, encordados de sillas o instrumentos musicales. Y quien sabía preparar y manipular las fibras necesarias para tejer ropa con la que vestirse. Los trabajos del campo eran estacionales y los quehaceres domésticos dejaban horas para hilar junto al fuego de la cocina en los inviernos y en la sombra de la porxada en verano. De aquel entonces nos quedan trebejos –huso, rueca, rueda, aspa y devanadera- que podemos ver en el museo etnológico de Santa Eulària. Y de los últimos telares quedan muestras en algunas viejas fotografías. Hubo tiempos en los que era común ver a una mujer con el huso en las manos.

Y sin embargo, hoy, incluso los jóvenes que han nacido en el campo no saben ya qué es una rueca. Me parece motivo suficiente para dedicarle cuatro rayas, siendo que filar i fer troques, artesanía que creó costumbres, tradiciones y cultura, es ya parte de la historia doméstica de nuestro medio rural. Lo curioso es que este desconocimiento no nos impide utilizar frases como no enredis la troca (no la líes), convé filar prim (hay que hacerlo bien), filosa al coll i no ha mort res (ha salido a cazar y viene de vacío), més dret que un fus (alto y tieso), tenir fus i filosa (tener ocupación, entretenimiento), no tenir res al fus (no se ha hecho lo que debía hacerse), etc.

Hablamos de una historia que empieza en el esquilado de las ovejas, al entrar el verano, con un doble objetivo, obtener la preciada lana y liberar a los animales de un exceso de abrigo. Para eliminar la suciedad y la grasa, la lana se lavaba en un aljibe o, mejor, en un flujo de agua –fuese en el río de Santa Eulària o en els brolls de Buscastell-, se secaba al sol y se guardaba en vellones. Esta lana aún apelmazada se cardaba –nombre que viene de los cardos que antiguamente se utilizaban como púas-, peinado que desenredaba las fibras y las individualizaban en mechas finas. Pero no nos adelantemos. Digamos algo de la rueca y el huso. La rueca o filosa era un ingenio doméstico tan primitivo como eficaz que, eso sí, exigía habilidad y paciencia. Consistía en un pie de madera (peu d’ase) que tenía clavado un hierro delgado de tres palmos que servía para aguantar una caña de seis palmos en la que se hacían unas muescas que se agrandaban con pequeñas cuñas de madera, puntos en los que se sujetaba la pelota de lana (moixell) que se tenía que hilar. En cuanto al huso (fus), era un palo de madera, redondo y cónico que en su extremo más fino tenía una pieza metálica con una incisión, (s’osca), que servía para torcer el hilo y enrollándolo según se hilaba. Una vez lleno, el huso se vaciaba en el aspa (aspiar), bastón de tres palmos atravesado en su extremo por un bastoncillo menor, colocado en cruz, que servía para enmadejar el hilo en una enramada (ram), palabra que da dichos como: Al home casat a Vila / més l’hi valdría aspiar / es ram que sa dona fila’.

Tradiciones y leyendas

Esto de la enramada es lo que hacíamos cuando éramos niños, brazos en alto y separados que nuestra madre aprovechaba como soportes para pasar el hilo de un lado a otro y hacer la madeja de su labor. Finalmente, la enramada recogida en el aspa se pasaba a la devanadera (devanadora), jaula cónica de listones o cañas entorno a un eje vertical, que se hacia girar para devanar la lana y hacer el ovillo (cabdell), que dejaba el hilo dispuesto para tejer. Al llegar aquí y recordar el recorrido que hace la lana desde las ovejas a los hermosos jerseys que nuestras madres me parece un pequeño milagro.

Y no está dicho todo. Nos dejábamos la literatura, las tradiciones y leyendas que ha generado la hilandera que encarna la divinidad que en la entrada de una cueva hila el frágil hilo de la vida humana y teje su destino. Hilaban las moiras griegas, las Parcas latinas y las Nereidas. Hilaba Circe en la Odisea y con un huso se nos presentan Isthar y Atargatis. Más entrañables y próximas a nosotros, están las abuelas que en las rondallas, tot filant a la vora del foc, contaban viejas historias que cerraban con aquella fórmula que algunos recuerdan: Rere la porta hi ha un fus i s’ha acabat. Amén, Jesús. Y es que detrás de la puerta se dejaba el huso para volver a ovillar y desovillar la siguiente noche el hilo de una historia encadenada que conservaba el ritmo de la misma acción de hilar y deshilar.

La clave

Objeto mágico

Me explican que «a pagès, en fer-se fosc, solien aplegar-se les filadores, joves i velles, en una mateixa casa al voltant d'un sol llumener per estalviar oli, i tot filant enraonaven, contaven acudits i cantaven cançons; d’aquelles reunions se’n deien filades». La rueca, en fin, ha sido considerada tradicionalmente un objeto mágico, atributo de la Parca, que nos habla del poder destructor del tiempo, de cómo pasan los días mientras la hilandera hila y deshila la trama de la vida. ¡Una hermosa y terrible metáfora! «La filadora fila i fila la nostra vida, fins que s’acaba el fil i arriba la mort». Es el mensaje de siempre: Tempus fugit.

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