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Las coqueras de ses Variades

La costa que enlaza ses Coves Blanques con Caló des Moro se halla repleta de ‘cocons’ donde antaño se recolectaba la sal del agua evaporada. Hoy constituye una de las zonas más visitadas de Sant Antoni

Los ‘cocons’ de ses Variades y, al fondo, sa Conillera.

Los recuerdos son como piedras, el tiempo y la distancia los erosionan como el ácido. (Ugo Bett)

Los roquedales que se suceden por toda la costa ibicenca, allá donde no hay una orilla accesible, ya sea de arena, grava fina o cantos rodados, suelen estar repletos de coqueras. Estas oquedades, que los ibicencos llamamos cocons, van acumulando el agua de las salpicaduras de las olas, hasta que el sol la evapora, dejando una fina película salina sobre la piedra. Antiguamente, las coqueras constituían un recurso habitual y cercano para las familias que vivían cerca del mar, ya que además de acumular sal, junto a ellas se recolectaban lapas, bígaros y caracoles, con los que a menudo se improvisaban arroces.

Una importante extensión de coqueras aguarda en la costa de ses Variades, al pie del graderío donde se apostan los turistas a contemplar el crepúsculo junto al islote de sa Conillera. Dichos escalones conforman la tribuna más popular de este tramo de costa, dado que la elite se asienta en las lujosas terrazas de los bares que se suceden en este tramo del paseo, mientras consumen cócteles y combinados al ritmo de la música de los disc jockeys, que amenizan la caída del sol.

La grada viene a ser como el gallinero del teatro de ses Variades y a menudo se llena hasta el extremo que algunos turistas incluso acaban ocupando las propias coqueras

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La grada viene a ser como el gallinero del teatro de ses Variades y a menudo se llena hasta el extremo que algunos turistas incluso acaban ocupando las propias coqueras. Allí practican el botellón, siembran las rocas de cápsulas metálicas y contemplan a los faquires del fuego, que ofrecen su espectáculo a cambio de unas monedas. En paralelo a las rocas, el paseo marítimo, con un perfil que serpentea rompiendo la horizontalidad.

El enclave más concurrido

Ses Variades arrancan en la playa de ses Coves Blanques, al pie del ligero acantilado sobre el que se aposta el faro, hoy sala de exposiciones, que pasa desapercibido entre la desmesura de los vetustos y carcomidos bloques de apartamentos que lo flanquean y ensombrecen. A través del paseo, comienza un lento descenso hasta el nivel del mar, para continuar después hacia es Caló des Moro. Sorprende ver cómo la zona más desértica y olvidada del Sant Antoni de antaño, donde no había construcciones y que los militares convirtieron en campo de entrenamiento, hoy constituye el enclave más concurrido de la localidad, en el instante en que el día transmuta a noche y en las horas posteriores. El atardecer como ejemplo del valor de lo intangible.

En invierno, cuando la marabunta ya se ha replegado a sus capitales de origen, toman ses Variades los caminantes, los paseantes de perros, los atletas y los ciclistas. También los mariscadores ilegales, que aprovechan el retorno de estas especies, ahora protegidas, a los escollos donde rompe la mar.

Aunque el paseo muera en Caló des Moro y desde allí haya que andar sobre piedras y tierra, como se había hecho toda la vida, existe el proyecto de prolongarlo por el norte hasta Cala Gració, y por el sur, desde la playa de es Pouet hasta Port des Torrent. De esta forma se ampliaría la visión constreñida de la bahía a otra perspectiva más coincidente con su verdadera geografía. Y de paso, se renovaría la desastrosa infraestructura sanitaria que hoy ensucia los arenales del lado sur.

Ses Variades, en todo caso, representa un ejemplo de cómo los más olvidados rincones pueden evolucionar a los más deseados; siempre en función de la moda y los intangibles.

La única costa vacía

En toda la extensión del actual paseo marítimo que enlaza Caló des Moro con sa Punta des Molí, junto a la playa de es Pouet, la única costa hueca, libre de edificios, es el tramo de ses Variades, desde los bares de la puesta de sol hasta los apartamentos y hoteles situados junto a Caló des Moro. El gran descampado que existe en esta zona se halla pendiente de destino y nadie sabe qué ocurrirá con él. Pese a que podría convertirse en el gran espacio verde que necesita Sant Antoni, también existe la posibilidad de acabar completamente urbanizado, mimetizándose con el entorno saturado que lo rodea. Su actual indefinición, tal vez, sea lo mejor a lo que podemos aspirar.

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