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Imaginario de Ibiza

Es Banc, el eterno castigo de las olas

En plena finca de Can Marroig, en Formentera, aguarda un tramo de costa inhóspito, a merced del viento y el mar, donde se mantienen las ruinas de unos pocos varaderos. Cuesta imaginar el motivo por el que alguien elegiría tan desabrigado lugar para ubicar sus refugios marineros

Cuesta imaginar cómo alguien construyóvaraderos en un paisaje tan sometido al efecto de la erosión.

El romper de una ola no puede explicar todo el mar. (Vladimir Nabokov)

En es Banc, en la costa de poniente de Formentera, la labor corrosiva del mar es incesante. Las olas rompen sobre los escollos, que se asoman a la superficie y mueren con violencia sobre la orilla recortada de arenisca, allá donde los canteros extraían piedra para construir casas y fortalezas. Esta interminable labor de zapa agujerea y desgasta la roca hasta desmigarla golpe a golpe, cambiando el paisaje con mayor celeridad que en otras áreas donde la roca es más dura. Tal vez no haya otro enclave en la isla donde la naturaleza genere mayor sensación de impotencia. Al mismo tiempo, este estruendoso vaivén de espuma resulta tan hipnótico que doblega la voluntad del caminante, que, inconscientemente, se resiste a proseguir su recorrido.

Cuesta imaginar cómo alguien tuvo la ocurrencia de construir varaderos en un paisaje tan inestable y sometido al incesante efecto de la erosión. Tal vez resultara sencillo aprovechar las oquedades dejadas por los canteros de antaño, limitando el trabajo a instalar los postes y las traviesas, que se untaban con sebo para que los botes se deslizaran sobre ellas con suavidad, así como rematar la estructura con algunos tramos de muro de piedra seca e instalar un cañizo enrollable como puerta. Una colección de guaridas, sin embargo, abocada a la destrucción, como si el mar reclamase el lugar únicamente para sí.

Cuesta imaginar cómo alguien tuvo la ocurrencia de construir varaderos en un paisaje tan inestable y sometido al incesante efecto de la erosión

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La zona de es Banc está repleto de recortes y oquedades, tanto en la costa como hacia el interior. Fueron tallados por los canteros, a los que se les permitía extraer piedra de la finca de Can Marroig. A cambio, pagaban con su trabajo excavando zanjas que se rellenaban de tierra para cultivar vides en tan inhóspito paisaje, después de que, a finales del siglo XIX, la propiedad fuera adquirida por el mallorquín Antoni Marroig Boned. Esta piedra se empleaba para la construcción en forma de bloques, fáciles de tallar por su maleabilidad. Siglos antes también se usaron para erigir las murallas ibicencas, así como algunas de las torres de defensa que protegían el litoral pitiuso.

Tramo austero

Frente al esqueleto de los varaderos rotos, carentes de techo y la mayor parte de su infraestructura, sin barcas que den sentido a los caparazones de piedra, se vislumbra la costa del lebeche ibicenco, que cierra el islote de es Vedrà. Desde aquí no se contempla tan distante. Todo el tramo comprendido entre Punta Pedrera y Punta Savina es igual de austero. Roca y más roca, salpicada de vez en cuando por alguna sabina ensortijada que aún no ha sido vencida por el viento.

Esta sensación convulsa, sin embargo, se multiplica en el rincón de es Banc, donde la mera concepción de este lugar como salvaguarda o refugio se antoja inaudita. Constituye uno de esos lugares donde la sensación de soledad se propaga con fuerza y conecta con el pasado de miseria, necesidades y aislamiento que caracterizó a esta isla antes de que llegara el turismo, a mediados del siglo pasado.

Existen enclaves donde el paisaje invita a la nostalgia y a la introspección, y es Banc, sin duda, es uno de ellos. Merece la pena conocerlo, pero el tiempo justo para no quedar atrapado en su encantamiento.

El roquedal de Can Marroig

La finca de Can Marroig fue la más importante de Formentera. Aunque pertenecía a la iglesia, tras las desamortizaciones del siglo XIX pasó a manos privadas, adquiriéndola finalmente el empresario y político mallorquín Antoni Marroig, alcalde de Palma. Éste también se hizo con la propiedad de parte de las salinas de Formentera, construyendo el famoso molino de es Carregador, hoy sede de uno de los restaurantes más famosos de Formentera. 

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