Diario de Ibiza

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Memoria de la isla

El largo viaje del olivo

La historia del olivo hunde sus raíces en tiempos a los que no nos alcanza la memoria, de ahí su relevancia en la mitología. Sabemos, eso sí, que está en el mismo origen de la agricultura que practicaron los primeros pueblos del oriente próximo mediterráneo.

Olivo centenario.

La arqueología nos confirma con vestigios fiables que Ibiza ya tenía actividad oleícola en el 450 aC., lo que implica que el olivo ya se cultivaba en la isla desde mucho antes. Y si recordamos que la fundación de YBSM –nombre de Ibiza en las monedas- tuvo lugar a mediados del siglo VII, entre el 654 y 653 aC., parece inevitable concluir que los olivos tuvieron que llegarnos necesariamente con las primeras expediciones colonizadoras que Cartago envió a la isla y que absorberían la población fenicia anterior, fuese la que habitaba sa Caleta o en cualquier otro emplazamiento rural. Y no es descartable que incluso esta primera población fenicia, anterior a la fundación cartaginesa, familiarizada como estaba con el cultivo del olivo, -hecho que comentaremos-, lo introdujera a muy pequeña escala, como solían hacer, injertando asilvestrados oleastros.

Su cultivo extensivo, por supuesto, llegaría después con la población cartaginesa que entre los siglos V y III aC. encontramos dispersa en los abundantes establecimientos rurales que ya en nuestros años 70 recoge Miquel Tarradell en ‘Ibiza cartaginesa’: can Sorà, coll de cala d’Hort, can Roques, cala Vedella, cala Tarida, Sa Barda, cas Frare Verd, can a Jondala, cas Vildo, ca n’Ursul, can Cardona, can Vic, can Guasch, ca n’Arnau, can Sala, cas Pere Català y algunos otros. Y no está de más recordar aquí la referencia expresa que al temprano cultivo del olivo en nuestra isla hace Diodoro de Sicilia en base a textos de Timeo, geógrafo que vivió entre los siglos V y III aC: «Navegando hacia el oeste, después de Cerdeña, con una superficie parecida a la de Córcega hay una isla llamada Pitiüsa por los pinos que crecen en ella y que, aun siendo de fertilidad moderada, tiene abundantes viñas y olivos injertados a los acebuches». (Historicon Bibliotheke, V,16-17). Dicho esto, si recuperamos el largo camino que en el mundo antiguo mediterráneo recorrió el olivo, no podrá extrañarnos que, hace casi tres milenios, su cultivo en nuestra isla fuera ya común y reseñable.

Puede que los primeros vestigios del olivo sean las fosilizadas hojas del árbol datadas en el Plioceno, en el Paleolítico Superior y, sin ir tan lejos, en el Bronce ibérico. Sabemos que los egipcios lo veneraban y asignaron a la diosa Isis el privilegio de enseñarles su cultivo que practicaron en tierras de Alejandría, en el delta del Nilo, en el Fayun y la Tebaida. Las alusiones y representaciones del olivo son frecuentes en los jeroglíficos y en los sarcófagos de los faraones. Ptolomeo II dictó leyes que regulaban su cultivo, Ramsés III dedicó plantaciones exclusivas a conseguir el aceite que se utilizaba en las lámparas funerarias y también las tablillas micénicas nos hablan de la importancia que en el 2500 aC tuvo el olivo en la economía cretense. También sabemos que en los más antiguos establecimientos fenicios del sur ibérico ya existían olivares en el 1100 aC, cultivos que fueron creciendo a través de las relaciones económicas con Grecia. Y si hubo importantes plantaciones de olivos en el hinterland de Cartago, tiene sentido que las repitieran en Ibiza cuando pasó a ser colonia cartaginesa. Es la situación que, como hemos dicho, años después recoge Timeo. En los tiempos púnicos, por tanto, es ya incontestable la relevancia del olivo en toda la cuenca mediterránea, siendo que el aceite se convierte en un producto con el que se comercia a gran escala. Lo confirman las ánforas panatenaicas de nuestro museo y diría, incluso, que buena parte de las ánforas púnicas de origen ebusitano localizadas en establecimientos costeros de la Península Ibérica se utilizaron para transportar aceite. Pero no nos engañemos, no se trataba sólo de mercadeo como algunos han querido ver. Para los púnicos y para los otros pueblos mediterráneos, el olivo ha sido símbolo de paz, prosperidad, sabiduría, fertilidad, resurrección, inmortalidad y esperanza.

En la Biblia encontramos más de 400 menciones al olivo y ningún otro árbol ha tenido a lo largo de la historia la riquísima simbología y mitología del olivo. Ninguno ha merecido tanta admiración y respeto. Me atrevería a decir que, incluso hoy, es difícil no percibir ese mensaje mítico, arcano y casi religioso del olivo, esa fascinación que aún despiertan en nosotros los retorcidos troncos de nuestros olivos. Puede que no vivan mil años como dicen, pero su historia sí es milenaria. El olivo ha hecho un largo camino por el que podemos retroceder hasta nuestros mismos orígenes y, precisamente por eso, explican sin perder hilatura nuestra historia, toda la historia del Mediterráneo. El olivo es sobre todo cultivo, sí, pero es también culto y cultura.

50.000 olivos

Ibiza cuenta hoy con unas 280 hectáreas de olivares, repartidas en 415 fincas que suman cerca de 50.000 olivos. Poca cosa si tenemos en cuenta los datos que nos da la arqueología y, sobre todo, los que en tiempos más recientes recoge el Archiduque al recordarnos la importancia que tuvo el olivo en la antigüedad, cuando nuestro aceite tenía «fama de ser el mejor de las Baleares», una situación que poco tiene que ver con la que descubre cuando visita la isla a finales de siglo XIX y nos dice que, ya entonces, los ibicencos se limitaban «a conservar y aprovechar los ejemplares existentes, algunos viejísimos». Y si su cultivo ya entonces decaía, luego ha ido a peor. Todos sabemos que nuestra agricultura ha pasado estas últimas décadas por un tránsito penoso por mor del turismo que provocó el abandono de la tierra que, no obstante, ahora, muy tímidamente, parece que quiere recuperarse gracias a la meritoria apuesta de quienes tratan de devolverle a nuestros campos su identidad, sobre todo, a partir precisamente del vino y el aceite.

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