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Imaginario de Ibiza

El corredor en tanga y la torre de la Gavina

Formentera sigue proporcionando imágenes insólitas en el momento más inesperado. Sus parajes desnudos y sus monumentos aislados constituyen un escenario casi onírico

Mientras apuntaba el objetivo de mi cámara hacia el fortín en lontananza, un atleta semidesnudo pasó a mi lado como una exhalación.

La ciencia no me interesa. Ignora el sueño, el azar, la risa, el sentimiento y la contradicción, cosas que me son preciosas. (Luis Buñuel)

Ocurrió hace ya algunos otoños, en el transcurso de un atardecer sombrío, mientras deambulaba por el roquedal desabrigado que compone la costa de poniente de Formentera. Tras estacionar en el parking de Can Marroig y atravesar un bosquecillo de pinos y sabinas de tronco encrespado, puse rumbo a la torre de sa Gavina siguiendo el perímetro de la costa.

El territorio llano que se extiende entre las puntas de sa Pedrera y sa Gavina se eleva unos catorce metros sobre el nivel del mar, con una sucesión de escollos a sus pies. Aquel día las rocas bañadas por el mar, ya a punto de caer la tarde, tenían color chocolate y el océano irradiaba destellos de plata.

El cascajar que cubría la pampa formenterana, desértica y marciana, había que sortearlo a través de estrechos y sinuosos senderos de tierra, delineados por el trasiego de los caminantes a lo largo del tiempo. Entre ellos, sin duda, los propios torreros que en algún momento fueron destinados a columbrar el horizonte desde este erial, en busca de jabeques enemigos para alertar a la población en el instante en que aparecieran.

Mientras apuntaba el objetivo de mi cámara hacia el fortín en lontananza, un atleta semidesnudo pasó a mi lado como una exhalación, haciendo footing a ritmo de olimpiada. Cuerpo fibroso, pelo teñido con mechas cobrizas, un colgante circular oscilando en su cuello y un tatuaje tribal en el lado derecho, que descendía desde el omóplato hasta el gemelo, enroscándose en cintura, glúteo y pierna. Por todo atuendo, unos calcetines oscuros, unas deportivas profesionales de color encarnado y, sin temor a posteriores irritaciones inguinales, un taparrabos a modo de rudimentario tanga, improvisado con un trozo de tela viejo.

La más occidental de las cuatro torres

La torre de sa Gavina fue construida para otear la costa de poniente y es una de las cuatro que existen en Formentera, junto con las de Punta Prima, des Pi des Català i des Garroveret. Están complementadas por la de sa Guardiola, en el islote de s’Espalmador, y en Ibiza hay otras siete, construidas en su mayoría en la misma época.

En aquel instante tomé consciencia de que, a pesar de las hordas de italianos en ciclomotor y el pijerío acuático que fondea por todo su litoral, Formentera sigue siendo una tierra insólita, por momentos onírica, capaz de dejarte pasmado cuando menos te lo esperas.

La historia de la torre, memorizada para saborear cada palmo de piedra, se esfumó un instante, mientras recuperaba el aliento por el ataque de risa floja provocado por la aparición del runner exhibicionista. Mientras me reponía, sentado sobre el murete de piedra seca que se perdía hacia el interior de la vénda de Porto-Salé, en perpendicular a la costa, encendí la pantalla de la cámara digital y revisé las fotos capturadas, que me confirmaron que aquel individuo era real; que no lo había soñado.

Cualquier otra jornada me habría fijado hasta en el último recoveco de esta torre de defensa costera, que era parte del plan defensivo creado por la Corona española en el siglo XVIII. Incluso habría percibido que ésta aún conserva la estructura original, con la puerta en la planta alta, y que, sin embargo, ha perdido el garitón del matacán que sobresalía sobre ella, para protegerla en caso de asedio enemigo desde sus ocho metros de altura. Asimismo, habría recreado las dos plantas abovedadas del interior, con la escalera curva encastrada en el muro de dos metros y medio de grueso, la estancia de los torreros arriba, el polvorín y el almacén de víveres abajo, y la plataforma superior a ras de cielo con parapeto, desde donde el vigía ejercía su guardia.

Pero aquella tarde nublada únicamente pude cavilar en el misterioso corredor y en que la vida en Formentera sigue siendo un insólito acontecimiento, a medio camino entre las reminiscencias hippies que aún perduran, la importante colonia de náufragos que no quieren ser rescatados y una película de Almodóvar.

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