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Imaginario de Ibiza

Sa Caleta, tal como éramos

La orilla de esta playa, situada a los pies del poblado fenicio más importante de la isla, concentra más varaderos que ninguna otra. Aunque hoy ya solo alberga a un pescador profesional, sigue siendo un rincón de familias ibicencas, que disfrutan las jornadas dominicales junto al mar

No existe otra cala en la isla con tal cantidad de varaderos y tanta tradición pesquera.

En medio de este remolino de mundanidad que arrastra a Ibiza hacia un sumidero tan desconocido como inquietante, hay que acudir a lugares como sa Caleta para reconciliarse con la isla. Incluso en domingo, cuando las más de sesenta casetas que rodean por completo la media luna perfecta de su orilla bullen de actividad.

En todo su perímetro solo queda un pasillo de siete u ocho metros carente de varaderos, que se utiliza para que las embarcaciones que llegan sobre un remolque puedan botarse al mar. No existe otra cala en Ibiza con tal cantidad de varaderos y tanta tradición pesquera, y ahora que ya apenas quedan profesionales que salgan a diario a faenar y costear por la zona, sus refugios constituyen el epicentro del ocio veraniego de las familias.

Como antaño, la versión dominical de sa Caleta la conforman un aluvión de niños chapoteando sin tregua, los efluvios de las paellas que se cocinan bajo los sombrajos y las siestas eternas cuesta abajo, sobre los suelos inclinados de los refugios de los llaüts. Algunos de ellos disponen de una planta alta, destinada al descanso y a aportar las comodidades esenciales para una estancia breve. Otros incluso cuentan con placas solares que permiten alumbrar interiores y refrescar neveras, y también depósitos donde acumular agua dulce. A pesar de su rusticidad, la extrema inmediatez del mar los convierte en auténticos palacios.

De lunes a viernes, la atmósfera es radicalmente distinta pues la orilla y los varaderos se mantienen en hibernación hasta el próximo fin de semana, cuando las familias regresan y los pescadores aficionados vuelvan a probar fortuna por los alrededores.

Hace algunos años, era fácil encontrarse al famoso pescador profesional José Torres Costa, Piset, casi siempre remendando redes o preparando aparejos sobre la bancada de su llaüt, el ‘Jurel’, con su característico gorro de lana y un pitillo entre los labios. Permanecía amarrado a pocos metros de la orilla, oscilando suavemente por la corriente. Hoy le sustituye su hijo, que es el único pescador profesional con base en esta playa, aunque otro lo intentó a principios de temporada para acabar desistiendo por falta de personal. Tal vez el año que viene vuelva.

Observando la apacibilidad de este rincón perfecto, de agua cristalina y fondo atigrado por la posidonia acumulada, que deja lamparones de piedra o arena aquí y allá, no resulta extraño que los primeros fenicios se instalaran en la península a la que se aferra esta cala por el Este. Quién sabe si donde ahora hay varaderos y mar, antaño existieron viviendas, hornos y fundiciones. Se tiene constancia de que el área de poblado desenterrada por los arqueólogos apenas constituye una ínfima parte de la aldea que aquí allí existió y también que la propia península era en esa época mucho más extensa, pues las dentelladas de los temporales la han ido desgastando con el paso de los siglos.

Meterse en el agua y observar las casetas en silencio, desde el centro de la rada, es como situarse en el vórtice de un ciclón, donde la paz sigue reinando en medio del asedio.

La clave

El auténtico topónimo

Salvo los ibicencos que conocen bien la zona, el topónimo sa Caleta parece haberse trasladado a la orilla contigua, situada en el lado oeste de la península, que es mucho más arenosa y atractiva para quienes buscan bañarse con comodidad y tumbarse sobre mullida arena. Aunque ésta se llama es Bol Nou, la presencia de un reputado restaurante de pescado y arroces, que lleva el nombre de la cala de los pescadores, a veces confunde a los turistas. No es mal asunto, ya que eso, junto con una cartelería añeja y poco resolutiva, probablemente haya contribuido a que muchos de ellos acaben despistados, preservándose su atmósfera apacible.

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