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Sa Séquia y el puente de la malaria

Una zanja de agua salada, sobrevolada por un pequeño puente de marès, constituye uno de los hitos más importantes en la historia de Formentera | Fue impulsada por el obispo Carrasco para salinizar s’Estany Pudent

La acequia de fondo arenoso y agua cristalina.

Ni siquiera un mosquito después de la inundación, ¡Qué soledad! (Masaoka Shiki)

Si existe un fenómeno persistente e intrínseco al verano de Formentera es el zumbido de los mosquitos en el ocaso y el consiguiente aluvión de picotazos. Los lugareños parecen inmunes a este acoso perpetuo, como si los insectos despreciasen el perfume familiar de su sangre por los efluvios exóticos del plasma de los turistas, mucho más apetecible. A éstos, llegada la hora crepuscular, solo les queda cubrirse el cuerpo sin dejar recovecos a pesar del calor, o aplicarse repelente hasta enverdecer la piel.

Formentera, con esas aguas hipnóticas que bañan sus playas y roquedales, resulta tan bella que el hostigamiento de los parásitos enseguida queda relegado al olvido. Pero hay de aquellos que desembarquen en la pitiusa menor sin la protección adecuada. Los viajeros, sin embargo, desconocen que el fenómeno aún resultaba mucho más dramático hace dos siglos, cuando el Estany Pudent era un pantano salobre, de agua más dulce que el mar, donde los mosquitos criaban con tal frenesí que incluso producían brotes de malaria entre los isleños.

La enfermedad llegó a ser lo suficientemente preocupante como para atraer la atención del sexto obispo de Ibiza, Basilio Antonio Carrasco, que decidió hacer algo para atajar el problema. El prelado, que había llegado a las Pitusas en 1832 y permaneció en ellas hasta su muerte, en 1852, conocía bien Formentera y sus necesidades, ya que tenía mala salud y por prescripción facultativa pasaba temporadas en la Mola. Fue él quien ordenó construir, en 1851, el denominado Aljub del Poble, un aljibe donde se almacenaba agua dulce con dos capillas para extraerla a cubos, una a cada lado. El suelo del depósito está inclinado hacia la denominada Capella des Mijoral, que era donde se aprovisionaba la familia de Cas Barber, facilitadora del terreno y que seguía disfrutando de agua cuando al otro lado ya se había terminado. A la otra puerta, la Capella des Poble, acudían el resto de vecinos de la Mola.

De flamencos a hidroaviones

S’Estany Pudent ya aparece con este topónimo en documentos del siglo XIII, al poco de producirse la reconquista, aunque en distinta cartografía de los siglos XVII y XVIII se alude a él como estanque de los flamencos, por la presencia de estas aves, en una época en que los halcones también criaban en Cala Saona. Durante la Guerra Civil española se convirtió en una base de hidroaviones dependiente de la de la bahía de Pollença, en Mallorca, que permaneció operativa hasta los años 50.

Para contemplar el remedio a la malaria que puso en marcha el obispo hay que tomar el desvío a la salida del puerto de la Savina que conduce a la zona de Illetes y a es Pujols, cruzando sobre los estanques salineros. Tan solo 400 metros más adelante la carretera cruza una acequia de fondo arenoso y agua cristalina flanqueada de matorrales, que enlaza el Estany Pudent con el mar. A la izquierda puede observarse el puente de arenisca que la sobrevuela casi llegando al mar y que atraviesan a diario cientos de personas, a pie o en bicicleta. Se halla en pleno recorrido de un camino de tierra que enlaza el puerto de la Savina con la zona de Illetes. A su lado, dos antiguas casas, Can Teuet de sa Séquia, con sus características palmeras, aferrada al puente y, a continuación, Can Guasc de sa Séquia, que desde hace décadas alberga un popular restaurante.

Esos doscientos metros de paso hacia el mar en línea recta no solo salinizaron la laguna, posibilitando los estanques salineros, sino que provocaron un incremento de su tamaño hasta alcanzar los 3,5 kilómetros cuadrados que tiene ahora y que su profundidad se incrementara hasta los cuatro metros. Además, se convirtió en un criadero de peces, que se capturaban y conservaban en un vivero que existía al otro lado del puente, junto a la costa, allí donde las rocas han quedado recortadas como en las canteras. Sus huevas se secaban y exportaban a Barcelona. Hoy, la acequia y los restos del antiguo vivero conforman uno de los lugares más característicos y simbólicos de Formentera y de las penurias que acuciaban a sus paisanos.

Xescu Prats es cofundador de www.ibiza5sentidos.es, portal que recopila los rincones de la isla más auténticos, vinculados al pasado y la tradición de Ibiza

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