Diario de Ibiza

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Memoria de la isla

El llauner de Montgrí

Cuando aún no conocíamos el maldito plástico, de las manos del hojalatero salían toda clase de utensilios de latón y zinc, cubos, regadoras, ollas, embudos, bandejas, moldes para hacer cocas o pasteles y muchos otros cacharros domésticos, sobre todo de cocina

Se aplica en la soldadura. Toni Vidal

Los edificios y las fachadas de la Marina que conocimos hace 60 o más años permanecen, pero los vecinos son otros. De los establecimientos que ocupaban los bajos en el entorno de la calle Azara donde yo vivía sólo sobreviven el bar San Juan, la sombrerería Bonet y cas Selleter o ca n’Afro, hoy joyería. Que la ciudad haya cambiado es natural, pero ignorar la vida que tuvo es dejar huecos irrecuperables en el relato de la ciudad, de aquí la importancia que tiene rescatar los recuerdos que todavía tenemos de los lugares que habitamos, de los pequeños talleres, bares, tiendas y viejos oficios. Estas rayas hablan del hojalatero y del obrador que tenía en la esquina de las calles Guillem de Montgrí y Antoni Marí Ribas. Se llamaba Miquel Moncada, era forastero, estaba casado con una payesa y tenían un hijo al que llamábamos Miqueló, pero que no siguió el oficio de su padre.

El taller ocupaba un local a tal punto pequeño que sacaba todas las mañanas sus cacharros a la calle. Colocaba los más grandes, a punto de revista sobre la acera, calderos, cazuelas, baldes, braseros, lecheras, jarras, jofainas, faroles de carro, bebederos de aves, etc, y los más pequeños los colgaba en los portalones abiertos a la calle, ollas, regaderas, cacerolas, botes, bandejas, embudos, moldes de cocina, jarras, recogedores, aceiteras, las palas que utilizaban los colmados para trajinar las legumbres, ralladores de pan, candiles, coladores, etc. De aquella exposición recuerdo sobre todo la colección de medidas que, de mayor a menor, - de litro, de medio litro, de cuartillo y de medio cuartillo- tenía dentro del taller, en un estante. Si el día era bueno, el hojalatero sacaba su banco a la calle y allí hacía soldaduras, remaches y toda clase de apaños en los cacharros que los vecinos le llevaban abollados o con agujeros.

También hacía, si se terciaba, trabajos de fontanería, arreglaba las canales de las casas y afilaba cuchillos y tijeras con una muela que, encastrada en el canto de una mesa, movía con un pedal como el que en nuestra casa tenía la Singer. Tal vez sólo lo imagino, pero creo recordar que a nuestro hojalatero le hacía la competencia de uvas a peras un vendedor ambulante forastero que pasaba unos días en la isla y que, por las calles, además de vender toda clase de cachivaches de latón, también hacía apaños y ejercía de paragüero y afilador. De nuestro hojalatero de Montgrí tengo pocos recuerdos y tampoco he conseguido de terceros noticias de su oficio, de manera que he aprovechado una visita a Binissalem y a un pequeño pueblo de Gerona, donde todavía existen vestigios del oficio. Aprovechando una feria medieval que se hacía en el castillo de Monsoriu, pude contactar con la Llauneria Roura que participaba en el evento y de sus operarios que allí mostraban su trabajo pude conseguir los detalles aquí dejo y que, obviamente, no pueden diferir de los que, de haber podido, hubiera obtenido en la Marina de nuestro hojalatero.

AUTÉNTICOS ARTESANOS

El operario que me atiende me dice que el oficio estaba antiguamente emparentado con el de calderero, repujador, emplomador y forjador. Y que el hojalatero con buen oficio era un auténtico artesano, un verdadero orfebre que en ocasiones tenía que hacer trabajos delicados, caso de los que eran de hojalatería religiosa. En tales casos, el hojalatero hacía incensarios, fanales, candelabros y muchos otros objetos que, por sus filigranas, eran auténticas obras de arte. Y aquí lo dejamos. Vayan estas rayas como tardío homenaje a los anónimos maestros hojalateros con los que teníamos, como poco, la deuda de recordarlos.

La materia madre del oficio, naturalmente, es la hoja de lata, láminas de hierro de unos 80 x 50 cm., y un grosor aproximado de 0,3 décimas de milímetro, estañadas con un revestimiento de zinc por las 2 caras para protegerlas de la oxidación. Dado que este baño de zinc se aplica a muy altas temperaturas después de pulir la plancha de hierro y tratarla con cloruro amónico, cabe pensar que a nuestro hojalatero le llegaría el material ya preparado desde las fábricas de hojalata que entonces había en Valencia, Murcia y Alicante, sobre todo en Ibi, Crevillent, Totana y Picanya. El hojalatero trabajaba en un banco macizo y rectangular de madera que tenía un cajón para las herramientas más comunes, con una cantonera de hierro en su parte anterior para hacerle pestañas a la chapa. Elementos imprescindibles en su trabajo eran toda una serie de moldes y plantillas para que fueran muy precisas las formas y exactos los tamaños de los objetos que hacía.

Tijeras y tajaderas

En cuanto a las herramientas, entre muchas otras, utilizaba tijeras y tajaderas de distintos tamaños para cortar las chapas, mazas de hierro y de madera que podían tener la cabeza plana y redonda, compases para dibujar los círculos de las tapaderas y los fondos de las vasijas, trallas, bigornias de punta cónica, punteros para marcar la hojalata, canutilleras para acanalar las planchas, tenazas, troqueles que permitían cortar las piezas con un golpe seco y luego estaba el fornell, una especie de bote con 3 patas y un asa que permitía moverlo de aquí para allá y en el que se mantenía el fuego para calentar los soldadores, varillas de hierro con empuñadura de madera que en su extremo final tenían una punta de cobre achaflanada para estañar.

Los lingotes de estaño los fundía el hojalatero al 50 % con plomo en una sartén. Y era también necesario el salfumán que rebajado con zinc se untaba en la hojalata antes de soldarla.

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