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Aniversari

La ratonera de la originalidad

A pesar de su calidad literaria, ‘Alicia en el país de las maravillas’ y ‘A través del espejo’ no han tenido un reflejo a la misma altura en el cine

Cartel de 1903 de la adaptación cinematográfica. Fernando Alomar

Ante la mención de ‘Alicia en el País de las Maravillas’ me vienen a la cabeza ‘El Principito’, ‘El Barón de Munchause’n y apurando mucho hasta ‘El Quijote’. Estos ejemplos tienen en común una originalidad desbordante, arrasadora, tan epatante como alejada de la realidad. Ese podría ser el motivo de que ninguna adaptación al cine de esas obras sea memorable. Centrándonos en la doble obra de Lewis Carroll, sus pilares son a) Una protagonista muy inquieta y rebelde; b) Una historia sin arco, una sucesión de episodios; c) Un coro de personajes (humanos y animales) muy extravagantes; y d) Un diluvio de juegos de palabras y acertijos matemáticos, muchos de ellos referencias a la actualidad victoriana de entonces.

Cartel de 1903 de la adaptación al cine.

Cartel de 1903 de la adaptación al cine.

Aunque todos ellos son muy resultones y entretenidos en formato impreso, devienen un muro para la gran pantalla. Salvo el primero, la vitalidad de la chica, el resto de las señas de identidad del libro apenas dejan resquicio a los cineastas para que aporten su grano de arena, en el libreto o la puesta en escena.

Aceptando las limitaciones de la obra, un clásico de la literatura infantil, la versión más reciente (Tim Burton, 2010 y 2016) es digna a secas. El propio director reconoció que nunca conectó del todo con Lewis Carroll. Se embarcó en el proyecto como parte de un acuerdo con la Disney que le permitió rodar una obra más personal, ‘Frankenweenie’. Tanto en ‘Alicia…’ como en su secuela ‘A través del espejo’, la animación digital era la pared maestra de la producción. Eso multiplicó el impacto visual y constriñó a los actores, a los que costó meterse en el papel rodando ante un telón verde. El final de la primera parte es además otra gran cesión a Disney; el combate contra el monstruo Jabberwocky es un clímax calcado al de muchas películas de acción. Y la secuela transpira acomodamiento, abulia.

Más inspirada, aunque hayan pasado casi nueve décadas, es la versión de Norman Z. McLeod (1933). Con las limitaciones de la época, blanco y negro y peluches demasiado evidentes, traslada bastante bien el espíritu de la obra. En YouTube hay un interesante montaje resumido que compara este filme con la versión de Disney (1951) en animación 2D. Esta última se ajusta demasiado a los mandamientos de la productora en algunos aspectos (la belleza virginal de Alicia) pero se suelta la melena con escenas más locas como la partida de ajedrez. Y aprovecharon el filón adaptando fragmentos de la obra para cortos de Mickey Mouse y el Pato Donald.

Mucho más que una reliquia es la primera versión, un corto mudo dirigido por Cecil Hepworth y Percy Stow en 1903. Y como spin offs, historias tangenciales, varios filmes desarrollan el poema Jabberwocky, incluido en la primera obra de Carroll. La versión más conocida es la dirigida por Terry Gilliam (1977) recién independizado de Monty Python. Aparecen varios de esos cómicos como actores y se evidencia, pena, que no participaran en el guión.

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