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Imaginario de Ibiza

La plaça del Sol y el ‘horror vacui’

Se dice que algunos pintores padecen una suerte de miedo al vacío, que les impide dejar espacios despejados en sus cuadros. La conjunción de escalinatas, muros de piedra y elementos arquitectónicos que confluyen en la desembocadura del pasaje del Portal Nou recuerdan la obra de uno de los artistas que mejor han definido este síndrome

Zona de la plaza del Sol que recuerda un cuadro de Escher. X.P.

Todo nuestro conocimiento tiene su origen en nuestras percepciones. (Leonardo da Vinci)

A Maurits Cornelis Escher (1898-1972), al que algunos críticos de arte han definido como el genio de lo imposible, es uno de los pintores realmente insólitos del siglo pasado. Mediante la técnica del grabado trasladaba al lienzo ilusiones ópticas, juegos visuales basados en sucesiones e inesperadas simetrías, que hoy siguen asombrando a quien los contempla por primera vez. El artista holandés vivió en distintos países de Europa y también viajó a España, donde se obsesionó con la Alhambra de Granada y los intrincados detalles decorativos, fundamentados en patrones matemáticos, que saturan las paredes y techos del monumento sin dejar espacios en blanco; eso que los historiadores del arte denominan horror vacui o miedo al vacío.

El apellido Escher resulta desconocido para los profanos, pero es extraño que alguien no haya visto alguna vez una reproducción de sus obras. Las más famosas exhiben un hipnótico paisaje de escaleras donde la gravedad desaparece, con perspectivas imposibles por las que pasean caminantes cabeza arriba, cabeza abajo o proyectándose hacia el espectador mediante nuevos ángulos inverosímiles que huyen del plano horizontal. De esta forma, esboza un paisaje multidimensional de caminos que se cruzan, se separan y se reencuentran. Y lo hace recreándose en los detalles, sin dejar espacios en blanco, como las yeserías nazaríes.

La Plaça del Sol, que ejerce de umbral del baluarte de Sant Pere y el Portal Nou, es probablemente el rincón de Ibiza que más se parece a un cuadro de M. C. Escher. Aunque su tamaño resulta inferior a la Plaça de Vila –accesible a corta distancia a través de los pasajes de Sant Antoni y Santa Creu, que deambulan entre edificios blancos–, constituye una de las mayores explanadas del recinto amurallado y un auténtico balcón al viejo ensanche de la ciudad, con la Plaça del Parc a los pies. Siguiendo el adarve en línea recta hacia el Este, a través de la Ronda d’Antoni Costa Ramon, también enlaza con el baluarte de Sant Joan.

La clave

La ruta esencial de Dalt Vila

La Plaça del Sol constituye una parada imprescindible en un recorrido por el recinto amurallado. Aunque siguiendo las callejuelas interiores enlaza con todo el entramado de Dalt Vila, la experiencia de descubrirla resulta aún más emocionante al descender desde el frontal del Castillo por el adarve y gozar de las vistas hacia la costa y la ciudad. Con el paso de los años, además, se ha convertido en uno de los espacios más apacibles de la fortaleza.  

Para disfrutar de una sensación parecida a la que se paladea frente a un cuadro de Escher, hay que apostarse a continuación de la tupida arboleda que cubre el centro de la plaza, proporcionando una impagable sombra a las terrazas de los restaurantes, unos pasos antes de la entrada al baluarte de Sant Pere. Éste, por cierto, sigue siendo uno de los rincones menos conocidos de la fortaleza, pese a estar musealizado con interesantes contenidos que versan sobre el proceso de construcción de las murallas renacentistas y las dificultades que se presentaron en el transcurso de las obras.

Espectáculo de escalinatas

Desde allí, de espaldas a la ciudad nueva, se abre el mayor espectáculo de escalinatas que ofrece Dalt Vila y, tal vez, la propia isla. Como en los grabados del holandés, pasadizos y escalones se superponen y entrecruzan para confluir en la esquina de la plaza. De frente, la denominada calle del Portal Nou, toda ella una sucesión de escalones de piedra viva, de anchura irregular, partidos al inicio por un murete de idéntico material que rompe con la estructura apaisada. Conducen a las calles altas de Santa Anna y Sant Josep, donde aguardan un par de torres de la vieja muralla medieval que erigieron los árabes.

A la derecha, el pasaje cuesta abajo, también escalonado, que enlaza con el Parque Reina Sofía a través del Portal Nou, y, desembocando a la misma altura que éste y después cruzándolo por encima, los peldaños de huella interminable que descienden de la Ronda Calvi y el Cavaller de Sant Lluc. Remata el conjunto el arco de acceso al propio baluarte. Probablemente el lugar más inesperado de Dalt Vila y otro ejemplo tridimensional de horror vacui, pues las formas arquitectónicas, entre escaleras, muros y edificios, se adueñan de toda la perspectiva.

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