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Dominical | Reportaje

Es Vedrà resucita sin las cabras

La eliminación de rumiantes ha permitido la recuperación de la flora endémica de es Vedrà. Diario de Ibiza acompañó el pasado15 de mayo a cuatro botánicos, entre ellos Joan Rita, que conoce el islote desde hace más de 30 años, para comprobar la evolución del islote: donde antes quedaban sólo rocas y tierra, ahora hay prados.

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Es Vedrà resucita sin las cabras J.A. Riera

La doble imagen que hay sobre estas líneas ilustra la evolución del islote de es Vedrà entre los años 2016 y el pasado 15 de mayo. Queda en evidencia cómo de un terreno yermo, arrasado, con apenas vegetación, pedregoso y que padecía una fuerte erosión, se ha pasado a uno frondoso, repleto de hierbas y arbustos floridos. La evidente diferencia que hay entre una imagen y otra se debe a una sola razón: ya no hay cabras. Técnicos de la conselleria balear de Medio Ambiente reiniciaron su eliminación hace justo un año. Parece que definitivamente, no como en 2016, cuando bien porque quedaron algunas vivas o porque alguien repobló el islote, volvieron a expandirse y a aniquilar la vegetación endémica.

Joan Rita entre ‘Diplotaxis ibicendis’. | J.A.RIERA

Eva Moragues, técnica del servicio de Protección de Especies del Govern, redactó en octubre de 2014 (cuando la presencia de cabras era masiva) un informe en el que advertía de que el estado de conservación de la flora del es Vedrà era «muy negativo, con una pérdida muy considerable de biomasa, cobertura, diversidad y mal estado vegetativo de las plantas». Moragues alertó entonces de que existía una afección «clara y grave» sobre las especies endémicas, como Santolina chamaecyparissus ssp. vedranensis, Galium friedrichii y Teucrium cossonii ssp. punicum, y protegidas o catalogadas, como Biscutella ebusitana, Asperula paui ssp. paui, Silene hifacensis o Crithmum maritimum. El efecto de la degradación provocada por las cabras afectaba incluso a la flora arbórea, como los acebuches, las sabinas y los pinos, de los que hasta devoraban sus cortezas. Los arbustos sólo crecían «a pocos centímetros del suelo» y presentaban las ramas más exteriores «secas o muertas». No había plántulas de especies perennes. Algunas sabinas centenarias «empezaban a morir». Todas las especies endémicas y singulares, «que hacen de es Vedrà un islote de importancia florística», crecían sólo en lugares inaccesibles. El suelo, como se aprecia en la imagen superior, padecía en toda la isla «fuerte erosión, descompactación y nitrificación», esta última por el reguero de cagarrutas que dejaban los rumiantes a su paso. Moragues ya consideró entonces que la densidad de cabras que había era «incompatible con la conservación del patrimonio natural del islote y su carácter de reserva natural», y afectaba a los valores por los cuales fue incluido en el sistema Natura 2000. Es más, avisaba de que los efectos de semejante degradación podían ser «irreversibles».

A la izquierda, falda de es Vedrà a unos 250 metros de altura en el año 2016. A la derecha, la misma zona hace una semana. | JOAN RITA

Siete años más tarde, aquella situación empieza a cambiar. Se ha demostrado que sin cabras hay paraíso. Las primeras señales de que la vida vegetal renace exuberante en es Vedrà se perciben nada más desembarcar en la vertiente septentrional de su abrupta costa. El botánico Joan Rita, profesor de la Universitat de les Illes Balears (UIB) que lleva visitando el islote desde finales de los años 80, regresó allí el pasado sábado 15 de mayo en compañía de la doctora en Botánica Joana Cursach, del biólogo Francisco Fuster y del doctorando Miquel Capó, que redacta una tesis titulada ‘Efectos de la herbivoría en la flora insular balear’. El objetivo de los cuatro biólogos era comprobar el estado de las nueve parcelas fijas distribuidas en diferentes emplazamientos del islote, que estudian desde hace un lustro: son cuadrados de 10 por 10 metros en cuyos vértices hay clavados unos pivotes de hierro. Hace cinco años, nada más llegar veían fácilmente esos hierros: ahora es difícil porque los oculta la vegetación.

Los cuatro botánicos analizan qué plantas hay en una de las parcelas más elevadas de es Vedrà, que hasta hace cinco años era un pedregal.

El camino de ascenso hasta la cumbre -en la cresta de es Vedrà, en cuya falda meridional se hallan siete de las nueve parcelas- es, más que empinado, vertical. Rita y sus acompañantes se emocionan en los primeros metros, al comprobar cómo brota una Withania frutescens cerca de la base, o emerge la Biscutella ebusitana a 127 metros de altura, «un indicador muy importante de que esto está cambiando, de que ya no hay presión. Antes no había ninguna en esta ladera», afirma Rita. La ruta de ascenso, en la que hay tramos donde hay que aferrarse a las rocas como Tommy Caldwell cuando trepó por El Capitán, está llena de hierbas altas, frondosas, que cubren hasta el pecho. Parece, por momentos, una selva, incluso tapan el inestable suelo pedregoso, por el que resbalan los científicos: una mano agarra a tiempo a Cursach antes de que caiga ladera abajo; Rita se estampa contra un enorme pedrusco; los reflejos permiten coger en el aire una roca de un kilo antes de chocar contra el pecho; un pie detiene otra de cuatro kilos a punto de caer en vertical sobre la cabeza del fotógrafo… Con las manos despellejadas y el vértigo en el cuerpo, es difícil olvidar que un veterinario de la Universidad Autónoma de Barcelona elaboró un informe (encargado por la consellera de Podemos Viviana de Sans) en el que aseguraba que era posible extraer vivos de allí a los rumiantes. Aquel veterinario analizó es Vedrà con prismáticos desde los acantilados de Cala d’Hort. Nunca pisó, tal como admitió, este islote.

Miquel Capó rodeado de daucos floridos, la flor predilecta de los rumiantes que habitaban el islote. | J.A.RIERA POR JOSÉ MIGUEL L.ROMERO

A 150 metros, Rita muestra una Santolina chamaecyparissus L. var. Vedranensis. Sólo crece en ese islote. En ninguna otra parte del mundo. Está impecable, como recién comprada en un vivero, con todas las hojas y flores intactas: «Aunque no es palatable [tiene mal gusto] las cabras se las comían porque tenían mucha hambre». Tampoco lo es el Teucrium cossonii ssp. Punicum, de bellísimas flores malvas, antes escaso, pero que ya brota por doquier. Los botánicos se asombran del tamaño de algunos: «Parecen cojines», por lo esponjosos. Sin cabras, están inmaculados. La Diplotaxis ibicencis, con flores de intenso color amarillo, «se ha expandido de manera impresionante» por esa vertical: «Está como en los años 80, es la misma imagen que entonces», comenta nostálgico Rita, que llevaba lustros advirtiendo de que o se erradicaban ya las cabras o es Vedrà moriría. Al fin ve la luz. Le hicieron caso a tiempo. «La diplotaxis es la que está recuperando terreno más rápidamente. Luego vendrán el resto de plantas, que son más lentas y de las que hasta hace poco sólo quedaban muñones tras el paso de las cabras», afirma. Como de la Silene hifacensis, de las que muestra una florida que brota en una pared inaccesible…. Para nosotros, no para las cabras.

Inmaculado ‘Teucrium cossonii ssp. Punicum’ florido. | J.A.RIERA

A 237 metros de altura coronan la cresta de es Vedrà, que recorre, como si fuera la columna vertebral de un dragón, el islote de punta a punta, desde el Picatxo de Tramunana (382 metros) hasta es Cap de sa Bestorre. Allí comienzan las exclamaciones de admiración de los cuatro botánicos. No es para menos. Lo que hasta hace poco era un erial pedregoso, ahora es un prado de diplotaxis. La ladera empinada está alfombrada, hasta el mar, por sus flores amarillas y sus hojas verdes. Antes, ese collado era pardo (por la tierra reseca) y naranja (por los líquenes de las rocas). Hay tantas diplotaxis y daucus que no encuentran los pivotes de las parcelas. El talud está lleno, además, de Helichrysum rupestre, «desaparecida en los años 90» de esta zona, apunta Rita.

Joana Cursach examina qué plantas hay en una de las nueve parcelas perimetradas.

Los senderos, antes marcados y erosionados por las pisadas de las cabras errantes, empiezan a ser colonizados por las plantas. Incluso las gaviotas aprovechan para anidar en ellos: ya no corren peligro de que rompan sus huevos o maten a sus polluelos de un pisotón.

Tras localizar las parcelas, extienden las cintas métricas por sus laterales (10 metros) y por la diagonal, que prolongan más allá de su vértice, hasta los 20 metros. Cada 10 centímetros anotan lo que encuentran. La mayor parte son diplotaxis y Daucus carota, por cuyas flores sentían debilidad las cabras y no dejaban ni una: «¡Están blancas! El cambio es brutal», exclama Capó al ver un prado repleto en la ladera que asciende empinada hasta el Picatxo de Tramunana. Eran «las predilectas» de las cabras. La hoja en la que detallan cada planta contiene un apartado específico para «suelo vacío» y para «roca», por ser antaño tan abundantes. Ya no, deberán suprimirlo. Ahora, a 265 metros de altura, abundan también Suaeda vera, Ballota hirsuta, Chenopoduim murale, Lamarckia aurea, Malva parviflora, Brachypodium retusum…

Esta «espectacular» recuperación del islote no ha sido fácil y ha dejado daños colaterales en el camino, como bien sabe el exconseller ibicenco de Medio Ambiente Miquel Vericad, que sufrió el acoso y las amenazas de algunos animalistas. A Vericad, apasionado por los haikus, seguro que le consuela, visto el renacimiento de es Vedrà, releer ahora el que el vicealmirante nipón Takijiro Onishi, máximo responsable de los kamikazes, compuso para que sus pilotos entraran en estado zen al imaginar cómo quedaría el paisaje tras la batalla: «El aire es transparente/ tras la tormenta/ y la luna parece muy serena». Ahora, en es Vedrà, también.

Sobran los herbívoros introducidos

Miquel Capó, uno de los biólogos desembarcados en es Vedrà, redacta una tesis titulada ‘Efectos de la herbivoría en la flora insular balear’. Estudia los daños que producen los herbívoros introducidos (los no nativos) en los islotes, como las cabras en es Vedrà y los conejos (ya erradicados) en s’Espartar. Tiene cinco capítulos. El primero evalúa la protección de la flora endémica contra esos herbívoros: «Hemos comprobado que la mayoría de especies sin protección sobreviven en las paredes, en los acantilados, en los taludes, mientras que las que están protegidas son muy abundantes en zonas donde no hay cabras ni conejos. Eso demuestra que los herbívoros condicionan dónde viven las plantas».

El segundo capítulo se entra en la tolerancia: cómo la planta es capaz de soportar que un herbívoro se la coma pero pueda rebrotar y florecer. «Hemos comparado la Medicago citrina con su especie hermana, la Medicago arborea, común en Europa y que se usa como forraje. A pesar de ser hermanas, la que históricamente ha coexistido con herbívoros naturales puede rebrotar sin ningún problema y hace la fotosíntesis igual, mientras que la Medicago citrina, que siempre había vivido en islotes sin cabras ni conejos, ha perdido esa capacidad y es, por tanto, más vulnerable.

Miquel Capó en es Vedrà. J.A.RIERA

El tercero es sobre la biología reproductiva: cómo afectan los herbívoros a la producción de semillas y a la fructificación de las plantas. «En este caso hemos estudiado los conejos: donde los hay, se pierden muchas flores y muchas semillas y frutos. La planta sobrevive, pero no hay una segunda generación, no hay reclutamiento para otra generación». En el cuarto capítulo examina la estructura poblacional: «Hemos usado una planta de la que en Eivissa sólo hay una población muy concreta en es Vedrà y es más común en Mallorca y Menorca: Euphorbia dendroides (lechetrezna o lletrera arbustiva). Analizamos si la gestión de las cabras en Mallorca podía beneficiar al reclutamiento y a la estructura de la población, que toda la dinámica funcione bien, con ejemplares jóvenes, adultos, que las semillas germinen… Y vimos que si hay cabras y no se gestiona su población, desaparece la planta: sólo quedan adultos viejos, a punto de morir. En las zonas donde se gestiona la presencia de herbívoros o no los hay, la estructura está muy bien.

El último capítulo es el más cercano a las Pitiüses: cómo los herbívoros afectan a la flora en hábitats microinsulares, que son los más vulnerables. Han estudiado s’Espartar, donde proliferaban los conejos hasta hace un lustro, y es Vedrà, por cómo afectaban las cabras. «En este último caso, como hasta hace un año no se eliminaron totalmente, nos hemos adaptado a lo que supuso la reducción drástica de la población en 2016. No es lo mismo, pero ya hay señales significativas». En este caso no analizan plantas específicas, sino cómo se recupera la comunidad, y qué plantas se benefician primero de la ausencia de cabras, en este caso, las Diplotaxis ibicensis y el daucus. Las dos reducciones de poblaciones de cabras efectuadas desde 2016 (la última desde mayo de 2020) «han sido muy positivas para la vegetación de es Vedrà», afirma Capó: «Si no se erradica del todo, se volverá al estado inicial y la comunidad quedará afectada. Hoy nos hemos puesto muy contentos al ver cómo está esta ladera de es Vedrà, pero si no se erradican del todo, dentro de cinco años volverá a estar como antes». Como en la foto de 2016, arrasado. La conclusión de este capítulo de la tesis es que «se tiene que erradicar completamente la cabra de es Vedrà». «En s’Espartar, la estrella ha sido la Medicago citrina, que se ha recuperado de manera espectacular, es un ejemplo de cómo una planta renace tras la erradicación de un herbívoro introducido».

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