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Dominical | Reportaje

El endemismo que renace s’Espartar

Hasta hace una década, La planta ‘medicago citrina’ sobrevivía arrinconada en los verticales acantilados de s’espartar, pero desde que se erradicó el conejo ha vuelto a colonizar el islote.

Joan Rita en una zona cubierta de medicago que hasta hace poco estaba llena de calvas. | J.M.L.R.

Si la Medicago citrina sigue recuperándose de esta manera habrá que rebautizar a s’Espartar con su nombre». El comentario lo hacía hace un año un agente de Medio Ambiente tras comprobar cómo ese arbusto empezaba a proliferar en ese paraje de las reservas naturales de es Vedrà, es Vedranell y los islotes de Ponent. «En peligro crítico», según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), esta planta, considerada la joya de s’Espartar y que se puede hallar en escasos lugares, como el archipiélago de Columbretes, fue, literalmente, pasto de los conejos hasta el año 2010, momento en el que los técnicos de esas reservas comenzaron los trabajos de erradicación de ese animal con una serie de medidas que se extendieron a lo largo de cinco años. No fue fácil acabar con ellos, tanto por la orografía del terreno como por la elevada capacidad de adaptación de los conejos, tan listos que el antiguo patrón de la barca que vigila la zona llegó a decir de ellos que parecían «universitarios».

Una vez extinguidos, la recuperación de la vegetación del islote durante el último lustro ha sido espectacular, especialmente de alfalfa arbórea (Medicago citrina), que de estar arrinconada en los verticales e inaccesibles acantilados del norte (adonde los conejos, salvo que fueran alpinistas, no podían descolgarse, por muy universitarios que fueran) ha comenzado a extenderse inexorablemente por las laderas de s’Espartar, incluso formando espesos bosquecillos.

Cochinillas en un tronco de ‘Medicago citrina’. | J.M.L.R.

Más de dos millares

Joan Rita, profesor de Botánica del departamento de Biología de la Universitat de les Illes Balears (UIB) y experto en la vegetación de los islotes pitiusos, lo volvió a comprobar el pasado viernes 30 de abril junto a la botánica Joana Cursach, también profesora del departamento de Biología de las UIB, y el biólogo Francisco Fuster. Las consecuencias de la eliminación del herbívoro son patentes en toda la isla: de no haber ninguna alfalfa arbórea más allá de los acantilados antes de 2014, ya pueblan una amplia extensión de las inclinadas laderas de s’Espartar. Los técnicos de las reservas contabilizaron alrededor de 1.500 en 2019, de las que un millar se encontraban en zonas accesibles y el resto colgadas de las paredes abruptas de los precipicios de la cara norte. En el último recuento, realizado en julio de 2020 por Rita y su equipo mediante geolocalización (no a ojo), ya registraron más de dos millares. S’Espartar se ha convertido así en la mayor reserva de esa planta, al contener dos terceras partes de las contabilizadas en los islotes y en el Levante de España.

Semillas y hojas de medicago.

Semillas y hojas de medicago. José Miguel L. Romero

Confinada en siete zonas

Tras el ascenso desde es Racó de sa Grava, un acantilado de unos 40 metros de altura y de fuerte pendiente que hay que escalar como cabras, agarrados a salientes de rocas que se desprenden con facilidad y a troncos resecos, Rita muestra unos planos de cómo era la situación de la Medicago citrina en 2010, cuando comenzó la eliminación de los conejos: estaba confinada en siete áreas muy concretas de los acantilados, así como en tres puntos (minúsculos en el mapa) abruptos del resto de la isla.

Desde es Pujol des Ullastres, a unos 69 metros de altura, el botánico explica que ahora ya se puede hallar en todas las laderas que desde allí descienden hasta el mar y de punta a punta del islote, pero sobre todo en las zonas con menos insolación. «Lo que aquí ha ocurrido es un ejemplo de que a veces se hacen esfuerzos muy grandes y poco exitosos por reintroducir una especie, cuando basta con eliminar el factor de amenaza [el conejo en s’Espartar] para que la planta se extienda por sí sola». También demuestra, a su juicio, «la importancia de conservar a toda costa una población remanente [la de los acantilados] aunque sea pequeña», de manera que se recupere de manera natural en cuanto se den las condiciones propicias.

Madriguera de conejos. Alrededor no dejaban vivir una sola planta. | J.M.L.R.

Rita considera que s’Espartar «es un ejemplo espectacular de cómo una especie en peligro logra revivir si se elimina su amenaza, en su caso los conejos». «Sin ellos, la Medicago citrina ha podido crecer y expandirse por todo el islote de manera espectacular. Es un caso clarísimo de cómo la introducción de una especie de herbívoro invasor, que no pinta nada allí, tiene un efecto brutal en un paraje tan delicado. Y cómo, cuando lo quitan, renace. En es Vedrà sucede lo mismo: «Las cabras frenaron la recuperación de ese islote». Pero ahora, sin esos rumiantes, todo ha cambiado allí.

El endemismo que renace s’Espartar J.M.L.R.

Sin conejos que se comieran sus sabrosos brotes, la alfalfa arbórea demostró su extraordinaria capacidad de recuperación: «Adquiere la madurez sexual muy rápido, de manera que enseguida produce semillas. Esa es una ventaja biológica que le ha permitido una rápida diseminación», explica Joana Cursach mientras muestra su característico fruto, unas vainas espiriladas que, cuando se secan, caen al suelo. «En sólo un año ya tienen flores y cada planta puede generar muchas semillas», detalla la botánica. Su recolonización motea ahora s’Espartar de un intenso color amarillo.

Latinajos en el islote

Desde el acantilado del desembarco, en el este, hasta el otro extremo, en el oeste, el denominado Racó des Freuetó, hay unos 800 metros en línea recta. Los tres científicos invierten unas cinco horas en recorrerlo. Tardan tanto por dos razones: primero, porque el terreno no es llano, sino ondulado, con continuas subidas y bajadas, y está alfombrado por rocas y extensas praderas de esparto, en algunas zonas tan espesas que hay pisarlas para atravesarlas; segundo, porque caminan con la cabeza gacha, husmeando como perdigueros el suelo para chequear su flora. No hay senderos marcados y se trastabillan y magullan a menudo con las ramas secas y leñosas: «Ojo -avisa Rita- no toques esa ruda, que provoca irritación». De vez en cuando gritan (tienen que alzar la voz porque caminan separados varios metros y las gaviotas no paran de graznar... y de caer, amenazantes, en picado hasta casi rozar sus cabezas) latinajos (¡carlina!, ¡mercurialis!, ¡centaura!, ¡fumana!, ¡diplotaxis…!), los nombres científicos de las plantas, aunque por la efusividad con que los pronuncian parezca que lanzan hechizos (¡Avada kedavra!) a lo Harry Potter. Fuster anota la existencia de esas plantas en la plantilla de un inventario (de especies y de cantidades de estas), mientras Rita las añade con bolígrafo en un largo listado que, al acabar la jornada, ocupa varias páginas de su cuaderno de campo. «Cada islote de estas reservas es un mundo. Es un privilegio estar aquí», exclama satisfecho el biólogo.

En ocasiones buscan plantas tan diminutas que, admiten, no se dan cuenta de que a su lado las hay de gran tamaño... como un pino (¡pinus!) que casi escapa a la visión periférica de Rita. En el caso de Cursach, es por deformación profesional: busca lo diminuto. Su tesis (dirigida por Joan Rita) se basó en tres especies endémicas en vías de extinción (dos de Mallorca y una de Menorca: Apium bermejoi, Naufraga balearica y Ranunculus weyleri) «que son muy pequeñas». La botánica lleva en un bolsillo un pequeño cuentahilos de 10 aumentos, una lupita que le permite observar los detalles de esos minúsculos vegetales, pequeñas diferencias que distinguen a unos de otros. Por ejemplo, las que hay entre dos caléndulas del islote, la tripterocarpa y la arvensis.

Bosquecillos de medicago

En la zona noreste de s’Espartar, cerca de es Mac des Suro, «no había ni una Medicago citrina en 2010», recuerda Rita. Ahora las hay por todas partes, algunas ya robustas. Miles de mariposas Vanessa cardui sobrevuelan esa área y se posan sobre sus flores y hojas.

Las laderas de la zona oeste son las que acumulan la mayor cantidad de esas leguminosas. Incluso ya forman «bosquecillos» de arbustos que, de momento, han alcanzado una altura de más de metro y medio. Es posible que, si nada lo impide, lleguen hasta los dos metros de altura, algo que con el paso del tiempo se sabrá. La manera en que se expanden esta leguminosa y otras plantas al no haber ya depredadores que las diezmen sorprende a Rita y Cursach, que aún se maravillan al ver que el suelo, antes yermo y devastado, está ahora lleno de brotes de ese endemismo.

También se están dando cuenta de cuáles son los lugares de s’Espartar más propicios para su crecimiento. La fuerte insolación no le va bien, cree el botánico. Ni la escasez de agua. Ha llovido, pero poco, alerta Rita, que advierte de que la abundancia de Diplotaxis ibicensis, una hierba que tiene unas llamativas flores amarillas, da una imagen distorsionada de la realidad: «Tantas flores engañan. Parece que hay muchas plantas y que no tienen problemas, pero están sedientas».

Pero además de los conejos, el futuro de la Medicago citrina depende de otro enemigo: la cochinilla algodonosa (Icerya purchasii) o acanalada, un insecto que parece un pegote de pasta dentífrica blanca que se aferra a la planta, a la que chupa la savia. Las leguminosas afectadas están raquíticas y sus hojas, apagadas. Los tres botánicos la detectan por todas partes, aunque no en todos los arbustos. Este invasor, procedente de las antípodas, también hace estragos entre los cítricos. Un escarabajo, Rodolia cardinalis, es la solución más eficaz para su control biológico. Rita ha recomendado usar esa mariquita en el islote, si bien es consciente de que «es un decisión delicada» meter una especie invasora en una reserva natural.

«Antes, todo esto era sólo tierra». Un arenal desolado

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De momento, se muestra satisfecho por la eliminación de los conejos: «El aumento de la cobertura de medicago y de otras plantas aquí es enorme», exclama. Se refiere a la ladera próxima a la cumbre más occidental, donde hasta hace pocos años «había una calva». En el suelo, arenoso pero que empieza a estar tapizado de vegetación, siguen abiertas las enormes entradas de las antiguas madrigueras: «Antes, todo esto era sólo tierra». Un arenal desolado. En esa extensa ladera crecen ahora altas matas de Medicago citrina, un denso bosquecillo de leguminosas a cuyos pies se alzan cientos de pequeños brotes.

La reconquista del islote partió de los acantilados de la zona norte. Rita invita a aproximarse a su filo para ver desde allí las poblaciones primigenias, las que se salvaron, aferradas a grietas y rocas, de la escabechina que los conejos produjeron durante décadas en el interior de s’Espartar. Cuerpo a tierra, el botánico asoma la cabeza al abismo. La vista no es apta para quienes padecen vértigo: hasta el mar hay una caída de unos 60 metros. La pared es totalmente vertical, el sueño de escaladores como Alex Honnold. Y de ella emergen decenas de matas de Medicago citrina que motean el precipicio de verde y amarillo. Vistas desde lo más alto parece que crecieran en horizontal. Desde allí se obró el prodigio de recolonizar s’Espartar.

El arbusto, aferrado al acantilado del norte de la isla. Esta es la población original, la que sobrevivió a los conejos. | J.M.L.R. José Miguel L. Romero

Sin conejos, un paraíso para la flora

Convolvulus valentinus!», exclama Cursach en una ladera del centro de s’Espartar. Es una «rara» hierba de llamativas flores azules (o violáceas) que el botánico Heinrich Kuhbier detectó en 1977 y que hasta una treintena de años más tarde no se volvió a encontrar. El hallazgo de decenas de brotes en esa zona del islote es relevante, pero no por ser novedoso, sino por su abundancia: «Nunca habíamos visto tantos como hoy», indica Joan Rita. Quizás porque hasta hace cinco años formaban parte del menú de los conejos. De repente, los tres biólogos se quedan paralizados ante la escena que se produce ante sus ojos: una enorme esfinge colibrí (Macroglosum stellatarum), de casi cuatro centímetros, se acerca a las flores de los convolvulus y empieza a libar de ellas, suspendida en el aire, mientras bate sus alas 85 veces por segundo y extiende e introduce en la corola su larguísima espiritrompa, tan grande como ella. Que libe de esa planta, aseguran estos botánicos, es buena señal. Mientras recorren el islote de punta a punta se topan con el endemismo Carduncellus dianius, que sólo se pueden hallar en estos islotes, en los acantilados de es Amunts y en Alicante: «Los conejos lo atacaban, cortaban sus flores… Pero resistía. Era abundante incluso con ellos», explica Rita. Amenazada en el resto de parajes, en s’Espartar prolifera. Más ahora, sin ningún mamífero que la deprede.

Brotes de ‘Convolvulus valentinus’ en s’Espartar. | J.M.L.R.

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