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Dominical | Crónicas de viaje

Estrasburgo Cañones y Beethoven

La ciudad es un precioso palacio de cristal sobre las aguas del río Ill, un afluente del Rin, que se va bifurcando a medida que se acerca la urbe, dividiéndola en multitud de canales hechos de piedra y bosques. Pero ese palacio está construido sobre carbón ardiente. Los continuos enfrentamientos entre Francia y Alemania han hecho que la ciudad sea la imagen de la crudeza

Un canal de Estrasburgo. JOSÉ MARÍA PÉREZ-MUELAS ALCÁZAR

La lluvia nos había obligado a refugiarnos en la Academia de la cerveza. Es un lugar acorde con el nombre. Los vecinos también la llaman La Catedral. Un templo dedicado a la cocina tradicional alsaciana y al buen beber. Uno de esos rincones regionales donde Estrasburgo aún conserva su pasado alemán: construido en madera, con rubias camareras de sonrojados mofletes que sirven con elegancia a los clientes tartas flambeadas, la gran aportación de la zona a la gastronomía francesa. Estrasburgo es el pleno centro de Europa. Cerca de todo, tan a mano de los principales vientos de la historia que en más de una ocasión ha temido ser barrida por el huracán de la guerra. La ciudad es un precioso palacio de cristal sobre las aguas tranquilas del río Ill, un afluente del Rin, que se va bifurcando a medida que se acerca a la urbe, dividiéndola en multitud de canales hechos de piedra y bosques.

Pero ese palacio de cristal está construido sobre carbón ardiente. Los continuos enfrentamientos entre Francia y Alemania han hecho que Estrasburgo sea la imagen de la crudeza. Hoy, el Parlamento Europea susurra la Oda a la alegría de Beethoven, pero lo constante en su larga vida milenaria han sido los cañones y los tambores. Un simple paseo por la Gran Isla, donde se concentra el casco histórico de la ciudad basta para cerciorarse de los movimientos tectónicos que provocan las fronteras. En este caso, Estrasburgo, al igual que Lorena, la región vecina, fue zona de máximo movimiento. El mejor ejemplo lo encontramos en la Catedral de Nuestra Señora, una construcción cuyas primeras piedras se remontan a la época merovingia, cuando el mundo abandonó las ciudades por las abadías. El edificio es una mezcla de caminos entre el gótico francés, con sus sinuosos tímpanos historiados, el sobrio color tierra de la piedra y la forma puntiguada de su única torre, característica del arte de la cuenca del Rin. Dos estilos que eclosionan en una plaza que se ha quedado pequeña para tanta grandeza y que ha sorteado los bombardeos con cierta fortuna. Hasta 1681, año en el que Luis XIV se apoderó de Alsacia, Estrasburgo no había escuchado más francés que el de los comerciantes que visitaban la región vendiendo paños y telas. Durante los 800 años anteriores, la ciudad había pertenecido al Sacro Imperio Romano Germánico, esa obsesión melancólica de los norteños de Europa por imitar la Antigüedad Clásica.

Los franceses entraron en una ciudad medieval, con techos de pizarra y calles estrechas y abrieron grandes jardines y edificios públicos para divertimentos burgueses. A pocos pasos de la cervecería que nos resguardaba de la lluvia, se muestran bellos ejemplos de arquitectura francesa, como la Ópera Nacional del Rin, en la Plaza Broglie y el Palais Rohan, un edificio cuyo patio recuerda al Hotel de Ville de París. Hacia el barrio de Neustadt la ciudad se vuelve más espaciosa.

Abundan los jardines donde la gente pasea sus perros y hace deporte. La Avenue de la Paix desemboca en la frontera alemana, con la vecina ciudad de Kehl, al otro lado del Rin. En 1871, Otto von Bismarck derrotó a Napoleón III en Sedán. Fue uno de los mayores descalabros del ejército francés en toda su historia. Prusia, que se estaba convirtiendo en la Alemania unida, había recuperado Estrasburgo, cambiando las banderas francesas por la de la Confederación: negra, blanca y roja. En el parque du Contades unos niños esperaban para entrar en la sinagoga de la Paix. El edificio es moderno, más propio de países del Este que del clasicismo europeo. Una fachada lisa y blanca con una menorah gigante dibujada. Es de los años cincuenta y sustituyó a la sinagoga del Quai Kléber, en la parte vieja de la ciudad.

Saqueo nazi

El antiguo templo sufrió la carta de presentación de las tropas nazis en 1940: fue saqueado y quemado hasta reducirla a escombros. El resentimiento alemán alcanzó su punto álgido en Estrasburgo, tras el Tratado de Versalles, que obligaba a Alemania a desprenderse de Alsacia y Lorena como exigencias históricas de una Francia que solamente había tenido jurisdicción sobre la ciudad durante doscientos años. Apenas un suspiro en la historia.

Cinco años después, cuando el III Reichse desmoronaba, la ciudad fue liberada por Leclerc y un militar excéntrico que dominaría la vida cultural de toda Francia en la segunda mitad del siglo XX: André Malraux. Aquellos años en los que la humanidad tocó fondo sirvieron de escarmiento para una Europa que se había consumido durante siglos a costa de vidas y patrimonio histórico. Estrasburgo renació como una ciudad que representaba la diversidad y a la vez la unión.

La sede del Parlamento Europeo es un edificio de cristal acostado en la ribera más ancha del río Ill. Ahora que los europeos olvidamos nuestra historia, las banderas ondean todas juntas, mientras cientos de políticos entran y salen con cierta confusión y temerosos de llegar tarde al restaurante reservado. Puede que la sinfonía que compuso Beethoven se deslice por las calles de la ciudad, ahogada entre el taconeo de los burócratas que han olvidado el sentido de ser europeos. Siempre será mejor que el bramido de un cañón.

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