Diario de Ibiza

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Memoria de la isla

El lugar de la arquitectura pitiusa

Una cuestión interesante en la edilicia pitiusa es saber si es primero el huevo o la gallina, si para construir una casa elegimos primero un lugar y adaptamos a él nuestra vida o, contrariamente, es una particular forma de vivir la que nos lleva a elegir determinado lugar

Can Jaume d’en Serra (Sant Vicent). RAINER BINDER

Las necesidades y los recursos limitados estimularon al hombre a descubrir las posibilidades del lugar en el que construye su casa, así como a trabajar con los modestos materiales de su entorno de los que saca el máximo provecho.

En alguna otra ocasión he comentado la importancia que ha tenido la elección del lugar en la arquitectura tradicional de nuestras islas. El ámbito en el que se levantaba una ciudad, un pueblo o una casa aislada, tenía que responder a las expectativas de quienes después lo habitarían. Ese lugar elegido configuraba así la habitación, la forma de la construcción y la vida que se hacía en ella. Es evidente que nuestra ciudadela, Dalt Vila, se construye donde la vemos porque sus condiciones eran las que convenían.

El hecho de ocupar la falda de una colina –Puig de Vila- conforma la ciudad como un anfiteatro. Y si se orienta al septentrión, cuando lo común era hacerlo al mediodía, es porque a sus pies tenía una doble bahía que podía dar refugio a sus naves –la del puerto actual y la de Talamanca-, además de resultar ventajoso que la ciudad le diera la espalda al mar por donde venía el peligro, haciéndola invisible desde el sur que sólo dejaba ver el solar desnudo y fortificado del Soto. Idénticos motivos explican que la iglesia de Santa Eulària quede asimismo encarada al norte, dando al mar y al sur su espalda fortificada con un poderoso torreón que le da un aire inequívocamente castrense. Y una gran bahía, el Portus Magnus de los romanos –de nuevo la condición ventajosa del lugar- es el elemento que decide el asentamiento de Sant Antoni de Portmany. Y hay también casos como el de Sant Miquel de Balansat, en los que un lugar elevado, por la ventaja estratégica de su dilatado horizonte, justifica el asentamiento.

Fábrica minimalista

Esa buena lectura y aprovechamiento del lugar que el payés hace, consigue, en fin, que la casa se relacione y se integre de forma natural con el medio en el que tiene anclaje. De ahí que se diga que la casa ibicenca parece haber estado siempre donde ahora la vemos. Cualquiera puede constatar que la casa, en su marcada horizontalidad, no busca protagonismo. Puede tener la relevancia visual que le da su ubicación en un altozano, en una colina, pero no su fábrica que es siempre modesta, minimalista, de una simplicidad y una pureza en cierta manera primitiva. Es una arquitectura subordinada al lugar y que, sin embargo, no deja de ser contundente y vigorosa. Cabe decir, para acabar, que esta integración en el paisaje era, si cabe, más evidente todavía en los tiempos antiguos, particularmente entre los siglos XVI y XVIII, cuando las casas no encalaban sus paramentos externos porque la luminosidad y el contraste de la cal las hubiera delatado a las razzias berberiscas. Las casas dejaban a la vista el color terroso de la piedra para no llamar la atención y pasar desapercibidas. Todavía hoy tenemos algunas de aquellas casas y sus torres prediales sin rastro de enjalbiego.

Se elegía para vivir un determinado ‘lugar’ por las posibilidades que ofrecía para la vida que se quería hacer en él. A nadie se le puede ocurrir elegir para vivir el centro de Vila si busca una vida aislada, silenciosa y tranquila. Es lo que sugiere el término orteguiano ‘yo soy yo y mi circunstancia’. Somos como somos porque vivimos en determinado lugar y en determinado momento. Nuestro modo-de-estar o, más precisamente, nuestro bien-estar, no puede hacerse al margen de la estancia que se elige para vivir. A partir de esta elección, la habitación, -o el habitar, como queramos decirlo-, crea hábitos, costumbres, una determinada manera de vivir y de ser. En el caso de la casa tradicional ibicenca, la elección del lugar es determinante y tiene un importancia capital la buena lectura que el payés hace del paisaje, de la morfología y las condiciones del lugar que luego aprovecha en la construcción de su casa, sin descuidar dos premisas: que ésta responda a sus necesidades y que respete las exigencias del lugar elegido. Y las respeta de manera estricta. Porque la casa payesa, lejos de hacer tabla rasa del solar, aprovecha sus irregularidades.

Asimetría armónica

Estas exigencias del lugar no suponen en ningún caso una pérdida de libertad para el constructor que elige precisamente determinado lugar porque le conviene, porque sabe cómo aprovechar sus condicionamientos. Podríamos decir, incluso, que las referencias que el lugar aporta son los factores preferentes para la elección. Las condiciones físicas del lugar orientan la organización de los interiores, sus vectores direccionales, la asimetría siempre armónica de sus volúmenes y la misma forma de la casa que así consigue singularidad, carácter y arraigo en el paisaje.

Las particularidades del solar sólo suponen un condicionamiento que, en cualquier caso, siempre permiten la expresión de lo individual, versiones constructivas personalizadas. Esto explica que en asentamientos similares cada casa sea única, sea distinta a cualquier otra. En Ibiza no existen dos casas iguales. Esta diversidad en las formas de nuestra arquitectura ofrece una riqueza plástica que sorprende cuando en todos los casos se utiliza una misma unidad básica de habitación, un espacio estrictamente ortogonal que siempre mantiene la medida humana.

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