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Los tres misterios del Mac d’en Lluca

Sobre las aristas de sa Pedrera de Cala d’Hort pende un peñasco tan alto como un edificio, que rodó por el acantilado e inexplicablemente se detuvo a pocos metros del mar. Su ubicación es la primera incógnita de las tres que envuelven este paisaje discordante

El Mac d’en Lluca, en sa Pedrera de Cala d’Hort. X.P.

El miedo es el principio de la sabiduría. (Heráclito).

Una de las mayores compulsiones que ha retratado el cine quedó reflejada en la inquietante película ‘Encuentros en la tercera fase’, rodada por Steven Spielberg en 1977. En ella, un electricista interpretado por Richard Dreyfuss renunciaba a familia y trabajo para modelar con arcilla una misteriosa montaña, impelido por una fuerza inapelable.

No conviene desvelar el origen de dicha obsesión, pero sí el objeto de la misma: un macizo real ubicado en el condado de Crook, al noroeste de Wyoming, conocido como la Torre del Diablo. En mitad de una extensa llanura de prados y arboledas existe un cilindro de casi 400 metros de altura, cúspide llana y paredes surcadas de estigmas verticales, como trazados con tiralíneas. La ciencia determina que este fenómeno natural surgió en el Paleoceno, hace 60 millones de años, al brotar magma de la corteza terrestre. Una leyenda sioux, sin embargo, atribuye su origen a la divina intervención de Manitu, el Gran Espíritu. El milagro se produjo cuando unas muchachas de la tribu salieron a jugar al prado y de pronto se vieron acorraladas por una manada de osos gigantes. Para defenderse, se subieron a una roca y rezaron para que su dios las elevara hasta el cielo. Éste las escuchó y los osos rasgaron con sus garras el macizo que irrumpió bruscamente del suelo al tratar de cobrarse sus presas. Cuando la montaña alcanzó la bóveda celeste, las muchachas se convirtieron en la constelación de las Pléyades y el lugar pasó a llamarse Aposento del Oso, Mato Tipila en lengua lakota.

La torre del diablo constituye uno de los mayores ejemplos de paisaje discordante, aquel que contiene uno o varios elementos que no deberían estar allí. En Ibiza también encontramos ejemplos realmente insólitos y uno de los más ilustrativos es una roca enorme, de piedra viva y tono plúmbeo, que aguarda al borde de sa Pedrera de Cala d’Hort, a pocos metros del mar. Incluso tiene nombre: es Mac d’en Lluca.

Accidentado descenso

Alcanzar el Mac d’en Lluca requiere de un agotador descenso por el acantilado situado al sureste de la torre des Savinar. El sendero cae por una empinada pendiente que alterna tramos de grava y dunas de arena, hasta alcanzar la roca y la cantera que hay en su base, y que conforman uno de los paisajes más hipnóticos de la costa de Ibiza. La Punta des Marès, asimismo, exhibe un panorama escalonado, donde el espacio negativo de los voluminosos sillares ahora está ocupado por una sucesión de lagunas de color esmeralda. Constituye, como ses Salines, una de esas extrañas excepciones donde la intervención del hombre enriquece el paisaje en vez de devaluarlo. 

Este pedrusco colosal contrasta con el material arenisco que la sostiene, opuesto a él por su tonalidad ocre y la maleabilidad intrínseca a toda cantera de marès. No existe teoría científica que se haya detenido a explicar su presencia en este preciso lugar, pero otras piedras de tamaño parecido que aguardan por los alrededores lo apuntan con claridad: rodó por la inclinada ladera, hace cientos o miles de años, quién sabe, desde lo alto del acantilado.

El Mac d’en Lluca, sin embargo, alberga tres misterios. El primero es su ubicación. ¿Por qué esta piedra, tan alta como un edificio de tres plantas, cayó girando por la pendiente y, pese a la fuerza que arrastraba, se freno en seco justo antes de precipitarse al mar?

El segundo se fundamenta en la excepcionalidad de su nombramiento. ¿Cuál es la razón de que esta peña posea un nombre cuando las otras que existen en las inmediaciones, algunas de tamaño también considerable, permanecen en el anonimato? Y tercero y aún más interesante. ¿Quién era Lluca, el individuo que la poseía y le transfirió su apodo?

Si hubiera que aventurar una teoría al azar, diría que Lluca fue uno de los doladores del siglo XVI que en esta cantera tallaron sillares de marès para la construcción de las murallas de Ibiza. Un obrero que un buen día aprovechó la amplia oquedad situada en la base de la roca para pernoctar a su abrigo o guarecerse de una tormenta, traspasándole su nombre y haciéndola suya a ojos de los demás picapedreros.

Probablemente nunca descubramos el auténtico origen del topónimo, pero no cabe paisaje discordante sin una leyenda que lo sustente.

Xescu Prats es cofundador de www.ibiza5sentidos.es, portal que recopila los rincones de la isla más auténticos, vinculados al pasado y la tradición de Ibiza

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