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Imaginario de Ibiza

La vigorosa pradera de Cala Llentrisca

Al igual que en la superficie, la costa submarina de Ibiza ha sufrido un drástico proceso de devaluación en pocas décadas. En aquellas playas saturadas de fondeos, las praderas de posidonia languidecen. En las orillas más aisladas, sin embargo, pueden hallarse plantas tan briosas que hasta afloran fuera del agua

La pradera más vigorosa nunca vista a tan poca profundidad en Ibiza.

Tener una tierra y no arruinarla es el mayor arte que se puede observar. (Andy Warhol).

Cualquier ibicenco de nuestra generación, que en la infancia se zambullera en una bahía o cala abrigada y haya vuelto a repetir recientemente esta experiencia, tras años de no volver, habrá experimentado el mismo sentimiento de desolación. Buena parte de aquellas vigorosas praderas de posidonia, que en ocasiones acariciaban la superficie del agua e incluso se asomaban fuera de ella, han desaparecido o renquean camino a la extinción. Cada residente tiene su propia lista de enclaves depauperados, que ahora tal vez prefiere no mostrar a sus hijos por la angustia de contemplar el desfase de los recuerdos.

En el inventario de desastres subacuáticos figuran bahías como Porroig, Cala Vedella o Portmany, entre otras, donde buena parte de aquel tupido manto de hojas, que palpitaba henchido de vida y movimiento, ha dado lugar a una sucesión de rocas peladas y marchitos desiertos de lodo. Anclas, muertos y cadenas provocaron las primeras costuras y los fondos marinos donde sigue proliferando el asedio van quedando reducidos a una gigantesca cicatriz. Cada año que pasa se pierden más y más hectáreas de vida submarina y la sociedad sigue sin reaccionar, poniendo parches inútiles como quien pretende sellar con celofán la vía de agua que se ha abierto en el casco de un barco.

Si no hemos sido capaces de frenar las barbaridades que ocurren en tierra, a la vista de todos, cómo frenar aquello que sucede en la invisibilidad del territorio submarino. Las consecuencias, eso sí, son perfectamente perceptibles. Bien lo saben los fotógrafos, que antaño podían obtener una imagen nítida de agua cristalina en cualquier momento del año y ahora dicha instantánea solo es posible en temporada baja, cuando la lavadora oceánica ya ha ejecutado su programa de centrifugado y arrancado el detritus veraniego.

El valor de la posidonia 

Al contrario que en el presente, cuando las hojas muertas de posidonia que se acumulan en las playas son consideradas basura pese a proteger la orilla del incesante desgaste de las olas, antiguamente constituían un bien imprescindible. Los ibicencos acudían con sus carros a las playas y la recolectaban para secarla y utilizarla después como aislante térmico en la cubierta de sus casas, entre una capa de tablillas de madera y otra de carbonilla. Es un material ecológico no contaminante que, cuando está seco, nunca se pudre ni sirve de alimento a los insectos. 

La posidonia es la planta submarina más valiosa que tenemos en Ibiza. No solo oxigena el mar, contribuyendo sustancialmente a su transparencia, sino que además sostiene la arena en las playas durante los temporales invernales y proporciona un hábitat imprescindible para que críen numerosas especies, entre otros beneficios. Es tan importante que incluso fue declarada Patrimonio de la Humanidad hace ya más de veinte años. Si se revelara la cantidad de hectáreas moribundas en el transcurso de este tiempo, perderíamos dicho reconocimiento de un plumazo.

No apto para aquejados de vértigo

Esta planta solo perdura con el vigor de antaño en aquellos lugares menos accesibles por tierra y que, por razones climatológicas o populares, permanecen a salvo de la marabunta del verano. Redescubrirlos, como ocurre en Cala Llentrisca, es, además de un regocijo, una forma de reconexión con aquella Ibiza de la infancia, en la que aún existía una comunión profunda entre hombre y naturaleza, materializada a través de la arquitectura, la agricultura, la ganadería, la pesca…

Alcanzar la orilla de esta cala maravillosa, precedida por un sendero que bordea el acantilado sin protección alguna, no apto para aquejados de vértigo, requiere un esfuerzo que compensa sobradamente el excepcional paisaje que aguarda bajo la mole del cabo homónimo. En la misma ribera, en el lado izquierdo, se halla la pradera más vigorosa nunca vista a tan poca profundidad en Ibiza. Sus hojas bailan al son de la corriente, con la punta fuera del agua, lanzando destellos de luz en todas direcciones.

Pese a su aislamiento, Cala Llentrisca ha sido siempre morada de pescadores. La gente de es Cubells construyó aquí una sucesión de varaderos y la playa siempre ha estado estrechamente vinculada a la pesca. Dicha interacción, sin embargo, no ha afectado un ápice al estado de conservación de los fondos. Representa otro de esos lugares insólitos del litoral ebusitano donde pasado y presente se reconcilian.

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