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Imaginario de Ibiza

Forada, el pozo que emergió de un muro

La capilla pétrea, camuflada en una extensa tapia que le proporciona sombra, y dos abrevaderos de época púnico-romana, hacen de este manantial de la aldea de Buscastell uno de los rincones ineludibles de la Ibiza interior

Pozode Forada.

Puede decirse que es un defecto ser demasiado profundo. La verdad no siempre está dentro de un pozo. (Edgar Allan Poe).

En las culturas precristianas se creía que los pozos era portales del inframundo, símbolos del alma humana, manantiales que brotaban con el influjo de la luna. También estaban asociados a todo tipo de deidades y eran considerados un elemento femenino, el vientre de la gran diosa, la madre tierra. Al ser fuente de vida, su existencia se celebraba con ofrendas, ceremonias y sacrificios, y en la mente de sus moradores la magia fluía en torno a ellos con tanta profusión como el agua.

Había pozos de sanación porque se creía que su agua poseía propiedades curativas, pozos para pedir deseos, pozos oraculares donde se acudía a consultar a los dioses, pozos para conjurar maldiciones contra los enemigos… La vida se expandía en torno a ellos, pues alimentaban a las personas, a los animales y a las cosechas. Su influjo era tan grande que el cristianismo tuvo que adoptar la costumbre pagana de rendirles tributo, creando nuevos rituales.

Fiesta popular en octubre

La tradición del ball pagès junto al Pou de Forada sigue viva y de su organización se ocupa el grupo folklórico Brisa de Portmany. Tiene lugar el segundo domingo de octubre y, además de baile, incluye juegos populares, como carreras de sacos y tir amb bassetja (tiro con honda). También se celebran rifas, degustan buñuelos y vino payés y en ocasiones se celebran representaciones teatrales. 

En Ibiza, los pozos, a falta de entornos urbanos, también eran lugar de tertulia y encuentro, donde se intercambiaban noticias, se convenían cortejos y se forjaban amistades, mientras se llenaban a cubos barricas, vasijas y cántaros. Su existencia se celebraba anualmente con tanta alegría y trascendencia como la fiesta patronal, costumbre que aún perdura. La mayor parte de nuestros manantiales no están datados, pero en algunos casos se acude a ellos desde tiempos remotos y a menudo, aunque se encuentren en encrucijadas y veredas, ocupan lugares solitarios, como si hubiese que respetar la paz de los espíritus que moran a su alrededor.

Uno de los más singulares y abundantes es el de Forada, en el extremo oriental del Pla de Portmany, a doscientos metros escasos de la aldea de Buscastell. Se ubica en un paraje que parece concebido para albergar un manantial y probablemente se alimenta de un nervio de la fuente de es Broll, el mayor acuífero de la isla.

Tierra almagre

El camino original que conduce hasta él suele estar cerrado y parte de la carretera de Forada. El acceso abierto se encuentra en la de Sant Rafel, de donde parte un llano de hierba y tierra almagre, férrica, salpicado de pinares. Aguarda al lado del viejo alcorce, frente a un bosquecillo de pinos, sabinas y acebuches, inmerso en sombras, aferrado a sus humedades.

Sergio G. Cañizares Fiesta en es Pou des Carbó, en ses Salines de Ibiza.

Su capilla, a diferencia de las habituales en los hontanares pitiusos, no luce encalada, sino que exhibe una mampostería tan rústica y arcaica como la genética ibicenca. Piedras de tono oxidado que se camuflan con el extenso muro al que se halla adherido. Como si la tapia fuese un organismo vivo del que en un tiempo pasado el pozo emergió en forma de apéndice. La hierba cae desde lo alto de la pared, proporcionando un manto verde, y una vieja païssa corona el conjunto, alejada tan solo unos pasos.

Frente a la capilla ejercen como abrevadero dos antiquísimos molinos de aceite, de época púnico-romana según los historiadores. Uno en perfecto estado, otro carcomido a dentelladas por el tiempo y ambos a ras de vereda, unidos por un escalón cubierto de musgo que ejerce de rellano. Los pastores conducían sus rebaños hasta aquí para que saciaran su sed incluso en tiempos de sequía, pues al parecer el Pou de Forada nunca se agotaba, y las mujeres empleaban las pilas para lavar la ropa sobre la piedra.

Una visita al territorio aislado y boscoso del Pou de Forada, cuando no hay nadie y reina el silencio, permite comprender por qué los antiguos atribuían propiedades mágicas a estas oquedades y justifica la necesidad de rendirle tributo con bailes y alegría.

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