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Reportaje

Cuando se mataban las focas a escopetazos

El reciente hallazgo de una foca gris en Cala Jondal resucita el recuerdo del 'vell marí', pinnípedo que fue frecuente en las Pitiusas hace un siglo pero que para los pescadores era el mismo demonio porque destrozaba sus redes y diezmaba los caladeros.

Foto de la última foca monje de Balears, abatida a tiros por un Guardia Civil en Cala Tuent (Mallorca) en abril de 1958. Medía 2,5 metros.

L a pasada Nochebuena, agentes de Medio Ambiente de Balears encontraron en Cala Jondal el cadáver de una foca gris (Halichoerus grypus), un hallazgo extraño pues este mamífero marino tiene su hábitat en el Atlántico norte. Pero en este caso se pudo seguir su pista: había sido avistado a mediados de diciembre en Altea y Xàbia (Comunitat Valenciana), donde los biólogos se percataron de que estaba aletargado y enfermo, posiblemente porque una especie de cuerda (seguramente restos de artes de pesca) le presionaba el cuello; previamente fue divisado en una granja de atunes del Algarve (Portugal) y en un pantalán de un puerto de Gibraltar.

La particular odisea mediterránea de este pinnípedo acabó en aguas de Ibiza, donde hasta los años 30 (y los 50 en el caso de esta Comunitat) del siglo XX eran frecuentes los avistamientos de un pariente próximo, la foca monje (Monachus monachus), más conocido como vell marí.

Era tan frecuente que, incluso, el Servei de Protecció d'Especies del Govern elaboró en 2006 un anteproyecto para su recuperación en estas costas, posiblemente tan bienintencionado y optimista como poco realista y que, a partir de un estudio del biólogo Manu San Félix, subrayaba las «buenas condiciones de Balears como hábitat» para ese animal, especialmente Cabrera.

No opina igual Vicent Forteza, técnico de Medio Ambiente del Govern, que considera que ese deseo es «un querer y no poder», pues, a su juicio, estas costas «no reúnen las condiciones» para que la foca monje se asiente. Son demasiado frecuentadas, demasiadas embarcaciones a motor navegan por cada rincón. Sería necesario crear un santuario, ¿pero dónde? Ya no quedan espacios vírgenes, menos en las Pitiusas.

De ahí que considere «inviable» un proyecto así en la actualidad: «Si conseguir que las tortugas pongan aquí sus huevos ya es complicado, lo es más que los vell marí lleguen a quedarse en estas costas», afirma Forteza. Hay que tener en cuenta que para que escojan un lugar como residencia habitual deben poder reproducirse y no hay que olvidar que su periodo de gestación es de 11 meses. «Es muy complicado», añade, que varias decidan afincarse en este litoral, ya que para «la cría necesitan una costa tranquila», que no es el caso de las Pitiusas en verano: «Porque la idea no es tener una sola, como si esto fuera un circo». La última fue avistada por un pescador de Formentera en s'Espardell en octubre de 2014.

El voluntarioso estudio del Govern planteaba, hace 14 años, rescatar juveniles de la costa sahariana cuya probabilidad de supervivencia fuera allí baja, e intentar reintroducirlos en el Parque Nacional de Cabrera, donde se construiría una instalación para su cría en cautividad en el medio natural. El objetivo era la recuperación a medio plazo. El proyecto sigue en un cajón.

Enemigo público número 1

Hace un siglo, ese propósito de las autoridades autonómicas para que el vell marí regrese a nuestras costas habría causado una revuelta en las Pitiusas. La foca monje era el enemigo público número uno de los pescadores. Quien se cargaba una se convertía en héroe local. 'Focas vistas en las costas', se leía en un titular de Diario de Ibiza publicado el 20 de julio de 1929.

Las localizaron en es Vedrà: «Animal mamífero carnicero que vive ordinariamente en el mar, que tiene un metro aproximadamente de largo, cuerpo en forma de pez, cabeza y cuello como perro, y todo cubierto de pelo gris», lo describía es Diari, que acusaba a esa especie de «causar daños a los pescadores, pues a más [sic] de recoger el pescado que hay en las redes, las destrozan». De ahí que el rotativo asegurara que al ser vistas se intentaba cazarlas: «Últimamente se estuvo a punto de dar con una de ellas que estaba en la isla de es Vedrà».

Poco menos que se ponía precio a sus cabezas. 'Caza de una morsa', tituló el rotativo el 7 de mayo de 1931, que confundió pinnípedos de muy diferente morfología: «En la madrugada de ayer fue muerta a tiros en la costa de las Salinas una morsa». Un carabinero del puesto de sa Canal fue el responsable de los disparos que acabaron con ese mamífero, que luego fue trasladado a la ciudad y expuesto en la caseta del Pósito de Pescadores como un trofeo. Un «gran número de personas» acudió hasta allí para ver «tan raro animal, conocido por los pescadores de esta isla con el nombre de 'very marí'» [sic].

Dos metros, 280 kilos

Aquel bicho tenía dos metros de largo y pesaba 280 kilos: «Tiene cuerpo en forma de pez, cabeza y cuello como un perro, todo cubierto de pelo; las extremidades anteriores son cortas y los dedos de las manos, palmeados, y las posteriores van dirigidas hacia la cola y son a manera de aletas», lo describió el periódico pitiuso.

Según Diario de Ibiza, debía ser «una de las varias» focas (morsas, según el redactor) que había en la costa: «Y que tanto daño vienen haciendo a los pescadores, pues además de destrozar los pertrechos de pesca se comen el pescado que hay en las redes, incluso a veces atunes de gran tamaño». En aquella época, las almadrabas de atún eran una de las fuentes de riqueza de las Pitiüses, que los exportaban a la Península. «Según personas enteradas, han sido vistos otros dos ejemplares similares al cazado ayer, uno en la parte de la costa de Santa Eulària y otro en el Vedrà», explicó en esa edición.

La animadversión hacia la foca monje venía de lejos. En la publicación del 2 de junio de 1904, el periódico se hizo eco de la crónica de El Vigía Católico, de Ciutadella, en la que se contaba que fue encontrada «una foca de tres metros de longitud» y cinco quintales de peso en la almadraba de Cala d'en Busquets: «A pesar de los proyectiles que le dispararon los tripulantes de tres barcas de pescadores, el animal continuaba resistiéndose, hasta que, por fin, consiguieron debilitar sus fuerzas a golpes de remo». El relato refleja la aversión que provocaba: también fue trasladado al muelle pesquero y exhibido en un almacén, donde se podía ver «mediante la cuota de cinco céntimos por persona». Fue desollado «dicho anfibio» para aprovechar su piel y grasa.

Porque, efectivamente, de la foca se aprovechaba todo, como del cerdo. El archiduque Lluís Salvador lo citó como habitual de las costas pitiusas y dijo que era costumbre que se utilizara su piel para fabricar petates de tabaco y para que las mujeres dieran a luz sobre ella en caso de dificultades durante el parto: «También existía la creencia de que si un marinero llevaba los bigotes de un vell marí encima no podría morir ahogado», explica Nuria Valverde, técnica del Parque Natural de ses Salines, en la voz correspondiente de la Enciclopèdia pitiusa. Con su piel, « los payeses [ibicencos] se hacían sandalias, botas, sombreros de invierno y petacas», explica Miguel Ángel González en una 'Memoria de la isla'. Difícilmente aquel demonio (a ojos de los pescadores) querría regresar a su antiguo feudo si recordara cómo lo trataban.

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