Reportaje

Autopista hacia el cielo en Ibiza

Muchas de las supuestas estrellas fugaces captadas en los cielos de Ibiza son, en realidad, trazos de decenas de satélites artificiales que atraviesan el firmamento

En esta foto circumpolar formada por un apilado de un centenar de fotos se observan, cruzando las estelas concéntricas de las estrellas, múltiples rayas de satélites aviones, alguna fugaz y la estela lumínica de un barco

En esta foto circumpolar formada por un apilado de un centenar de fotos se observan, cruzando las estelas concéntricas de las estrellas, múltiples rayas de satélites aviones, alguna fugaz y la estela lumínica de un barco / cat

@territoriocat

Han pasado de ser constelaciones de satélites a conocerse como megaconstelaciones, lo cual ya pone de manifiesto el cariz que está tomando el asunto. En estos momentos, y según datos que aporta la NASA, existen más de 3.500 satélites artificiales en funcionamiento en la órbita de la Tierra y el número crece mes a mes.

Es muy probable que la mayoría de las supuestas estrellas fugaces que todos podemos ver en fotografías tomadas desde las islas sean, en realidad, las trazas de estos satélites. Por poner un ejemplo, miembros del Club Newton fotografiaban, hace unas semanas, la constelación de Orión desde el yacimiento arqueológico de Son Fornés, en Mallorca, y en las imágenes aparecieron esas rayas blancas que revelan la presencia de satélites artificiales. «En una fotografía de unos seis segundos captamos tres satélites», indica Pep Marcús, presidente de estra agrupación astronómica.

Y en una sola fotografía de 20 segundos realizada a los islotes de es Vedrà y es Vedranell desde los acantilados de Cala d'Hort, por aportar otro ejemplo, se observan cinco rayas blancas de satélites, además de tres líneas que son aviones cruzando por el encuadre. Ninguna estrella fugaz. Es decir, al paso continuo de aviones -y también a la contaminación lumínica que crece cada día en las islas mientras se multiplican las urbanizaciones- hay que sumar ahora la gran cantidad de satélites que 'ensucian' el cielo. La fotografía nocturna y astronómica se complica, pero lo realmente prepocupante, lo que mantiene atentos al fenómeno a expertos de todo el mundo, es que la masificación de la órbita terrestre puede obstaculizar la investigación astronómica.

Autopista hacia el cielo en Ibiza

Autopista hacia el cielo en Ibiza

Satélites y aviones cruzando el cielo sobre una foto circumpolar. La contaminación naranja tras el árbol es Santa Agnès. Foto: CAT

«Tenemos que convivir con ellos, porque son útiles y necesarios», destaca el astrónomo Joan Anton Català, un referente en la divulgación científica en catalán, que señala que a menudo no somos conscientes de ello, pero «casi todo el progreso del que disfrutamos es gracias a estos dispositivos que tenemos en el cielo».

Las cifras son espectaculares. Si los proyectos de las tres empresas en estos momentos punteras en el sector de los satélites de comunicaciones llegan a cumplir sus objetivos, sólo ellas tres habrán lanzado al espacio más de 80.000 satélites hasta el año 2027. Y los tres proyectos que están llenando el cielo de aparatos para que todo el planeta pueda pasarse datos a través de internet lo más rápido posible -que de esto es de lo que en realidad va el asunto- son Project Kuiper (de Amazon), Oneweb Satellites (de una empresa con sede en Londres) y, sobre todo, Starlink, el megaplan de SpaceX, del archiconocido físico y empresario Elon Musk, que atesora riquezas con el objetivo de reinvertirlas en una misión a Marte y que con sus satélites se ha propuesto dar cobertura de internet a grandes zonas del planeta a las que ahora no alcanza la red. A estas tres empresas, a las que se asocia el concepto de megaconstelaciones, se van sumando proyectos menores. Es la auténtica carrera espacial del siglo XXI.

En la órbita baja

Para aclarar conceptos, y citando la definición ofrecida por el astrofísico Daniel Marín en una charla en el canal de youtube del Club Newton, las constelaciones de satélites son «muchos satélites en órbitas similares y con la misma función». Pero ese 'muchos' hace referencia a una decena o unas pocas decenas de satélites, como es el caso del sistema de radionavegación Galileo, equivalente europeo al GPS estadounidense. Galileo se encuentra en la órbita media de la Tierra, y aún más arriba se situan los satélites de comunicación meteorológica como el Meteosat, en lo que se llaman órbitas geoestacionarias. El verdadero problema, sin embargo, se circunscribe a la denominada órbita baja, por debajo de los 2.000 kilómetros de altura, donde, además, precisamente por esa baja altitud, se necesitan muchos más satélites para cumplir una función. Esa es la autopista hacia el cielo. Es el espacio que se satura día a día como si se tratara de una carretera en una isla que no pone límites a la masificación. Con la diferencia de que esa franja no se va a ampliar a corto ni medio plazo.

Joan Anton Català aún reduce más el margen, porque señala que es entre los 200 y 1.000 metros de altitud, aproximadamente, donde los satélites permiten una conexión más rápida entre instrumentos situados en la tierra, dispositivos que cada vez adquieren mayor importancia en las comunicaciones terrestres. Es lo que se denomina el Internet de las Cosas, la comunicación entre dispositivos gracias a la conexión a internet. Català lo explica con algo tan ajeno al mundo tecnológico como una vaca, una vaca en una montaña «que puede llevar un chip que informe de datos sobre sus movimientos o sobre donde se alimenta, y la única forma de recoger esos datos es enviándolos a un satélite; si está en la órbita baja, la conexión es mucho mejor, más rápida». Añade, además, el astrónomo que una empresa catalana, Satelio, entrará en 2021 en este negocio y empezará a lanzar sus satélites a la ya concurrida órbita terrestre. Mucho ha cambiado el panorama desde que, en 1957, Rusia lanzó el primer satélite al espacio, el Sputnik 1.

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