Aspira a ser auténtico (Yann Martel).

Quien haya paseado por la Plaça d'Espanya de Sant Joan, junto a esas casas adosadas y encaladas de doble planta, con sus balcones de puertas verdes y pardas, sus irregulares ventanucos y sus tejas, se habrá sentido irremediablemente atraído hacia la rampa que desemboca en la terraza del estanco de Can Vidal, en el número 7.

La losa de piedra, las mesitas y taburetes de madera maciza, los geranios del balcón, las hojas oscuras y abiertas del portón, el estrecho marco acristalado a cada lado de la entrada y, por fin, ese interior casi bicentenario que automáticamente traslada a una Ibiza en extinción, por la que el tiempo transcurre a otra velocidad, más pausada, dando cabida a la tertulia improvisada, el deleite del paladar, la amistad y la broma.

Entrar en el estanco de Sant Joan es como contemplar el mundo a través del velo de una radiografía de otra época. Las irregulares baldosas de fragmentos de azulejo en blanco y negro, tan típicas de la payesía, contrastan con la desgastada mesa nívea de mármol y la vieja barra de madera oscura, coronada por una llamativa lámina de almagre y granito remachada, hecha con molde no se sabe cuando, que inmediatamente llama la atención de todo aquel que entra por primera vez.

Tras ella, vetustas baldas de bar, antaño repletas de licores y ahora de cajetillas de tabaco, y en lo alto, entre botellas de hierbas, un viejo reloj centenario, que sigue dando la hora sin atraso. En los laterales, otra amplia estantería repleta de cartones y fotografías familiares, retratos al óleo, concesiones administrativas para la venta de tabaco y hasta una nota manuscrita de Ignasi Wallis de 1923, informando al propietario sobre cómo marchaban las gestiones para la anhelada autorización de la Compañía Arrendataria de Tabacos.

Entre las imágenes enmarcadas, varias de la abuela, Eulalia Roig Ramón, vestida de payesa, andando por la plaza con un cántaro de cerámica apoyado en el regazo, en busca de agua a la casa vecina de Can Miquel Cama, junto a lo que hoy es la farmacia, que tenía pozo. También otra del abuelo Vicent Torres Torres, encorbatado, serio y galante. Fue, al parecer, todo un personaje, según describe su nieto Vicent Torres Colomar (Ibiza, 1978), quinta generación de Can Vidal y actual tendero.

Habla de oídas, pues no llegó a conocer al anciano por poco, pues murió en el 77, y lo rememora acordándose de aquellas tertulias en torno a las que se crió, entre las mesas del estanco, donde se describían las chanzas de aquellos ibicencos hechos de otra pasta.

Sobrado de fuerza

El abuelo, iniciador de la tradición de las hierbas caseras, que aún hoy siguen figurando entre las mejores que se elaboran en Ibiza, era un tipo corpulento, recto, justo y de pocas manías, respetado y querido al mismo tiempo, que cortejó a la abuela Eulalia en Sant Miquel de Balansat. Siempre que era menester y el respeto se perdía, plantaba cara a los embriagados midiendo su fuerza, pues, según revela su nieto, andaba sobrado de ella.

Eso sí, cuando la oratoria resultaba insuficiente y no quedaba más remedio, no se andaba con miramientos y más de uno acababa saliendo a empellones por la puerta. También había costumbre de echar pulsos a la antigua, de torçadit, con el dedo meñique, en los que el abuelo era imbatible.

Cuenta Vicent, el actual propietario, que la historia de Can Vidal arranca cinco generaciones atrás, alrededor de 1847, cuando su tatarabuelo, Vicent Torres Guasch, adquirió aquella vivienda y la reformó para su familia. Al morir de tuberculosis, el inmueble pasó a manos de su hijo, Juan Torres Roig, en 1881. A finales del siglo XIX ya había convertido la parte frontal en una taberna en la que se ofrecían comidas y se servía café, convirtiéndose en uno de los locales más concurridos de Sant Joan. El resto del inmueble se dedicaba a almacén y vivienda, y la planta alta albergaba los dormitorios, casi como ahora.

En 1928, Joan cedió el negocio a su sobrino, Vicent Torres Torres, el abuelo, quien ya se ocupaba del negocio desde hacía algún tiempo. Un año antes, en 1927, Can Vidal recibió la licencia de expendeduría de tabacos. Cuenta Vicent que en aquellos principios la venta de cigarrillos era escasa, por la abundancia de contrabando y de tabaco de pota. El negocio, sin embargo, subsistía gracias al plato del día que guisaba la abuela y que disfrutaban los funcionarios del Ayuntamiento y de la Guardia Civil, así como otros clientes ocasionales, y al café de cebada que se servía en la barra.

En 1979, cuando Vicent Torres Roig, padre del actual tendero, que aún sigue viviendo en Can Vidal, ya se ocupaba del negocio, la abuela sufrió una caída y quedó postrada en cama durante 16 años, hasta su muerte. Vicent la recuerda toda su infancia y adolescencia tumbada en el cuarto de la planta baja, junto a la cocina, que se arregló para ella. En aquellos años Can Vidal dejó de servir comidas, pero siguió ejerciendo como bar. El tabaco, con tantos extranjeros circulando, se vendía bien y la familia acabó abriendo otro estanco en Portinatx.

El emblema de la casa, sin embargo, sigue siendo las hierbas ibicencas, tradición que comenzó el abuelo con una receta heredada de su madre, que era la que recolectaba las hierbas en el campo y en el bosque. Hoy Vicent y su padre siguen cultivando y secando botánicos, y yendo a buscar aquellas variedades silvestres que también se requieren. Emplean una docena, como hierba luisa, manzanilla, tomillo, romero, hinojo. Cuando están en su correcto punto de secado, las embotellan e incorporan una base de anís con una pequeña porción de ginebra, para evitar el exceso de dulzor.

Tienen tanto éxito que, sin haber salido a venderlas, múltiples restaurantes y comercios de gastronomía ibicenca acuden hasta el estanco para adquirirlas y así poder ofrecerlas a sus clientes. Elaboran unas 5.000 ó 6.000 botellas al año, todas hechas a mano, y raro es el cliente que se detiene a por tabaco y no se permite el lujo de tomarse un chupito del néctar de Can Vidal. Porque en el viejo estanco, como decíamos al principio, se nota que el tiempo transcurre a otro ritmo nada más cruzar el umbral.

Vicent, que ahora además es concejal de Fiestas, del Mercado de Artesanía y de Comercio del Ayuntamiento de Sant Joan, sigue con la tradición y además recicla montones de botellas para envasarlas. Desde hace unos años las vende con su precinto de circulación y una llamativa etiqueta azul, con esa preciosa imagen de su abuela de payesa y con el cántaro, con la que pretende rendirle homenaje.

Hierbas de trufa blanca

Además, Vicent innova, aunque sea fruto de la casualidad. En el invierno de 2016, se produjo un apagón cerca de Sant Joan, a causa de la rotura de un poste de luz. Aquel día, apareció por el estanco un italiano agobiado llamado Francesco. Portaba dos bolsas enormes llenas de trufas blancas, con las que hacía negocio. Sin electricidad en casa, los valiosos hongos quedaban condenados a una inmediata podredumbre, así que pidió ayuda a Vicent, que le dijo a quién debía acudir para seguir conservándolas en frío. Así surgió una amistad que aún perdura y una idea a priori excéntrica, que ha acabado cosechando un notable éxito: elaborar hierbas con trufa blanca.

Tras hacer muchas pruebas. Vicent halló una fórmula de éxito, que no satisface a los talibanes de las hierbas clásicas de Can Vidal, pero que si vuelve locos a los amantes de los hongos. Cada botella de esta nueva variante del licor casero incorpora una pequeña trufa blanca de primavera, traída de Italia por Francesco, y un pequeño porcentaje de esencia de este hongo, que suman un potente aroma y sabor a las hierbas tradicionales. La etiqueta, en este caso, pasa de azul a morada.

Vicent, además, cuenta que no piensa mover un ápice Can Vidal; que el estanco, mientras dependa de él, se mantendrá como siempre ha sido, sin la menor alteración. En la historia del establecimiento solo se han producido dos reformas, ambas a mediados del siglo XX. La primera cuando a finales de los 50 o principios de los 60, por una colilla mal apagada, se incendió el almacén donde el abuelo fumaba a escondidas. Gracias a los vecinos, se apagó rápidamente sin afectar a las dependencias anexas. La segunda una década más tarde, cuando una viga comenzó a crujir y los clientes tuvieron que salir corriendo. Por suerte, fue apuntalada a tiempo y la cubierta fue posteriormente reparada.

El resto sigue inmaculado, como hace más de cien años. De momento, Vicent también ha puesto en valor su historia, rebuscando papeles antiguos entre cajas de zapatos y viejos archivos familiares. Pocos ibicencos hay como él, que puedan presumir de estar al frente de un negocio que ha permanecido en el seno familiar durante tantas generaciones, y al que no se le ha cambiado un ladrillo en todo este tiempo. El estanco de Sant Joan, sin duda, es una joya.

El encanto de los viejos estancos

En Ibiza existen muy pocos comercios que mantengan el sabor añejo de toda la vida. Los estancos de algunos pueblos, sin embargo, constituyen la excepción. El de Can Vidal se mantiene como hace al menos cien años, y ocurre algo parecido con el de Can Xico de Sa Torre, en Sant Miquel, que también ejerce como bar, y el de la plaza de la iglesia de Santa Gertrudis, que además incorpora un colmado. El de Can Graó de Sant Josep, aunque se ha modernizado, posee una maravillosa tahona restaurada, en la que antaño se horneaba pan para todo el pueblo. No cabe duda; en los estancos aún perduran los ecos de aquella Ibiza de antaño.