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Reportaje

Lo que los flamencos de Ibiza ocultan

Detrás del brillo de los flamencos del Parque Natural de ses Salines se oculta una realidad que no es precisamente de color de rosa

Este año se ha batido un récord en el recuento de flamencos. Foto: CAT

No hay campaña de promoción ni feria turística que no muestre una hermosa imagen -a todo color, reluciente y esterilizada- del Parque Natural de ses Salines de Ibiza y Formentera. A ser posible con unos rosados flamencos en estanques como espejos. Es la joya de la corona. La postal perfecta. Y, sin embargo, detrás del brillo de los flamencos se oculta una realidad que no es precisamente de color de rosa.

«La presión que sufre ses Salines es brutal», es la frase con la que más a menudo resumen trabajadores del parque y agentes y técnicos de medio ambiente los problemas de este espacio emblemático, protegido como parque natural desde 2001, que costó un largo proceso proteger y que protagonizó, para evitar su urbanización, la primera gran movilización ecologista de la sociedad pitiusa, en 1977. Esas presiones son como hidras de cien cabezas y se revelan de muy diversas formas. La primera de ellas es evidente si se frecuenta la zona; no hay un sólo día en el que no pueda observarse a algún visitante incumpliendo las normas, saltando las cuerdas y vallas y entrando en los estanques o adentrándose en las dunas, intentando acercarse a los flamencos para hacer alguna foto o paseando a los perros por el camino de es Cavallet (el que discurre entre los estanques y la playa y que ostenta, a ambos lados, inequívocos carteles de que allí no está permitido entrar con animales domésticos). No es raro encontrar nidos de aves expoliados por perros y gatos de los que aún se observan las huellas, como pruebas del delito, en el lugar.

La bióloga Nuria Valverde, técnica del parque natural, introduce un concepto quizás clave para entender lo que está pasando. «Parece que ses Salines se haya convertido en el parque urbano de la población ibicenca. Y la mayoría de la gente que viene, lo hace con esta filosofía. No entienden que es un espacio protegido porque tiene unos valores excepcionales, únicos, en las Pitiusas». Es decir, los ciudadanos usan el parque como si fueran de paseo a El Retiro de Madrid, cuando en realidad se trata de un área destinada a proteger el hábitat de animales salvajes y de una diversidad vegetal remarcable. No es el lugar en el que pasear a los perros ni dejar sueltos a los gatos.

Es por ello también que el elevado número de corredores y ciclistas, deportistas en general, que frecuentan ses Salines se ha convertido asimismo en un problema. Es, en principio, una cuestión de cantidad, porque la masificación es otro de los conceptos clave. Pero es que, además, también entre los deportistas, incumplir las normas no es una rareza; en la mota de es Camí de sa Llonganissa han tenido que reforzar las medidas para evitar el paso porque los ciclistas se saltaban la prohibición de entrar.

Este año, en los estanques de ses Salines se ha batido un récord, y es el del mayor número de flamencos contados desde que se realizan recuentos, es decir, desde 1988. El pasado mes de septiembre, la cifra ascendió a 1.015 ejemplares, una cantidad que se explica, en buena medida, por los esfuerzos realizados este año en el recuento y porque el parque vuelve a contar con el trabajo de un naturalista que costó muchos años recuperar. El fin de semana posterior a que la noticia del boom de flamencos se publicara en los medios pitiusos, el parque se llenó de gente dispuesta a ver y fotografiar a los habitantes más populares del lugar, de tal forma que la buena noticia se convertía en una maldición para sus verdaderos protagonistas. Por esas fechas, y por introducir un ejemplo, en la zona de la Casa des Motor, en es Codolar, un agente de medio ambiente sorprendió a un hombre que, acompañado de su familia, daba palmas para intentar asustar a los flamencos y que alzaran el vuelo. Explicó que quería hacerles una foto, por supuesto.

Espantar a los flamencos para que vuelen no es tampoco un proceder excepcional en el parque, y quienes lo hacen deberían saber que lo que ellos consideran un pequeño abuso inocente puede suponer un grave riesgo para aves muy sensibles a la presencia humana, que pueden llegar a la isla agotadas de su migración y que obligarlas a levantar el vuelo puede implicar un enorme gasto de energía. Los fotógrafos también se han convertido en un problema en este espacio masificado. No sólo por el número, sino sobre todo por el proceder de muchos, porque incluso algunos que se denominan a sí mismos fotógrafos de naturaleza han tenido que ser apercibidos por incumplir las normas del parque, no es raro encontrar montones de colillas -pruebas de una larga espera- donde esperan a especies como el martín pescador y tampoco lo es sorprenderlos saltando las cuerdas que delimitan algunos espacios.

Trampas mortales

Los flamencos, por otra parte, no sólo deben tener cuidado con la persecución constante de quienes quieren verlos y fotografiarlos, sino también con la cantidad de cables eléctricos que atraviesan el parque y que, según la normativa de la zona protegida, deberían estar soterrados. Año tras año, este asunto se pone sobre la mesa de las administraciones, pero el tiempo va pasando y los flamencos -principalmente, pero también anátidas y otras aves- siguen cayendo. Las electrocuciones en las torres son un problema añadido a la presencia de tendidos eléctricos, pero lo más habitual son las colisiones. Recientemente, se han instalado nuevos apliques (unas tiras negras con una pinza) en el tendido que atraviesa uno de los estanques de sa Sal Rossa, la zona más conflictiva, y que se suman a las espirales que ya hay colocadas en otros tramos. Sin embargo, tales medidas, destinadas a que las aves vean los cables a tiempo, tienen un éxito relativo. Son un parche, no una solución. Cada ave herida o muerta por chocar contra los cables implica la redacción de un acta que los agentes hacen llegar al Servei de Protecció d'Espècies del Govern y que desde allí se manda a las compañías eléctricas para que conozcan la magnitud del problema. En el parque hay flamencos con un ala amputada, que ya no podrán volver a volar, por culpa de estos tendidos. El proyecto de soterramiento de cables, además, algo en lo que se lleva una década trabajando, estaba pendiente de una partida presupuestaria de Madrid que este mismo año se ha perdido por haberse dejado pasar los plazos estipulados del convenio y que se desconoce si podrá renegociarse.

Los actos de vandalismo, por si este catálogo de agravios no fuera aún suficiente, tampoco son extraordinarios; desaparecen señales, carteles informativos en zonas de paso prohibido o incluso alguno que informaba de la prohibición de fondear. Este mismo año -como ejemplo significativo de hasta dónde puede llegar la falta de sensibilidad con la protección del parque y qué consecuencias puede acarrear- se ha impuesto una multa de 8.000 euros a dos individuos que practicaron esquí acuático en los estanques de ses Salines d'en Marroig, en Formentera, y que colgaron en las redes sociales el vídeo que probaba tal inconsciente proeza.

Hay que recordar que el parque abarca una zona terrestre y otra marina y que, tal y como señala un agente, al menos sí puede destacarse que se han obtenido importantes avances en la protección de las praderas de posidonia y que la vigilancia de los fondeos está resultando efectiva. Aunque siguen detectándose motos náuticas, totalmente prohibidas en la zona, y este año, a pesar de la disminución de la actividad por la pandemia, se han cursado denuncias contra chárters ilegales que operaban en la playa de ses Salines, una de las que mayor masificación y tráfico de vehículos reúne en las Pitiusas.

La pandemia, por cierto, ha demostrado que la vida se abre camino y que las cosas pueden ser diferentes si se reduce la presencia humana; el confinamiento de marzo permitió a los chorlitejos recuperar zonas de nidificación en las dunas de es Cavallet. Algo impensable en otras circunstancias, teniendo en cuenta que se trata de una zona constantemente pisoteada y en la que, durante muchos años, los agentes se han visto obligados incluso a ahuyentar a personas que se ocultan para practicar el denominado cruising o cancaneo (sexo ocasional) entre las sabinas. Además, este año, el Covid-19 ha permitido a los trabajadores del parque realizar más trabajo de campo (para evitar la oficina) y, en palabras de Nuria Valverde en el espacio 'Per terra, mar i aire' del programa Múltiplex de IB3 ràdio, «se ha hecho más trabajo de información que nunca, a pie de playa, de estanques, en los caminos...Y ahora vamos casa por casa para pedir a la gente que no deje perros ni gatos sueltos. Pero, aún así, tendremos que trabajar en otras maneras de llegar a la población».

Valverde señala que se «necesita la implicación de la ciudadanía, si no, no es posible proteger el parque» y explica que quienes sean testigos de algún incumplimiento de las normas pueden llamar al 112 para que desde allí avisen a los agentes de medio ambiente.

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