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Imaginario de Ibiza

Otoño en Cala Bassa

Cala Bassa recupera su esencia en otoño.

¡No te angusties! La vida vuelve a empezar con el otoño. (De la película 'El Gran Gatsby').

Decía la escritora británica George Elliot que si fuera un pájaro volaría sobre la tierra buscando los otoños sucesivos. Un sentimiento que, al final de los veranos comunes, comparten muchos ibicencos. Si hay una orilla que registra el más radical de los contrastes entre estaciones esa es la de Cala Bassa -o la Bassa, a secas, como era conocida antaño-.

Hay tres elementos que hacen de la Bassa un lugar insólito, más allá del color turquesa y la transparencia del agua. El primero es la propia charca, la bassa, que antaño recogía el agua de lluvia. Desde hace unos años, sin embargo, ésta es salada, al estar comunicada con el mar mediante un estrecho canal que desemboca en el extremo sur de la orilla. Allí ejerce de abrupta frontera entre la arena clara y el paisaje volcánico, de rocas puntiagudas y cocons, que caracteriza la costa baja y escarpada de este tramo.

La segunda particularidad es la forma del arenal en la orilla, que se eleva más de lo normal, creando un escalón blando y natural. En este vértice suave y atípico encontramos el origen de la propia charca, ya que dicho accidente, cuando aún no existía la acequia, impedía que el agua dulce llegara al mar, acumulándose en la retaguardia. Y en tercer lugar, el muro de metro y medio que, desde hace ya muchos años, separa la orilla de la zona de dunas y sabinas que se eleva en segunda línea.

En verano, la Bassa es una torre de Babel, donde confluyen turistas procedentes de todas partes y en una cantidad desmesurada. Llegan en autobuses y barcas de línea, o en los coches de alquiler que a veces saturan el parking -de pago-, a pesar de sus generosas dimensiones. Luego se hacinan en la orilla, salvo en las amplias parcelas ocupadas por las hamacas de lujo de los chiringuitos, cuyos inquilinos gozan de más espacio y hasta se dan el gusto de almorzar y tomar cócteles en horizontal, sobre la misma arena.

La Bassa, además, es un monopolio en temporada. Dispone de cinco restaurantes o chiringuitos que pertenecen a la misma empresa y que están conectados por senderos que discurren entre las dunas. Éstas, además, han sido compartimentadas con muretes, estableciéndose nuevas zonas de mesas y hamacas, donde antaño no existían. Los bañistas que quieran apostarse a la sombra de las sabinas, tal y como se hacía antaño, ya no pueden, a no ser que no les intimide el ambiente elitista que impera en esta zona de la playa. Una música machacona que va pinchando el disc jockey, además, se extiende por la mayor parte de la orilla.

La esencia del otoño

La esencia del otoñoNo existe, en definitiva, una playa donde la sensación de haber sido privatizada resulte tan intensa como la Bassa. Con la llegada del otoño, sin embargo, recupera su esencia. El agua aún no se ha enfriado como en invierno y los días soleados ofrecen baños apoteósicos y, a menudo, solitarios. Las dunas vuelven a quedar disponibles y el lugar, en definitiva, parece otra vez el deslumbrante paraíso que ilustra guías turísticas y postales. El portal situado sobre las rocas del extremo norte, que en verano cruzan todos los turistas que llegan a bordo de las golondrinas, enmarca la bahía de Portmany casi al completo y desde la arena, sin una barrera de lanchas fondeadas, la presencia imponente del Cap Nonó impresiona de nuevo.

Aunque la Bassa ya no pertenece a los ibicencos, en esta época la recuperamos por unos meses. La vida, como en 'El Gran Gatsby', empieza de nuevo en otoño.

Frontera de la bahía

Frontera de la bahíaDesde el punto de vista geográfico, la Bassa se considera el cierre por el lado sur de la bahía de Portmany. La flanquean el cabo de la Bassa y la punta de sa Pedrera, situándose por tanto entre Port des Torrent y la desconocida y pétrea Cala Roja, que a su vez precede la Punta des Farallons, donde se yergue la Torre d'en Rovira. Su orilla, de unos 250 metros, es una de las más amplias de la costa de poniente de Ibiza.

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