Hace ya muchos años, creo que fue en los 90, para consultar unos datos que necesitaba sobre la Ibiza púnica, visité en el Museo del Puig des Molins a Jordi Fernández, su director entonces, y lo primero que me sorprendió en su despacho fue ver en una estantería varias terracotas que enseguida identifiqué: eran de Juan Planells, D'Aifa. Me sorprendió, pero no me extrañó. Estuvimos hablando del enigmático hacer del alfarero que, nadie sabe cómo ni por qué, sacaba de las pellas de barro pequeñas estatuillas que tenían una asombrosa semejanza con las terracotas de hace más de dos mil años que atesora el museo.

Siempre que pasaba unos días en la isla, acudir al taller de D'Aifa era una visita obligada. Solía ir con mi mujer porque nos fascinaba su trabajo y se nos iban las horas viendo con qué extraña facilidad creaba aquellas representaciones que parecían venir de otro mundo. Hacía, por supuesto, toda clase de cacharros domésticos, jarras, cántaros, vasos, platos y ollas que todavía tenían una cierta demanda, pero no podía evitar dedicar un tiempo a sus singulares terracotas. Recuerdo que le divertía nuestra admiración por su trabajo, cuando para él era algo que hacía con naturalidad, como si sus manos respondieran de manera instintiva a una prefiguración mental que no dejaba lugar a titubeos. Para él era un trabajo vocacional, era su vida. En la trastienda del pequeño taller tenía un camastro y, muchas veces, cuando llegaba el verano, dormía allí mismo. Nosotros le comprábamos 6 o 7estatuillas, -nunca sabía qué podía cobrar-, y cuando nos íbamos solía regalarnos más terracotas que las que habíamos comprado. Hoy, en nuestra casa, estamos rodeados de aquel mundo suyo que hicimos nuestro.

Alguna otra vez he traído a estas páginas aquel extraño hacer del alfarero, pero nunca hasta ahora he hablado de las terracotas, en sí mismas, es decir, de la información que aporta su lectura y las sensaciones que generan. No creo en reencarnaciones ni en zarandajas parecidas, pero confieso que D'Aifa me hizo pensar si no sería un púnico revivido. Estaría en concordancia con el hecho documentado de una Ibiza que tenía una producción masiva de terracotas como descubre el desgaste de las matrices. En otro caso, salvo que alguien me dé una explicación satisfactoria de por qué hacía D'Aifa lo que hacía, a pesar de mi incredulidad, mantendré la sospecha de que pudo ser un púnico de visita. Y es que no se trata sólo del parecido de sus terracotas con las auténticamente fenicio-púnicas, también desconcierta su rusticidad, su primitivismo, sus texturas, sus pequeños detalles. Cuando salen de sus manos, sorprendentemente, no parecen recién hechas, parece que se hicieron nadie sabe cuándo. Un pensamiento que siempre me venía a la mente cuando lo veía trabajar es que esta modesta coroplastia manual que se hace con la materia prima menos costosa y más fácil de manipular que da la naturaleza, -la arcilla que sólo precisa un sencillo proceso de depuración y cocción-, es el oficio más antiguo que existe. Cuando en el arranque del Génesis Yahvé moldea el primer hombre de barro es el primer terrissaire, el primer alfarero.

Variado repertorio

Un primer aspecto que llama la atención en las estatuillas de D'Aifa es el uso que hace de tipologías y elementos iconográficos.Y también su extraordinario repertorio, su variedad. Todas las figuras son distintas y cada una parece responder a una función que puede ser doméstica, funeraria, cultural o votiva. Aunque, eso sí, D'Aifa se permite en algún caso una pequeña picardía. Es el caso atrevido de dos vejetes, un hombre y una mujer sentados en un banco: ella se cubre con un sombrero los bajos en los que el hombre, haciéndose el despistado, mete la mano. Pero sigamos con algunas otras estatuillas: una mujer desnuda, con manos en los pechos y con efecto pilastriforme, -pregnant woman-, parece encinta y tiene su rostro recogido, ensimismado, como si mirase a su interior.

Otra que lleva una lamparilla en la cabeza podía utilizarse en las casas como sahumador, lucerna, quemaperfumes o en un ajuar funerario para iluminar al difunto en el Más Allá. Una figura femenina campaniforme y con peinado trenzado tiene una especie de disco de buen tamaño entre las manos que puede ser un cernedor o un instrumento musical. Y otra mujer -dominan las representaciones femeninas- lleva sobre la espalda un niño, sujeto con unas bandas de tela que dan a la representación un extraordinario realismo. Y dos figuras claramente votivas llevan su ofrenda a los dioses, una un pájaro y la otra una copa. Y me intriga, finalmnte, una figurilla que se lleva las manos a la garganta. ¿Alude a una enfermedad? Nunca lo sabremos, pero es evidente que en su contexto tendría una lectura precisa.

La cuestión, en cualquier caso, es siempre la misma, ¿de dónde saca D'Aifa estas ideas? Otro aspecto que conviene subrayar son los complementos en la indumentaria, -tiaras, cubrecabezas cónicos, cinchas, collares, pulseras, diademas, aretes, etc-, aunque, por lo general, las terracotas de D'Aifa tienen muy escasos atavíos y se significan por su desnudez. Alguna figura puede que represente a un guerrero, a un sileno o a un dios tutelar, no sé. Y luego están las máscaras que, ignoro por qué, suelen ser grotescas, como si hicieran una mueca, posiblemente para subrayar su expresividad y llamar la atención. Algunas son pequeñas, pero otras, barbadas, con grandes orificios para los ojos y la boca, son de un tamaño que podría corresponder a las que llevaría un sacerdote en un acto de culto o un actor en el teatro. Y finalmente, un trabajo más esporádico pero de extraordinaria belleza corresponde a una guisa de losas de barro con relieves arcaizantes, muy potentes, caso de argollas, ánforas y rostros.

Recuerdo de un amigo

D'Aifa tenía una serie de seis grandes baldosas en un rincón y las iba a tirar; era un encargo que, según me dijo, no le habían recogido y estaban inacabado. Me faltó tiempo para rogarle que me permitiera hacerme con ellas. Hoy las tengo expuestas en casa, junto a un cuadro de Ferrer Guasch y otro de Sioma Baram. Es un magnífico recuerdo del alfarero y del amigo.