Con 10 años se apuntó a clases de vela y aquellos inicios llevaron a Sebastián Vidal a hacer de su primera afición su medio de vida. Aunque su padre, Cosme, se mareaba cuando se subía a una embarcación, no dudaba en llevar a ses Salines a sus hijos para que un amigo suyo, que por aquel entonces era campeón de España de patín catalán, les enseñara los secretos de la vela. Así, entre el patín catalán y el windsurf, Sebastián se enamoró de la libertad y la sensación de poder desplazarse en el mar.

Mientras estudiaba dedicaba parte de su tiempo a enseñar a los niños a navegar, hasta que con pocas ganas de seguir entre libros, decidió apostar por el mar, primero como algo temporal, con trabajos esporádicos de marinero y de monitor, hasta hoy que es director de la Escuela de Vela del Club Náutico Ibiza.

De aquello han pasado ya 30 años. Recuerda que al principio estaba casi solo en esta aventura. «En aquella época apenas teníamos medios, nos arreglábamos con una lancha neumática y poco más», recuerda. Ahora cuenta con la ayuda de más monitores, que, como tenía que ser, casi todos han pasado por sus enseñanzas. Igual que numerosos niños y jóvenes que han logrado importantes podios como Bartolomé Marí Mayans, la familia Tarrasa o Carlos Roselló, entre otros muchos deportistas. Otros muchos se preparan para llegar algún día a una Olimpiada y la mayoría continúa con su afición por la vela. «Cuando algún deportista del Club gana un trofeo me emociono tanto como si fuera un hijo mío», dice Vidal.

Entre las claves para conseguir formar a grandes campeones y lograr que sus alumnos continúen con este deporte, está la pasión que pone a su trabajo, unida a su carácter tranquilo y a la paciencia que nunca le abandona. Algo que también le ha servido para ver quién, en el futuro, podría llegar a competir, aunque Vidal es consciente de que no solo sirve la aptitud y la actitud, sino también las circunstancias vitales y, sobre todo, el trabajado duro. «He visto casos de chavales que, sin destacar mucho en un principio, han llegado muy lejos por su empeño y por su esfuerzo».

En este viaje por el mundo de la vela, el director de la Escuela también ha pasado algunas pequeñas vicisitudes, como en el año 2000, que tanto él como los alumnos se alojaron en una base naval militar en Nápoles con otros compañeros. A la hora de dormir, los ronquidos de algunos compañeros eran tan fuertes que Sebastián se fue a descansar a un rompeolas. Con la oscuridad y el sueño, se tropezó, con tan mala suerte que se fisuró una costilla. Ni siquiera el malestar le impidió dirigir a sus alumnos y seguir con la travesía.

Precisamente, el miedo a un accidente es lo que más teme. «El chaleco salvavidas es fundamental; llevarlo siempre puesto es algo en lo que insisto mucho a los alumnos y a los monitores. Por ahora, salvo un brazo roto y cosas similares, no hemos tenido incidentes», señala con alivio.