De este pequeño enclave suele decirse que condensa la esencia marinera de Formentera; tal vez del Mediterráneo entero. Antaño era más conocido como es Caló des Frares o es Caló de Sant Agustí, pero hoy es simplemente es Caló, el único, aquel que no requiere sobrenombre. Cuentan que los monjes agustinos del monasterio que existió en la Mola en el siglo XIII -y que desapareció misteriosamente- bajaban hasta la cala a bañarse, y de tal circunstancia derivarían los dos antiguos nombres. Y ahí donde lo veis, tan idílico, típico y diminuto, ha sido usado como puerto de entrada a la isla para pequeñas embarcaciones. Cuando no soplaba la tramontana.

Es Caló, geográficamente, es un tramo de la vénda de es Carnatge y de ses Clotades que se sitúa casi a los pies de la Mola, donse se inicia el camí de sa Pujada, el antiguo camino empedrado que hoy muchos conocen como 'el camino romano'. El corazón de es Caló es el círculo abierto de casetas varadero que sa Punta Grossa protege por el norte, algo más de una veintena de barracas con los característicos raíles de madera por los que izar las barcas o lanzarlas al mar. Varadors o escales son los nombres más habituales por los que estas casetas y sus raíles son conocidos en las Pitiusas.

Una alga con riesgo

En el lugar en el que estos carriles se hunden en el mar, el agua parece adquirir el tono verde de las algas que crecen sobre los maderos. Y entre ellas puede destacarse la presencia de la invasora Caulerpa cylindracea, que fue citada por primera vez en Balears en 1998 y que es considerada por los expertos la especie introducida que mayor riesgo supone actualmente para los fondos marinos mediterráneos. Cerca de ella se ocultan entre las rocas algunos cangrejos de otra especie alóctona, el cangrejo araña Percnon gibbesi.

A menos de medio metro de profundidad tiene su guarida un pulpo, puede verse al gall faver (un pez blenio muy popular y muy común en Balears) y los bancos de salpes -esos peces con listas amarillas que suelen nadar en la pradera de posidonia- se adentran en la bahía. A muchos puede resultar sorprendente la vida que es capaz de prosperar en un pequeño puerto pesquero a menos de dos metros de profundidad.

Y del verde al azul, si por algo destacan realmente las aguas de es Caló es por su intenso azul turquesa, tan hermoso que también hubiera hecho enfermar a Stendhal. Quizás la mejor manera de contemplar todo es Caló, su puerto en semicírculo y el núcleo urbano de casas y apartamentos que ha crecido a su vera, sea desde el azul, desde el mar. En es Calò hay que coger un par de aletas y unas gafas de bucear y alejarse mar adentro, donde la profundidad llegue al menos a los diez metros pero los rayos de sol, visibles en diagonal en el agua, siguan alcanzado las ondulaciones que las corrientes han dibujado en la arena.

Territorio turístico

Cierto es que lo que antaño fue habitual hoy, debido a la proliferación de embarcaciones en la zona, puede considerarse una actividad de riesgo. Sin embargo, aún pueden aprovecharse las temporadas de menos tráfico marítimo para adentrarse en el azul turquesa y desde allí percatarse, asimismo, de lo que ha crecido en las últimas décadas la pequeña población que ha pasado de ser dominio de pescadores a territorio turístico, incluido en todas las guías e imagen de postal.

Es Calò, en la carretera hacia la Mola, se completa con ses Platgetes, las pequeñas calas consecutivas que se extienden hacia el noroeste, y, además de condensar el espíritu marinero de las islas, forma parte importante de la historia de las hierbas Marí Mayans, ya que fue aquí donde, a finales del siglo XIX, se instaló la primera destilería.