El día 8 de agosto se celebra el 785 aniversario de la conquista cristiana de Ibiza de 1235. Quizás le pueda interesar al lector conocer cuáles fueron algunas de las razones, desde el punto de vista de la estrategia militar, que impulsaron al rey Jaime I a ordenar la operación de conquista.

El mar Mediterráneo, una inmensa autopista

Ya desde los primeros momentos de lo que se ha venido en llamar la Reconquista, tanto los nobles como los hombres poderosos y los comerciantes de la costa que va desde Tarragona hasta Montpellier, se morían de ganas por hacerse con el control de las islas Baleares.

La razón era que en la Edad Media las comunicaciones eran más fáciles por mar que por tierra. Los caminos eran escasos y peligrosos; había que pagar impuestos por pasar por determinados puntos y, además, estaban infestados de salteadores.

La alternativa al transporte por tierra era hacer uso del mar. La capacidad de carga de los barcos era muy superior a la de los carros tirados por animales; un solo barco podía llevar las cargas de varios comerciantes a la vez y, más aún, las rutas marítimas permitían eludir el pago de alcábalas en los caminos y el paso por territorios hostiles.

Por eso, aún a pesar de la lentitud del viaje y de los riesgos de naufragio, el mar era el medio de transporte preferido por los comerciantes. El Mediterráneo, más que una barrera física, era en realidad una vía de comunicación. Una autopista. Y dentro de esa inmensa autopista, las islas Baleares jugaban un papel clave, porque estaban en medio de todas las rutas comerciales.

Sus bahías y sus calas eran auténticos puertos naturales que, junto con el clima benigno del que gozaban, ofrecieron refugio seguro a las naves de griegos, fenicios, cartagineses, romanos y bizantinos. Las Baleares eran un hito marítimo de primer orden en el Mediterráneo occidental.

Pero tenían un problema: ¡estaban en poder de los musulmanes! Y los antiguos catalanes ansiaban hacerse con ellas porque, además de ser un punto focal de las comunicaciones marítimas, los sarracenos ibicencos y mallorquines -que eran excelentes marino- las utilizaban como base de operaciones de sus naves corsarias para atacar a las mercantes cristianas y para lanzar razias contra las costas de la Península desde la mar, las temidas algazúas.

Anteriores intentos de conquista

A lo largo del siglo XII, hubo varios intentos de hacerse con el control de las islas. El primero y también el que tuvo mayor éxito fue el que se conoce como la cruzada pisano -catalana de 1114. Se trató de una operación de castigo contra las islas de Ibiza y Mallorca por parte de una escuadra de Pisa para acabar el corsarismo sarraceno. La apoyó el Papa Pascual II, de ahí el calificativo de cruzada. Al hacer escala en Barcelona, a la escuadra pisana se le sumaron las huestes del conde de Barcelona Ramón Berenguer III, que asumió el mando de la operación. Conquistaron la ciudad musulmana de Yabisa en agosto de 1114, pero como solo era una operación de castigo sin intenciones de ocupar la isla, se retiraron.

El segundo intento lo protagonizó Ramón Berenguer IV en 1146, esta vez con la ayuda de una escuadra genovesa. Un tercer intento lo llevó a cabo el rey Alfonso I de Aragón en 1178, contando con la cooperación de una armada siciliana. En 1205 hubo un nuevo intento que tuvo como promotor al rey Pedro II de Aragón, padre de Jaime l. Aunque esta vez fue más una intención que un verdadero intento.

No pudo ser. Los reinos cristianos españoles, por sí solos, no tenían la capacidad para proyectar una fuerza militar desde la Península hasta las islas Baleares a través del Mediterráneo, derrotar a los musulmanes y mantener una ocupación permanente en las islas. Dicha capacidad no se alcanzaría hasta el siglo XIII.

El punto de inflexión se produce en 1212, en la Batalla de las Navas de Tolosa. La victoria de la alianza de los reinos cristianos contra el imperio almohade hace que éste comience a desmoronarse y se abra la puerta para que los cristianos profundicen su avance hacia el sur y este de la Península. Tras las Navas de Tolosa, los almohades de las islas de Mallorca, Menorca e Ibiza quedan abandonados a su suerte, sin posibilidad de recibir apoyo militar desde la Península.

Se dio además la circunstancia de que las comunicaciones por vía marítima entre las ciudades costeras del Mediterráneo, como era el caso de Barcelona, Tarragona, Montpellier, Génova, Pisa y Venecia, por citar las más pujantes, habían impulsado de forma significativa el comercio por mar; lo que a su vez había influido considerablemente en la aparición de astilleros y en la construcción de barcos a lo largo de las costas cristianas. ¡Por fin, los catalanes -aragoneses disponían de marina propia!

La oportunidad era entonces favorable, como no lo había sido nunca, para lanzarse a la conquista de las Baleares. El proyecto estaba en el ambiente. Solo hacía falta un incidente que actuase como catalizador para que los hechos se precipitaran.

Se organiza una comida para convencer al rey

Y entonces ocurrió que Jaime I, un jovencísimo rey del recién creado Reino de Aragón, que apenas contaba veinte años de edad, tuvo que desplazarse a Tarragona para resolver asuntos de gobernanza. Allí se entrevistó con un tal Pere Martell que, además de ser el merino de la ciudad -algo parecido al lugarteniente real- era un importante armador de dicha ciudad.

Martell, estaba firmemente convencido de las inmensas ventajas que reportaría la conquista de las islas Baleares al comercio y a la marina del Reino de Aragón€ y también a él mismo, pues no en vano se dedicaba al negocio marítimo. Martell olió la oportunidad y se propuso convencer al Rey. Organizó una comida a la que asistieron los magnates de la zona y el rey con todo su séquito€ y le convenció.

Una vez tomada la decisión, encontrar una excusa para emprender la conquista de las Baleares, empezando por Mallorca, fue fácil. Lo más difícil era conseguir el apoyo del resto de nobles y magnates del Reino de Aragón. La empresa era muy arriesgada y de su éxito dependía el porvenir y la viabilidad de su todavía frágil reino. Jaime I necesitaba contar con el beneplácito de los poderes fácticos.

El Rey fue a Barcelona. Convocó las Cortes del reino y las reunió en el palacio real para manifestarles su propósito de conquistar Mallorca. Afortunadamente la idea fue acogida con gran entusiasmo y consiguió el apoyo de obispos, nobles, ricoshombres y otros magnates de los territorios costeros de su reino. Faltaba ahora conseguir el apoyo de los del interior, los que procedían de la antigua Casa de Aragón.

Los nobles de la antigua Casa de Aragón tenían otro objetivo

A continuación, Jaime I fue a Lérida. Convocó en esta ciudad a todos los nobles y ricoshombres de la antigua Casa de Aragón y les pidió su apoyo y financiación para intentar la empresa a la mayor escala posible. La respuesta fue NO. ¡Jaime I se llevó un gran disgusto!

Para los nobles y hombres poderosos del interior de Aragón lo más lógico era aprovechar el vacío que se había producido en la Península tras la derrota de los almohades en las Navas de Tolosa, para continuar avanzando en dirección sur, como lo estaba haciendo el rey de Castilla. Los nobles del viejo Aragón consideraban que la conquista de las ricas tierras de Valencia era de mayor prioridad que la de la isla de Mallorca. El objetivo tenía que ser el levante de la Península y, sobre todo, Valencia.

Pero Jaime I no se apartó de la idea inicial de conquistar Mallorca. Consiguió reunir una fuerza expedicionaria de ciento cincuenta barcos, entre galeras, galeotas, taridas y naves mercantes, y el 5 de septiembre de 1229 se hizo con ella a la mar desde Salou, rumbo a Mallorca. Por fin, el día de fin de año de 1229, la ciudad musulmana de Mayurqa era asaltada y tomada presa.

Abu Zakaría entra en escena

Una vez conquistada la mayor de las Baleares, el siguiente objetivo de la Corona de Aragón tenía que ser Valencia. Pero la amenaza sarracena en aguas del Mediterráneo no había desaparecido. Tras la desintegración del imperio almohade, habían surgido nuevos poderes políticos en el norte de África. Ahora la mayor amenaza para las naves cristianas procedía de Túnez, donde el líder háfsida Abu Zakaria estaba reuniendo una escuadra de barcos de guerra.

La reacción de Jaime I fue inmediata. En abril de 1230, nada más terminar la conquista de la ciudad de Mallorca, tres galeras a las órdenes de Nuño Sans, conde de Rosellón, entraron en corso contra las costas del norte de África como acción preventiva. ¡Por si acaso!

Pero el Rey no quedó tranquilo. En 1231 buques de guerra de Abu Zakaría se pasearon frente a las costas de Mallorca. Ibiza estaba indefensa y corría peligro de convertirse en una base avanzada del líder musulmán, para desde ella hostigar a las naves mercantes cristianas y hacer las veces de piedra de salto para llevar a cabo ataques contra las costas de Mallorca y de la Península.

Estaba claro que tras la conquista de Mallorca el objetivo principal era Valencia; pero de ningún modo se podía permitir que la isla de Ibiza se convirtiera en base avanzada del líder háfsida. ¿Qué podía hacer?

Jaime I tuvo que tirar del manual del buen estratega militar: «Si algo es importante y urgente, hazlo tú. Si es urgente pero no tan importante, delégalo en tus hombres de confianza». Y así fue como el 29 de septiembre de aquel mismo año 1231, Jaime I donó en feudo las islas de Ibiza y Formentera a sus tíos segundos, Nuño Sans y el infante Pedro de Portugal, con la condición de que las conquistaran en el plazo de dos años.

Para Jaime I era imperativo conquistar las Pitiusas sin desatender Valencia

Pasó 1232, pasó 1233, pasaron los dos años y los tíos segundos del Rey no habían cumplido el encargo. Jaime I estaba cada vez más preocupado. Sus huestes estaban comprometidas en la conquista de Valencia y el rey musulmán de Valencia, asfixiado ante la presión de las tropas cristianas, había pedido ayuda a Abu Zakaría.

Las islas se encontraban en mitad de la ruta Túnez - Valencia y a la espalda de las galeras cristianas que proporcionaban apoyo logístico desde la mar a las huestes aragonesas que intentaban llegar a Valencia. ¡Un problema de estrategia naval de grandes dimensiones! Las Pitiusas no podían, no debían, caer en manos sarracenas. Para Jaime I era imperativo conquistar Ibiza y Formentera, pero€ sin desatender Valencia ni un solo momento.

Ahí entró a jugar Bernat de Santa Eugènia. Un hombre de la absoluta confianza del rey Jaime I, que había participado con él en la conquista de Mallorca y que había llegado a ser su lugarteniente en esa isla durante un tiempo. Bernat de Santa Eugènia y su hermano Guillem de Montgrí - hermanos que no llevaban el mismo apellido - solicitaron audiencia con el Rey y le pidieron autorización para conquistar las Pitiusas.

Difícil decisión para el rey Jaime, que era sobrino segundo de Nuño Sans y del infante Pedro de Portugal; pero la amenaza de las naves de guerra háfsidas era grave y tanto Santa Eugènia como su hermano Montgrí eran gente de probada eficacia y lealtad. Además, Montgrí era el arzobispo electo de Tarragona, lo que sin duda inclinó la balanza a su favor; porque Jaime I en su niñez fue educado por la Orden del Temple y estuvo apoyado por la Iglesia en los momentos más difíciles del principio de su reinado, lo que sin duda debió de influir en su decisión. Así que, al final, el Rey accedió a la solicitud.

Jaime I otorgó la concesión a Guillem de Montgrí en las Cortes del Principado de Cataluña reunidas en Lérida el 7 de diciembre de 1234; y le donó en feudo las islas con la condición de que las conquistara antes del día de San Miguel del año siguiente, 29 de septiembre de 1235.

Quizás al lector le pueda parecer sorprendente que un arzobispo pudiera lanzarse a capitanear una operación militar; pero en aquellos tiempos la religiosidad y la milicia representaban los más altos valores de la sociedad e iban muy unidos. El que un clérigo se dedicará a combatir el Islam no solo era normal, sino que hasta estaba muy bien visto. Incluso el Papa enviaba cartas exhortando a combatir contra los musulmanes. Recuerde el lector que era la época en la que proliferaron las Órdenes Militares.

Montgrí tuvo que tragarse el sapo

No debió de gustar mucho a Nuño Sans y a Pedro de Portugal que es fill des cosí donara ahora en feudo las islas a un clérigo que no era de tan alta cuna como la suya, por muy arzobispo que fuera. Es casi seguro que, enseguida, maniobraron entre bastidores para, de una forma o de otra, restarle protagonismo a Montgrí.

Los hermanos, Bernat y Guillem, tampoco tendrían demasiadas ganas de compartir la dirección de la conquista de las Pitiusas con dos nobles de mayor categoría y de mayor edad que ellos dos. Nunca es cómodo para un jefe militar tener bajo su mando a dos militares de mayor antigüedad y de tan alto prestigio como el que tenían Sans y el infante de Portugal .

Nada más comenzar el planeamiento de la operación militar, Montgrí y su hermano Bernat de Santa Eugènia se dieron cuenta de que la empresa excedía su capacidad logística y, sobre todo, su disponibilidad financiera. Enseguida tuvieron que empezar a pedir ayuda y buscar dineros.

Al final, en marzo de 1235, Montgrí tuvo que aceptar el hecho de que tenía que asociarse con el conde de Rosellón y con el infante de Portugal y llegar a un acuerdo con ellos. El mal menor era que, al menos, la concesión real se había hecho a favor suyo, por lo que la participación de ambos nobles en la empresa sería en calidad de subordinados. Aún así€ ¡No debió de ser nada fácil tragarse ese sapo!

Apenas hay noticias de la expedición militar que se hizo a la mar rumbo a Ibiza, al objeto de desembarcar y conquistar las Pitiusas. No se sabe cuál fue su composición, ni el lugar exacto de donde salió, ni a que playa arribó, ni las fechas de partida y ni de llegada.

Tampoco sabemos nada de las tropas almohades que supuestamente defenderían la isla. Algunos historiadores estiman que la población total de las islas rondaría las 7.400 personas, de las que, como mucho, un diez por ciento podrían haber participado de forma activa en la defensa de la Yabisa musulmana. Entre las poquísimas fuentes sobre la expedición que han llegado a nuestros días, encontramos las que corresponden a la Crónica del Rey Don Jaime. Según ella: «€ tomó tierra la hueste sin ser hostilizada, llegaron al puerto, establecieron el campamento y comenzó el sitio. Pronto entraron en juego un fundíbulo y un trabuquete€, disparando el primero contra la villa, defendida por tres cercas, y el segundo, de mayor alcance, contra el castillo. Al ver que se agrietaba el muro exterior por acción del fundíbulo, emprendiéronse cavas, para completar su ruina. Y hostilizando primero con menudos combates, armóse toda la hueste a la hora del asalto general, en el que fue tomada toda la primera cerca del muro de la villa, donde penetró delantero el leridano Joan Xico€ Desanimándose los sarracenos con tal pérdida y movieron plática de rendición, entregando la villa y el castillo, sin que el trabuquete hubiese lanzado sobre este diez piedras€ Tuvo lugar la conquista de la villa y castillo, llamado de la Almudayna, el día 8 de agosto de 1235».

Pobres pero cristianos

La conquista cristiana de 1235 constituyó un verdadero hito, a la vez que una tremenda mutación en la Historia de nuestras islas. La conquista de 1235 supuso la incorporación de nuestras islas a los valores de la cristiandad y, por ende, del mundo occidental. Gracias a ella, en la actualidad, las Pitiusas pertenecen a un Estado de Derecho que forma parte de la Unión Europea.

Pero también es cierto que toda moneda tiene dos caras. Desde el punto de vista social, Ibiza y Formentera pasaron de tener una sociedad más o menos igualitaria organizada sobre la base de la religión islámica, en donde la propiedad estaba repartida entre familias y clanes, a un sistema feudal que, aunque muy atemperado por la Carta de Franquicias, seguía siendo feudal, basado en relaciones señor-vasallo. La nueva sociedad se organizó por criterios de cuna, sangre, linaje, estamento y privilegios.

Desde el punto de vista económico, como ocurre siempre tras un conflicto armado, la conquista de 1235 se llevó por delante toda la estructura económica de nuestras islas. El sistema productivo de Yabisa colapsó. Después siguió una política de «manos muertas» y de drenaje de rentas de la propiedad señorial hacia el exterior que llevó a sus habitantes a la ruina. Tuvieron que pasar siglos para que nuestras islas se recuperaran.