En la cima de un pequeño cabo que se adentra en s'Estany Pudent, habitantes de los inicios de la Edad del Bronce construyeron un complejo sepulcro para seis hombres y dos mujeres que, cabe suponer, eran miembros destacados de la sociedad en la que habitaban. Lo demuestra el hecho de que sólo para ellos se levantara tan aparatosa tumba circular orientada a Poniente, un monumento megalítico que hoy se considera único en el mundo porque, al parecer, suma más elementos arquitectónicos prehistóricos conservados que ninguna otra construcción similar. Para la cultura pitiusa, más importante que la complejidad, la suma de elementos y los misterios de sus moradores, es su aportación histórica, ya que, hasta su descubrimiento, la prehistoria no existía en las islas. Es decir, las referencias más antiguas eran fenicias y aún podía dudarse de que Ibiza y Formentera hubieran estado habitadas antes de los púnicos.

Al abrirse las puertas del sepulcro de Ca na Costa se abrió una puerta a un pasado mucho más lejano y se iniciaron las investigaciones de la prehistoria pitiusa. Tras Ca na Costa se excavó en es Cap de Barbaria, donde informaciones y citas antiguas hablaban de restos que merecían una prospección, y se investigaron los megalitos de Can Sargent y las pinturas rupestres de ses Fontanelles. Todo ello quiere decir también que la historia de la prehistoria de las islas es muy reciente, ya que el monumento funerario megalítico de Ca na Costa fue descubierto en el año 1974, después de que el profesor Manuel Sorà, quien fuera presidente de la junta del Patronato del Museo Arqueológico, informara de unos vestigios junto a s'Estany Pudent que podían ser interesantes. Al año siguiente, el entonces director del museo, Jordi H. Fernández, y el responsable del museo de Menorca, Lluís Plantalamor, un especialista en cuestiones prehistóricas, iniciaron las excavaciones y sacaron a la luz el sepulcro. Aunque el interior había sido removido en el pasado y crecía un olivo (un acebuche) en el centro, la estructura estaba relativamente bien conservada y la excavación permitió recuperar tanto la cámara circular central y su área circundante como diverso material cerámico, piezas en hueso, colmillos y conchas (destacan aquí quince botones), tres objetos de sílex y algunos restos humanos.

Un gran reloj de sol

Si, a menudo, para los poco iniciados en la arqueología y en los misterios del pasado, para los escasamente sensibles a la información que guardan las piedras, los yacimientos arqueológicos que se encuentran en las dos islas pueden parecer poco más que rocas amontonadas, el sepulcro de Formentera resulta sorprendentemente llamativo. Sin necesidad de compararlo con Stonehenge, la tumba colectiva de Ca na Costa es como un gran reloj de sol -de hecho, los formenterenses la conocen como es Rellotge- del que destacan inicialmente los siete ortostatos (las losas de piedras verticales, en lenguaje más común) de dos metros que conforman la cámara central, enclavados con una regata circular en la roca y que sostendrían algún tipo de cubierta, también de losas o quizás de madera. La cámara funeraria (ligeramente elíptica y de 3.80 metros de diámetro de este a oeste), los anillos de piedra que la circundan, el sistema de contrafuertes, la plataforma exterior, el corredor de entrada y prácticamente todos los elementos que constituían el sepulcro pueden observarse aún en el lugar.

En cuanto a los cuerpos para los que el mausoleo estaba destinado, lo cierto es que se han encontrado escasos restos de ellos. Y, sin embargo, esos fragmentos han sido suficientes para determinar que había dos mujeres y seis hombres y han permitido poner fecha al monumento gracias a los análisis de carbono 14. Se considera que el sepulcro fue construido y usado entre el 2.000 y el 1.600 antes de Cristo, que puede parecer un dato no demasiado preciso pero que nos sitúa en los inicios de la Edad del Bronce.