Podría decirse que la generación Z se enfrenta a su primera crisis, coincidiendo con los años universitarios, cuando el dinero sale de sus bolsillos y de los de sus familias de una forma considerable, y con la edad de asentarse en el mercado laboral. Por lo menos durante los meses de verano.

Y es que una parte importante de los jóvenes ibicencos trabaja todas las temporadas para sufragar los gastos de la matrícula de la universidad, el alojamiento en la península, el transporte o los gastos de su día a día. Es el caso de Marc Valero, Marc Escandell, Giulia Sarno, Maria Kovacevic y Néstor Huedo, que, como el resto de las personas, también se enfrentan a unos meses de incertidumbre. Son solo cinco estudiantes, pero su situación es representativa de lo que están viviendo muchos jóvenes pitiusos en estos momentos.

Ninguno de ellos podrá trabajar antes del inicio del próximo curso. Solo Carmen Aguilera lo hará, aunque ha estado un mes en ERTE, al ser fija discontinua en un souvenir al que se acaba de reincorporar. Maria Kovacevic, recién examinada de la selectividad, finalmente trabajará todo el próximo curso dejando de lado los estudios de manera provisional. Sus planes eran ir a estudiar a Madrid, y parecía que se truncaban hace meses con el inicio del confinamiento y la pérdida de ingresos. Pero finalmente permanecerá en la isla por la situación sanitaria, por miedo a nuevos confinamientos y a un curso demasiado incierto. A los millennials les tocó la crisis del 2008 cuando comenzaban a ser adultos y a tratar de enderezar su propia vida. Las crisis, aunque con consecuencias y víctimas similares, mutan. Y parece que la de los centennials ha llegado vía pandemia.

Cambio de planes

Cambio de planes

«Tenía muchas ganas de estudiar fuera y ya había pensado en mis planes para el año que viene». Hasta que llegó el estado de alarma. Giulia Sarno ha terminado este año el Bachillerato, pero en los primeros y más duros meses de la curva del virus, tampoco veía posible poder ir a Madrid para realizar estudios de Periodismo o de algo relacionado con lo artístico. Aún lo duda, ya que está pendiente de la nota que haya sacado en Selectividad. Ninguno de sus padres recibe ingresos desde hace meses, ya que trabajaban en el sector turístico. Llegó a estar convencida de que no podría ir a la universidad, cuando una buena y tierna noticia cambió un poco las cosas: «Mi abuelo había guardado unos ahorros para mí, expresamente para que pudiese estudiar». Sin embargo, prevé que tendrá que compaginar lo académico con algún trabajo a partir del segundo año de carrera: «Puede que este dinero solo sea suficiente para el primer año».

Néstor Huedo.

Aún así, Giulia explica que ya tenía previsto trabajar en el aeropuerto esta temporada, aunque también ha sido descartado por (la que ya es) la actual crisis económica. «Al final sí podré estudiar, pero en Valencia, que es una ciudad más barata y en la que puedo compartir piso con una amiga». Asegura que en este caso le salen a un mejor precio los vuelos y los pisos, así como las matrículas: «Bajan de los 1.200 a los 800 euros, mientras que los pisos, con gastos incluidos, rondan los 300». Una residencia estudiantil en la capital de España puede costar entre 800 y 1.000 euros mensuales. Nada más ni nada menos.

La difícil tarea de no depender de nadie

La difícil tarea de no depender de nadie

«La consecuencia de todo esto es que ahora para pagar el alquiler o la matrícula tengo que pedirle parte del dinero a mi madre», explica Marc Escandell, que también asegura que deberá prescindir de ciertos gastos: «Este año no podré salir de fiesta o ir al cine algún fin de semana». Escandell estudia Ingeniería Náutica y Transporte Marítimo en Barcelona y justo este invierno había decidido cambiar de empresa. En ambos casos su puesto estaba relacionado con sus estudios, aunque como no llegó a trabajar en la nueva compañía, tampoco tiene opción de ERTE: «La empresa se dedica al alquiler de barcos y estos meses todos los empleados trabajaremos como autónomos, por lo que tal vez trabaje solo algunos días, dependiendo de la demanda», relata.

Por su parte, Marc Valero estuvo empleado el verano pasado en un supermercado de Santa Eulària, durante julio y agosto. Para esta vez había buscado trabajo en el sector de la hostelería o en otro supermercado, con tal de poder hacerse con un salario más óptimo. Pero no ha sido posible. Tampoco podrá solicitar la prestación por desempleo, pero solo le faltaba un mes más de cotización para tener esa opción, aunque explica que cuenta con el respaldo económico de la familia y que su sueldo servía más bien para pagar sus gastos del día a día en Barcelona, donde estudia Ingeniería Informática, y no depender de sus padres en este sentido: «Mis gastos iban a ropa o a comida y mi familia puede encargarse de la matrícula y el piso en el que vivo con otros estudiantes de la isla». En septiembre comenzará el último año de carrera en la Autónoma (UAB).

Giulia Sarno.

Es por ello que la joven Carmen Aguilera cree que, en general, los estudiantes «tendrán que apretarse el cinturón un poco más de lo normal»: «Este curso hemos estado gastando pensando en la idea de que en verano íbamos a ganar el mismo dinero de siempre», recuerda. Ella estudia Comunicación Audiovisual en la Universitat de València. En este mismo sentido, también asegura que el aumento de becas que se ha fijado para el próximo curso será un «alivio» para muchas familias con una situación especialmente complicada. Ha estado en ERTE en junio, ya que es fija discontinua en un souvenir de Vila, en el que ahora, ya en julio, trabaja por cuarta temporada. Podrá seguir cursando sus estudios en la península: «Además, mi madre ha seguido trabajando todo este tiempo menos en las dos semanas de confinamiento total, y cada año me suelen conceder la beca».

Néstor aún no sabe si podrá trabajar

Néstor aún no sabe si podrá trabajar

Las situaciones son muy variadas y hay quien a principios de julio todavía desconoce si va a trabajar o no. Néstor fue jardinero en un hotel de playa el verano pasado y no sabe si va a repetir. A mediados de junio la empresa le solicitó su curriculum vitae de nuevo pero desde entonces no ha obtenido nuevas noticias. Al ser eventual, de no ser recontratado no obtendría ingresos propios, por lo que no descarta trabajar durante el curso en Vic, donde estudia: «Antes de entrar en la carrera Multimedia, Aplicaciones y Videojuegos ya cursé otros estudios de informática, así que tendré asignaturas convalidadas y tiempo para ganar dinero después del verano», augura.

Maria Kovacevic apenas vive sus primeros días de desconexión después de haber finalizado las pruebas de Selectividad o, como se conoce ahora, la EBAU. Su intención inicial era estudiar Cinematografía en la Escuela de Cinematografía y del Audiovisual de la Comunidad de Madrid (ECAM), pero finalmente permanecerá todo el curso 2020-2021 en Ibiza, aunque por la situación sanitaria y la posibilidad de que se produzan rebrotes y una prolongación de la educación online: «Al principio del estado de alarma estaba segura de que no iba a poder estudiar por la falta de ingresos en casa, y ahora podría, pero he visto que el curso será parcialmente telemático y no me convence». Destaca que para cursar cine es necesario aprender a funcionar en grupo y por tanto, estar en contacto con sus compañeros. Además, señala que, aunque el negocio que llevan sus padres ya ha remontado un poco, prefiere estar trabajando con ellos en la isla hasta que la situación se normalice.

Maria y Giulia cuentan que otros jóvenes de su entorno, tras creer que no podrían estudiar fuera de Ibiza a partir del mes de septiembre por la situación económica de las familias, finalmente también han optado por trasladarse a otras ciudades más asequibles: «Conozco a varios que querían ir a Madrid y finalmente estarán en Valencia», cuenta Maria, que estuvo mirando precios de residencias en la capital y confirma, como Giulia, que rondaban los 1.000 euros. «Entre todos los gastos, unos 15.000 euros al año no te los quita nadie», lamenta.

Giulia Sarno denuncia que las becas ofertadas no son una ayuda suficiente en muchos casos, por lo que conoce a distintos jóvenes de su entorno que se quedan sin estudiar por no tener recursos, y que la opción de estudiar algo que «no es lo suyo» en la isla no es una opción: «Al fin y al cabo estas personas solo persiguen cumplir sus sueños, y sus casos también se deben tener en cuenta».

Si se hiciese caso a Giulia, se haría todo lo posible para evitar que la educación pública de España deje de ser un ascensor social, al que cualquiera pueda acogerse para ser lo que quiera ser, independientemente de su origen.

Las Pitiusas alcanzaron los 10.237 parados en el pasado mes, una cifra histórica. Definitivamente, no es solo un número.