Lo que más importa en las fotografías es la mirada que elige el encuadre, un espacio acotado entre todo lo que el fotógrafo ve. Esta precisa focalización, sin embargo, sólo descubre parcialmente la intencionalidad del fotógrafo. No sabemos si Josep Mª Subirà, en la imagen que acompañamos, quiso recoger únicamente lo que durante un tiempo fue en Ibiza un uso insólito y festivo o si su intuición ya le avisó del valor documental que en el futuro tendría la escena. Tanto da. Lo cierto es que su lectura nos descubre mucho más de lo que vemos en ella.

Aunque para el observador ajeno a la circunstancia la imagen puede quedarse en sorprendente y divertida, para quien ha sido protagonista en el mismo escenario resulta significativa y se agranda con contenidos implícitos que le dan una insoslayable carga simbólica, icónica, representativa. Porque más allá del hecho mismo de la despedida, la imagen nos habla de un lugar y de un tiempo. Poético concierto de adioses, las cintas de papel higiénico son una metáfora de la cotidianidad de un ayer que hoy es sólo memoria.

Quienes vivimos aquellos días lo sabemos porque al mirar la escena nos salimos de ella y, más allá de los que la imagen nos muestra, vemos lo que recordamos, los Andenes, el barrio de la Bomba, el monolito a los corsarios, los motoveleros en el codo del puerto, el bar Pou, el Marisol, el Matadero, el Astillero€ Y el pináculo de Dalt Vila que en la fotografía es el telón de fondo nos permite callejear, con sólo cerrar los ojos, por los pasajes y las costanillas de la ciudadela.

Poder evocador de la imagen

Ocurre así porque la imagen tiene un extraordinario poder evocador y nos convoca recuerdos de la ciudad que conocimos. Si muchas fotografías sólo dan lo que vemos en ellas, otras, -y es el caso que aquí tenemos-, van más allá del momento y del espacio que captan, dejándonos una crónica que se alarga según nos ayuda la memoria. La singularísima ceremonia del adiós nos deja de la despedida un relato en el que la imagen nos lleva más allá de sí misma y nos invita a trascender la circunstancia que nos muestra. La fotografía se convierte así en una imagen matriz que despierta muchas otras imágenes.

Es como esas cerezas que sacamos de un cesto y arrastran, engarzadas, muchas otras cerezas. Para que se produzca ese milagro, sin embargo, es necesario que la imagen nos resulte familiar y nos implique. Cuando ese reconocimiento existe, la fotografía nos con-mueve, dejamos de ser observadores pasivos y la imagen se convierte en una puerta que nos introduce en el desván de lo vivido, en un espacio y un tiempo que no existe pero que recuperamos y al que regresamos.

Dicho esto, podríamos hablar también de la plasticidad de la fotografía que se da por añadidura -nada raro en Subirá-, aunque aquí son otras las lecturas que nos interesan. Es curioso, por ejemplo, constatar que la salida del barco crea un espectáculo de correspondencias a dos bandas, en el que todos, unos en la cubierta del barco que se separa del puerto, y otros en los muelles, son al mismo tiempo protagonistas y espectadores, aunque, eso sí, con la perspectiva invertida: desde los muelles miran al barco y desde el barco miran al muelle.

Ese cruce de miradas es la esencia de la despedida, el elemento sustantivo de los adioses. Y en el trasfondo de la imagen, la ciudad-anfiteatro contempla a su vez, con sus mil ojos, pero desde la indiferencia inconmovible de la piedra, las idas y venidas de buques y pasajeros. Cambiarán algunos perfiles del paisaje y cambiará el paisanaje, pero Ibiza seguirá siendo Ibiza mientras el pináculo urbano le gane la partida al tiempo. Y hay todavía un último aspecto de la fotografía que nos interesa. Si decir con frase hecha que 'una imagen vale más que mil palabras' es una exageración, aquí se cumple a rajatabla.

Por todos ellos, sin necesidad de palabras, hablan las cintas, último contacto que se resiste al desencuentro. El mensaje de estas improvisadas serpentinas equivale a un ¡hasta ahora! o mejor, a un ¡hasta siempre!. Es un fantástico gesto que dice lo que las palabras no pueden decir. Las cintas son un abrazo en la distancia. Miro la imagen por última vez y sé que cada cinta lleva un mensaje, esconde una historia entre la persona que la sostiene en el barco y la que la retiene en el muelle.

Y hay como un hilo de esperanza mientras las cintas ondean y resisten sobre las aguas del puerto. Luego, inevitablemente, llega un momento en que se rompen. Primero una, luego otra y enseguida son varias las que vuelan rotas. Finalmente, queda sólo una y el personal durante unos segundos mantiene expectante un tácito y extraño silencio. Hasta que se rompe la última cinta y, con ella, se rompe también el silencio. Un coral y decepcionado ¡ohhhhh! se escapa de todas las gargantas y, ahora sí, son los brazos -de nuevo el gesto- los que se agitan en el muelle y a bordo del barco. Y también el barco se despide con dos toques breves y graves de su sirena.

Mejor los gestos que las palabras

Hay cosas que con palabras se dicen mal o no se pueden decir, siendo que lo puede decir con inmediatez un sencillo gesto, precisamente lo que nos descubre esta foto de Subirà. Vemos que en las despedidas son más eficaces y expresivos, más emotivos y sentidos, más cálidos y vividos, más agradecidos y explícitos, los gestos que las palabras.

En las despedidas, de hecho, nos faltan o nos sobran las palabras, se nos hace un nudo en la garganta y es mucho mejor darse un abrazo que decir adiós. Los pasajeros que se asoman en las cubiertas del 'Ciudad de Palma' y los que no vemos pero adivinamos en el muelle, no necesitan gritar.