Un mar tranquilo, precedido por una gran superficie de fina arena llena de sombrillas y hamacas azuladas. Ésta es la primera impresión que se llevan de Cala Llonga las muchas familias que acuden a esta playa del municipio de Santa Eulària para disfrutar de un día de sol y diversión en la orilla. Para los más pequeños de cada casa, un día en Cala Llonga supone campar a sus anchas por agua y arena, quitándoles a sus padres muchos quebraderos de cabeza. La calma del Mediterráneo en la cerrada cala y la ausencia de olas hacen ideal esta playa para que el lugar se llene de manguitos y flotadores.

«Tengo casa en Sant Carles desde hace diez años y cada verano me paso unos días por Cala Llonga», comenta Nico Lingiardi, un sonriente jubilado italiano, en pleno partido de palas con dos niñas transalpinas. Nico explica que hace una función de «abuelo sustituto», ya que sus contrincantes son las hijas de un amigo suyo. «Tengo que practicar para cuando nazcan los hijos de mi hijo», explica Nico, originario de Lombardía. A unas toallas del lugar, Andy y su familia plantan la sombrilla y reclaman una porción de arena para pasar el día cerca de la orilla del mar. «Acabamos de llegar a Ibiza, hace menos de dos horas. Nos habían recomendado mucho este sitio, por eso reservamos hotel aquí.

Todo el mundo dice que es perfecto para el turismo familiar», explica este ciudadano inglés, uno de los muchos que se tuestan bajo la canícula que cae sobre la cala, a medio camino entre Jesús y Santa Eulària.

Quince años de fidelidad

El carácter familiar de Cala Llonga es bien conocido por Antonio, un malagueño de edad madura que no ha dejado de acudir cada estío a lo largo de los quince años que lleva viviendo en la isla. «Nuestra casa está en Vila, pero somos habituales de esta playa. Para mí no es la más bonita, ni mucho menos. Pero esta niña se lo pasa de miedo», comenta Antonio mientras señala a su nieta Erika, que intenta zafarse de las manos cargadas de crema solar de su madre.

No obstante, Antonio matiza que últimamente la calidad de las aguas de Cala Llonga deja bastante que desear. «Es una pena, suele estar muy sucia. Flotan una especie de aceites y, con tanto menor por aquí, no es lo más deseable», denuncia el malagueño. Ajenos a la circunstancia, Judith y David otean la arena de la playa desde la barandilla del paseo marítimo que la circunda. Después de unos días en Santa Eulària, este matrimonio inglés se ha decidido a coger el bus de línea y acercarse a Cala Llonga. «Me gusta, es más natural que la playa de Santa Eulària», explica Judith, protegida como su marido con unas eficaces gafas de sol. «Acabamos de comprarnos dos botes de crema solar. Somos candidatos a quemarnos», interviene su esposo, esbozando una sonrisa casi tan blanca como el color de su piel.

Justo detrás del matrimonio, la terraza de uno de los restaurantes que pueden presumir de estar situados en primera línea de playa presenta un aspecto poco acorde con su ubicación: casi vacía. «El ´todo incluido´ está haciendo polvo a negocios como el nuestro», explica resignado Esteban, el dueño del local. Después de veinte años trabajando en Cala Llonga, el invierno pasado se decidió a adquirir uno de los locales mejor situados, justo al lado de la arena. No obstante, la temporada veraniega está siendo mucho más floja de lo que se podía esperar. «Julio se mantuvo por los españoles, agosto está siendo catastrófico. Por las noches remontamos mínimamente, por el día casi nadie se acerca a comer. ¡Y mira que el menú está a nueve euros!», explica el dueño, apoyado en una barra en la que lucen jugosas tapas de toda clase y condición.

Un bar futbolero

En una de las mesas, dos matrimonios ingleses –pulserita ´todo incluido´ en sus muñecas– vive con emoción un partido en la televisión. Es el inicio de la League One, el equivalente a la segunda división B española, y su querido Southampton se enfrenta al Plymouth. «En dos años volvemos a lo más alto», asegura el más animado del grupo. Esteban los mira con curiosidad desde la barra y recalca el carácter futbolero de su establecimiento. «Durante el invierno, el fútbol da muchos ingresos. ¡Tendrías que haber visto cómo se puso el bar durante la final del Mundial! Unos holandeses me confundieron con uno de los suyos», explica entre risas. No en vano, su uniforme de trabajo es naranja, aunque en su terraza ondeen varias banderas españolas que recuerdan el triunfo mundialista.

Menos afectados por la crisis, Steve y Anita Holden regentan un pequeño puesto hippy en el acceso a la playa. «Los clientes siempre se sienten atraídos por la artesanía de calidad», explican ambos. Colgantes, pulseras y demás adornos, todos artesanales, se exponen a la vista de los curiosos turistas. Además, pareos, cómodos ropajes coloridos e, incluso, libros de segunda mano también están a la venta. «Llevamos 25 años en la isla, siempre trabajando de artesanos. Después de muchos años en es Canar, nos apetecía un cambio, queríamos algo más tranquilo», comenta Steve. En la pared, una foto recuerda el aspecto de la pareja unos años antes de emigrar desde el norte de Inglaterra a Ibiza. «Éramos unos hippies de verdad», intercede Anita. Steve, por su parte, comenta jocoso que, aunque se hayan integrado perfectamente a la sociedad ibicenca, siguen viendo cricket y tomando «té religiosamente cada día».

Para ellos, Cala Llonga es su último refugio. Para las familias que pasan por su puesto, un lugar fijo para pasar un animado día de playa con sus hijos.