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Premier League

Una subasta en el Hotel Queen’s

El Manchester City, envuelto en una investigación sobre sus finanzas, ya vivió hace cien años un episodio similar por saltarse las reglas económicas y que finalizó con importantes sanciones y la pérdida de toda su plantilla

Los jugadores del City campeones de Copa en 1904.

A veces la historia resulta caprichosa. Guardiola y los actuales dirigentes del Manchester City seguramente no saben o no se acuerdan de que su club, investigado en la actualidad por supuestas infracciones en las reglas financieras de la Premier, no es la primera vez que se ve envuelto en un turbio asunto relacionado con sus finanzas y la forma de relacionarse con sus futbolistas. La primera vez sucedió hace más de cien años, cuando rozaban el primer título de Liga de su historia y en el campo brillaba por encima de todos Billy Meredith, la estrella indiscutible del momento y a quien se conocía como el “mago galés”.

En la última jornada de la temporada 1904-05 tres equipos llegaban con la posibilidad de conquistar el título: Newcastle, Manchester City y Everton. Todo parecía en manos de las “urracas” que llegaban a ese último partido igualados a puntos con el equipo de Manchester aunque le favorecía la diferencia de goles salvo que se produjese algún resultado “anómalo”. Al City, que debía ganar y esperar el tropiezo del Newcastle, le esperaba en esa última jornada un áspero rival como el Aston Villa, cuarto clasificado. Un panorama complejo. Mientras el Newcastle hacía su trabajo ganando al Middlesborough, ellos perdieron 3-2 en un partido terrible que varios jugadores convirtieron en una batalla campal con numerosos encontronazos e incluso peleas que continuaron más allá del pitido final. Especialmente excitado aquella tarde en Birmingham estuvo Turnbull, prestigioso delantero del equipo de Manchester, que la tomó con Leacke, el mejor jugador de los “villanos” a quien persiguió hasta el vestuario para saldar cuentas con él, aunque cuentan algunos testigos que recibió más de lo que dio. La amargura de haber dejado escapar el campeonato en el último momento desbordaba al vestuario del equipo de Manchester.

Los problemas derivados de aquel partido no terminarían con la riña tabernaria y el mes de sanción que recibieron Turnbull, Leake y los árbitros (qué tiempos). Para llegar a esa conclusión, la Federación entrevistó a numerosos testigos del partido, de la pelea y también de los prolegómenos. Uno de ellos, cuya identidad se mantuvo en secreto, declaró haber escuchado una conversación en la que Billy Meredith, el mejor jugador del City, le había ofrecido diez libras a Leacke a cambio de que el Aston Villa se dejase perder. Los dos futbolistas fueron llamados a testificar en relación a una posible compra del partido y admitieron haber tenido esa conversación aunque introdujeron numerosos matices: Leacke dijo que se trataba de una broma teniendo en cuenta que la cifra era ridícula y Meredith, más enigmático, apuntó a que hablaba por boca de otros. La estrella del City se negó a aportar más datos y a delatar al club por lo que fue castigado con un año de suspensión. La decisión fue muy criticada, especialmente en Mánchester, donde se denunciaba que los citizens habían crecido demasiado en muy poco tiempo y se había convertido en una molestia para los clubes que dominaban entonces el fútbol inglés. Es curioso como ya hace más de cien años se manejaban argumentos similares a los que proliferan en el fútbol de hoy en día. La cuestión es que el Manchester City se quedó de repente sin su mejor futbolista durante una temporada entera, la 1905-06, lo que suponía un mazazo considerable para sus aspiraciones de intentar un nuevo asalto al título. Y más allá de las consecuencias deportivas, por ahí surgió otro problema que tendría una efecto devastador.

Meredith trató de que el Manchester City siguiese pagándole durante aquel año pese a estar suspendido. No podía jugar, pero tampoco cobrar. El futbolista galés entendía que el club estaba en deuda con él y que se había limitado a cumplir con lo que le pidieron sin delatar a nadie. Su presencia en el estadio de los citizens era habitual y todo el club estaba al tanto de su malestar, cada vez más evidente, circunstancia que empezó a llamar la atención de Tom Hindle, un responsable de la Federación Inglesa (FA) a quien precisamente habían enviado a fiscalizar la gestión del City. Se suponía que Meredith no podía mantener contacto alguno con el club y resultaba sospechoso verle continuamente por el estadio quejándose al primer directivo que se cruzaba en su camino. Hindle se lo llevó un día a tomar unas cervezas y Meredith resolvió todas las dudas que tenía sobre los sueldos de los futbolistas. Aunque en aquel momento la cantidad más alta que podía cobrar un jugador era de cuatro libras a la semana -una medida con la que se buscaba igualar a las plantillas y que los más pudientes no reuniesen plantillas muy superiores a las de sus rivales-, Meredith le confesó que él percibía seis “y estoy seguro de que hay pocos en el equipo que ganan menos que yo”. Aquella confesión venía a confirmar la sospecha de la FA que no entendía cómo el Manchester City, financiado en ese momento por el magnate de los periódicos Edward Hulton, había sido capaz de reunir una plantilla de tanto nivel dos años antes, algo que le llevó al segundo puesto en la Primera División y a conquistar el torneo de Copa. En ese momento no habían sido capaces de encontrar la solución al misterio, algo que se resolvió con la confesión de Meredith. La FA emitió un informe demoledor en el que consideraron “probado que el club había infringido sistemáticamente las reglas durante años sin ninguna clase de escrúpulo”.

En aquella investigación se detalló el método que utilizaba el Manchester City para pagar sobresueldos a los futbolistas sin que se supiese. Resulta que en sus cuentas solo ingresaban una parte de la cantidad recaudada en las taquillas cada fin de semana. El resto era ingresado en diferentes cuentas de varios directivos, que evitaban operar a través del mismo banco para que fuese más complicado seguir el rastro, y que se encargaban de hacer los pagos a los futbolistas.

Billy Meredith, el mejor jugador de la época, fue clave en todo el proceso

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Las sanciones impuestas por la FA fueron de enorme contundencia. Los diecisiete jugadores implicados fueron multados, suspendidos durante un tiempo y se les prohibió volver a ponerse la camiseta del Manchester City. Dos directivos del club recibieron una suspensión de por vida; a otros dos se les castigó con un año y al resto se les obligó a renunciar a sus cargos. Los futbolistas fueron subastados, como si fuesen esclavos, en el Queen’s Hotel de Manchester lleno de representantes de la mayoría de equipos de Primera División. El odioso vecino del City, el Manchester United que acababa de lograr el ascenso y vio una oportunidad única para construir un equipo de garantías, ganó la puja para hacerse con los servicios de Billy Meredith a cambio de unas quinientas libras. En el lote se llevaron a otros tres futbolistas que cambiaron de acera para jugar en el máximo rival. El galés, tras cumplir los dieciocho meses de sanción que se le impusieron de castigo, volvió mediada la temporada para impulsar al United que estaba peleando por la permanencia, objetivo que cumplieron con solvencia. Al año siguiente no perdonaron. Meredith guio al equipo a la conquista del primer título de Liga de su historia al mismo tiempo que el Manchester City perdía la categoría. Una curiosa paradoja final para esta historia. Aquel tortuoso proceso derivó en la puesta en marcha del sindicato de futbolistas (AFPU) que tuvo en Billy Meredith a uno de sus promotores. El fútbol de principios de siglo se había convertido en una mina de oro con estadios cada vez más grandes que se llenaban a rebosar los domingos mientras los jugadores permanecían atados por ese sueldo ridículo de cuatro libras a la semana. “Un hombre que se cuida como yo lo hice y que lucha contra cualquier tipo de tentación como yo hice seguramente merece algún reconocimiento y recompensa. Si puedo ganar siete u ocho libras a la semana, ¿qué me impide recibirlas?”. Aquello fue el comienzo de una revolución en el fútbol y que mejoró las condiciones de los jugadores pese a que hubo una profunda división entre las plantillas de futbolistas ya que muchos bajaron la cabeza ante la presión de sus clubes y de la Federación Inglesa. Más tarde, Meredith volvería a referirse al oscuro asunto del partido ante el Aston Villa y la forma en la que contribuyó a que se conociese el modo que el Manchester City tenía de financiar su plantilla (y que seguramente ponían en práctica todos los equipos que competían con ellos). La sentencia vale también para hoy en día: “A nadie importa que los clubes se salten la ley… salvo que sean descubiertos”.

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