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HISTORIAS IRREPETIBLES

La masacre de San Valentín

Un 14 de febrero Jack LaMotta y “Sugar” Ray Robinson, protagonistas de una de las rivalidades más grandes de la historia del boxeo, escribieron el sexto y último episodio de su relación en un combate que es pura leyenda

Robinson y LaMotta durante el combate de 1951.

Resulta curioso que Jack LaMotta y Ray “Sugar” Robinson escribiesen el punto final de su rivalidad, una de las más grandes que ha conocido el boxeo a lo largo de su historia, un día de San Valentín. Fue la suya una forma diferente de quererse. Seis veces se subieron al ring para resolver cuál de ellos era el mejor. Sus carreras siempre estaban condicionadas por el otro: Ray engordó para enfrentarse a Jack; LaMotta adelgazó para ponerse a la altura de Robinson. Tan diferentes en hechuras y estilo; tan parecidos en carácter y ambición. Un 14 de febrero de 1951 su rivalidad vivió el episodio final, la única vez que pelearon con la corona mundial en juego. Una batalla antológica que pasó a la historia como la “Matanza del día de San Valentín” tomando así prestado el nombre de uno de los episodios más conocidos del crimen organizado que había sucedido veintidós años antes muy cerca del viejo Chicago Stadium donde LaMotta y Robinson se citaron por última vez.

Un personaje es común a ambos acontecimientos, el criminal y el deportivo. Frankie Carbo formaba parte de la banda de Al Capone cuando éste ordenó un 14 de febrero de 1929 la mortal trampa en un garaje de Chicago que acabó con el ametrallamiento de siete miembros de la banda del irlandés “Bugs” Moran, principal rival de Capone por el control del tráfico de bebidas alcohólicas en los tiempos de la Ley Seca, que vio amanecer al día siguiente gracias a que llegó tarde a la cita porque se entretuvo tomando un café. Carbo, que tenía antepasados españoles e italianos, acabó por hacer fortuna como promotor de combates de boxeo. Compaginaba ese lucrativo negocio con las continuas disputas judiciales derivadas de las acusaciones de haber intervenido directamente en un puñado de asesinatos. Convertido en el “Zar del boxeo” en los años cuarenta hizo mucho dinero al ser guía de púgiles como Sonny Liston. No tardó en ver las posibilidades de negocio que había en un mundo que movía cantidades astronómicas en las apuestas. Su sombra está alrededor de muchos de los grandes amaños de ese tiempo. Se cuenta que como herramienta persuasiva, el boxeador que tenía dudas de si entrar en su juego solía recibir un ramo de crisantemos con un nota que decía “más vale perder un combate que la vida”. Pura leyenda urbana seguramente, pero como decía John Ford “imprime la leyenda”.

La cuestión es que Carbo encontró un filón en los enfrentamientos entre Jack LaMotta y “Sugar” Ray Robinson. El primero era una mala bestia. Un tipo duro salido del Bronx, con una cabeza que parecía hecha de cemento armado y una asombrosa capacidad para encajar una tormenta de golpes sin doblar sin rodilla. Su estilo era tosco, salvaje, peleaba como si siempre tuviese una cuenta pendiente con su rival y quisiese destrozarlo. Golpeaba con verdadero odio. “Sugar” Ray era otra historia. Un año más mayor que Lamotta, las mismas ansias por ganar, pero un estilo completamente diferente. No es extraño que su nombre aparezca casi siempre en las listas de los cinco mejores de todos los tiempos. Su estilo resultaba tan estético que por eso le apodaron “Sugar”, porque parecía pelear con delicadeza aunque fuese igual de contundente que su némesis. Enfrentarles, aunque en origen no pertenecían al mismo peso, era como poner un saco de caramelos en la puerta de un colegio. Dos personalidades únicas, dos estilos diferentes, un blanco salvaje contra un negro que parecía volar sobre el ring… aquel producto se vendía solo. Carbo y sus socios jugaron con habilidad sus cartas e incluso retrasaron el acceso de “Sugar” Ray a las peleas por los títulos mundiales para forzarle a pelear más veces contra LaMotta, un tipo con gracia que sobre esta circunstancia dejó una cita célebre: “Peleé tantas veces con “Sugar” Ray que no sé cómo no tengo diabetes”.

“Peleé tantas veces con “Sugar” Ray que no sé cómo no tengo diabetes”

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Seis veces se vieron las caras entre el año 1942 y 1951. “Sugar” Ray ganó en cinco de ellas. Era netamente superior aunque sufría para vencerle porque el italiano era una especie de roca indestructible. Solo perdió el segundo combate en el que LaMotta le envió a la lona e incluso le sacó del ring de un golpe en una de esas imágenes que forman parte de la historia del boxeo y que también parecerían pura leyenda si no existiese pruebas gráficas de que así sucedió. Después de cinco enfrentamientos Frankie Carbo organizó una suerte de último episodio programado para el 14 de febrero de 1951. Por primera vez en sus peleas estaría en juego el cinturón de campeón del mundo del peso medio que estaba en poder de LaMotta. Aquella sería su tercera defensa consecutiva del peso medio. Para ello Robinson, que solo había peleado una vez en su carrera por el título mundial de los welter, subió considerablemente su peso y llegó a situarse a poco menos de dos kilos de su rival. Nunca había estado tan cerca de él en la báscula como en aquel momento. Se sentía más poderoso que nunca. En cambio LaMotta, aunque estaba en lo más alto de su carrera, le empezaban a desbordar otros problemas y había comenzado a pagar las consecuencias de su volcánico carácter. La vida del “Toro Salvaje” empezaba a ser un caos y el final de su carrera se adivinaba cercano. Él mismo repetía que pronto dejaría el ring.

Robinson golpea a LaMotta durante el combate de 1951.

Más de veinte mil personas llenaron aquella noche el Chicago Stadium para asistir a la velada. Puede que el recinto -que hasta su demolición en la década de los noventa acogió toda clase de espectáculos e incluso fue el escenario en el que Michael Jordan inició su camino con los Bulls-, viviese aquel día su entrada más sobresaliente. Nadie quería perderse el acontecimiento y las primeras filas se llenaron de lo mejor (y lo peor) de Chicago. El combate estuvo muy igualado durante los ocho primeros asaltos en los que los dos púgiles se zurraron de lo lindo, un trabajo de desgaste brutal. Pero a partir de ese momento el estado físico de “Sugar” Ray se adueñó de la escena. LaMotta ya no podía hacer otra cosa más que resistir y encajar de forma estoica los golpes de su rival que venían en oleadas. Como se escribió en algunas de las crónicas de aquel tiempo “recibió un castigo que ningún ser humano podría soportar”. Pero allí estaba, encogido en pie tratando de hacerse más compacto, mientras el público bramaba y “Sugar” Ray arremetía contra él. Cuatro asaltos consecutivos resistió mientras una parte de los espectadores pedía que la pelea finalizase para poner fin a aquella paliza. Mediado el decimotercer asalto, casi quince minutos después de que comenzase la demolición, el árbitro Frank Sikora detuvo la pelea, se abrazó a LaMotta y decretó la victoria de “Sugar” Ray por nocaut técnico. El “Toro del Bronx”, según algunos testigos, permaneció unos segundos apoyado en las cuerdas mientras miraba a su rival y le decía: “No me tiraste Ray, no pudiste”, una escena que está perfectamente retratada en “Toro Salvaje”, la fabulosa película de Martin Scorcese en la que Robert De Niro interpretada al boxeador y por cuyo papel obtuvo un más que merecido Oscar. Otros cuentan que su estado nada más finalizar el combate era tan lamentable que resultaba imposible que articulase palabra en ese momento. Pero lo que es indudable es que después de seis combates, de los que “Sugar” Ray ganó cinco, el de Georgia fue incapaz de enviarle a la lona. Nadie lo hizo en los más de cien combates que disputó a lo largo de su carrera. Perdió en ocasiones, pero sus piernas nunca se doblaron. En el Chicago Stadium se había dejado el cinturón de campeón del mundo, pero el orgullo permanecía intacto. Para Robinson la victoria fue la definitiva confirmación de que era el mejor boxeador hasta el momento, un estatus por el que aún hoy discute ya que son muchos los analistas que están convencidos de que “libra por libra” es el mejor que ha existido y así se le reconoce en el Salón del Boxeo.

La violencia de los últimos cuatro asaltos hizo que la pelea del 14 de febrero de 1951 pasase a la historia como la “Masacre de San Valentín” aunque a diferencia de lo sucedido más de veinte años antes en un garaje de la calle North Clark no hubo que lamentar ningún fallecido. LaMotta y Robinson separaron sus caminos para siempre. El “Toro” se retiró a los pocos meses tratando de poner orden en una vida algo disparatada. Montó un club y se dedicó al espectáculo. “Sugar” Ray siguió peleando muchos más años. Se retiró en 1952 siendo intocable y regresó en 1955 para estirar su carrera una década entera y emborronar un tanto su prodigiosa estadística. Siempre consideraron la noche de San Valentín de 1951 como una de las más grandes de su vida, como la pelea que mejor les definía. A uno por la victoria; al otro por su resistencia. 

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