El 18 enero de 2020, en Argentina, un grupo de desalmados golpeó y pateó en el suelo a un chaval de 18 años hasta acabar con su vida. A aquellos matones el incidente les puede salir muy caro. La Fiscalía y el abogado de la familia han pedido cadena perpetua para todos. Sin excepciones. Sería la forma de hacer justicia al único hijo de Silvano Báez y Graciela Sosa, una pareja humilde de migrantes paraguayos que se instalaron hace años en Argentina con la esperanza de mejorar su calidad de vida. El suceso conmocionó a todo el país, e incluso llegó a oídos del Papa Francisco en el Vaticano que, conmovido por el luctuoso hecho, no dudó en telefonear a los familiares para mostrarles su pesar.

La víctima, Fernando Báez Sosa, disfrutaba como otros muchos jóvenes de su edad de unas vacaciones en Villa Gesell, una pequeña localidad turística bañada por grandes playas ubicada en la provincia de Buenos Aires. Por su cabeza solo pasaba la idea de ingresar ese mismo curso en la facultad de Derecho de la capital argentina.

¿El motivo de su asesinato? Nadie le encuentra lógica. El origen pudo haber sido un intercambio de exabruptos con algún leve roce o empujón de por medio, de los muchos que se producen en una discoteca como La Briche repleta de jóvenes, algunos de ellos hasta las trancas de alcohol u otras sustancias. Lo peor fue que los integrantes de aquella manada de despiadados, que jugaban en un equipo de rugby, se tomaron la justicia por su mano en la calle cuando vieron a su objetivo solo y tomando un helado.

Jugadores del Náutico Arsenal Zárate

Villa Gesell se llena durante los meses de diciembre y enero de turistas porteños, lo mismo que muchas otras localidades que tienen a Mar de Plata como centro neurálgico de sus vacaciones durante el verano austral. El destino quiso que aquella fatídica noche coincidieran en la misma discoteca (boliche como dicen en Argentina) un grupo de jugadores de rugby de un equipo amateur llamado Náutico Arsenal Zárate, un club provincial a 90 kilómetros al norte de Buenos Aires, con un chaval que acaba de terminar sus estudios en un colegio Marianistas del barrio porteño de Caballito. Al principio se habló de que el grupo de agresores estaba compuesto por diez jóvenes de entre 18 y 21 años de edad, aunque dos ellos fueron finalmente puestos en libertad y se han librado del juicio.

Una vez comenzada la trifulca, los miembros de seguridad de la discoteca invitaron a salir a los alborotadores de forma bastante explícita. Están muy acostumbrados a este tipo de incidentes. Una cámara de seguridad demuestra que, sobre las 4:32 horas, la víctima salió del local y poco más tarde lo hicieron sus agresores por la puerta de emergencia tras ser expulsados del bochinche. Iban en grupo, y eran lo más parecido a una especie de manada de exaltados.

Sin mediar provocación alguna, la emprendieron a patadas y puñetazos con Fernando Báez mientras tomaba un helado al tiempo que le proferían insultos racistas. El más activo, según las imágenes de vídeo grabadas y el representante del Ministerio Fiscal, fue Matías Benicelli. Una violenta patada en la cabeza de la víctima cuando estaba ya de rodillas en el suelo pudo haber sido la causante del fatal desenlace.

Nadie pudio ayudarle

Nadie ayudó a Fernando Báez o, mejor dicho, nadie pudo hacerlo. Sus amigos fueron agredidos por los otros componentes del grupo, mientras que el resto de la gente que a esas horas transitaba por la calle huía despavorida ante la inusitada agresividad de los integrantes de la manada. Tras una avalancha de golpes que le venían de todos los lados, la víctima cayó al suelo mortalmente herida.

Los médicos que le atendieron poco después, le encontraron tumbado detrás de un coche sin signos vitales. La autopsia fue concluyente: “El ciudadano Báez Sosa Fernando José ha fallecido de forma traumática producto de un paro cardiaco traumático por shock neurogénico producto de múltiples traumatismos de cráneo que provocaron hemorragia masiva intracraneana intraparenquimatosa sin fractura ósea”.

En ese mismo instante, los agresores no llegaron a ser conscientes de las consecuencias de su salvajada. De hecho, se fueron todos a dormir al apartamento que habían alquilado, salvo un par de ellos que optaron por comer algo en una hamburguesería cercana. Al día siguiente, la Policía llamó a su puerta. Parecían sorprendidos. Cuando les preguntaron por la muerte de Báez se encogieron de hombros. Un agente vio unas zapatillas de deporte con manchas de sangre y la reacción inicial del grupo fue la de que eran de un tal Pablo Ventura, otro joven totalmente ajeno a la paliza y que practicaba remo en Zárate, la localidad donde residían.

El caso es que el chaval se pasó tres días en el calabozo hasta que fue puesto en libertad. Las cámaras de seguridad no le ubicaban en la zona durante la salvaje pelea. Sin embargo, las imágenes de esas mismas cámaras, junto al relato de varios testigos, conversaciones por Whatsapp de los acusados, ropa manchada con sangre y pruebas de ADN, sirvieron para identificar a los 'rugbiers' y sentarlos en el banquillo de los acusados.

Conmoción nacional

La noticia sacudió la conciencia de los argentinos. También las del mundo del rugby. Los valores de los que presume habían quedado enterrados en los aledaños de una discoteca playera. El propio Papa Francisco se había mostrado años antes prendado de las esencias de un deporte “duro” como el rugby, pero de “gran lealtad” y “respeto”.

El pontífice no fue ajeno a aquella tragedia en Villa Gesell. El 2 febrero de 2022 telefoneó a los padres del joven brutalmente asesinado para decirles que estaba “muy cerca” de la familia y que “siempre” les iba a acompañar en su dolor. Tal vez fue por el interés del Papa por este asunto, o tal vez no, pero lo cierto es que ya nada es lo mismo porque se han reabierto debates ya olvidados como el clasismo, la seguridad y la masificación de los locales nocturnos.

El rugby en Argentina es un deporte que culturalmente ha estado vinculado desde sus orígenes a los hombres. Esta práctica discriminatoria suele ser propia de los colegios privados. Juan Branz, un doctor en Comunicación por la Universidad Nacional de La Palta y autor de 'Machos de verdad. Masculinidades, deporte y clase en Argentina', es tajante en una entrevista publicada por 'Página12': “Los que mataron a ese pibe [Fernando] estaban haciendo lo que entienden que deben hacer. No fue, como se dice, un acto de salvajismo. Es un hecho que ocurre dentro de un sistema consciente y racional. Incluso premeditado, no la muerte, pero sí el ataque, la pelea, demostrarle al otro quién es más fuerte, quién es más hombre”.

Violencia naturalizada

Si hay una voz autorizada para hablar de los valores en Argentina ese es el ex capitán de Los Pumas Agustín Pichot. En su opinión, uno de los problemas del rugby es que se ha naturalizado la violencia. Cuenta que sufrió en sus propias carnes aceptar algunas novatadas con naturalidad tales como “te caguen a trompadas o te muerdan hasta que no te puedes sentar”. O que te corten el pelo “que yo amaba mucho a mi pelo, y eso no tiene nada de gracioso”.

También recuerda que le preguntó a su hija de 18 años qué pensaba de los jugadores de rugby tras el crimen de Fernando Báez. “Son unos patoteros, quilomberos y agresivos”, le dijo. Su reacción fue la enviar un mensaje al Papa pidiéndole disculpas “en lo que me competía porque, en definitiva, yo había sido uno de los que había transmitido esa naturalización”.

Y es que Pichot niega con vehemencia que los episodios de violencia en el mundo el rugby sean hechos aislados. “Dicen hechos aislados, pero cuando son un montón estamos hablando de un tema cultural, y ahí es donde hay que trabajar muchísimo”, espetó en una entrevista en un canal de Youtube.

Hasta el día del juicio los acusados han permanecido estos tres últimos años recluidos en un centro penitenciario de Dolores, una pequeña localidad de la provincia de Buenos Aires. Allí mismo fue donde el tribunal Oral en lo Criminal número 1, compuesto por los magistrados Christian Rabaia y Emiliano Lazzari, y presidido por la magistrada María Antonia Castro, arrancó la vista oral el pasado 2 de enero y donde han declarado más de un centenar de testigos.

La propia magistrada les comunicó in voce que estaban acusados de un delito de “homicidio doblemente agravado por su comisión por alevosía y por el concurso premeditado de dos o más personas en concurso con un delito de lesiones leves”, en referencia a los golpes que sufrieron los amigos de Fernando Báez cuando trataron de ayudarlo.

Prisión perpétua

En la práctica, la legislación argentina tipifica este delito como prisión perpetua, una especie de prisión permanente revisable al estilo español, solo que la pena no podría ser revisada hasta el cumplimiento efectivo de 35 años, algo que en España se puede hacer a partir de los 25 años. El reo solo puede ser excarcelado si superara una serie de tests que avalen que es apto para su reinserción social. Si el magistrado no aprecia en los acusados la intención de matar, el delito aplicable en ese caso sería el de homicidio en riña, que contempla una pena máxima de seis años de prisión.

Los fiscales encargados del caso, Gustavo García y Juan Manuel Dávila, se mostraron firmes y contundentes en su alegato final. Afirmaron sin ambages que las ocho personas que se sentaban en el banquillo de los acusados eran “coautores” del asesinato de Fernando Báez. Fueron especialmente duros con Máximo Thomsen, a quien acusaron de asegurarse de que su víctima no se levantara del suelo mientras le golpeaban.

También dejaron bien claro que nunca se llegaron a creer las versiones exculpatorias de los acusados ni sus lágrimas. Tampoco sus disculpas ni sus arrepentimientos. “Todos han llorado, pero recién cuando declararon sus familiares, no por lo que pasó con anterioridad", espetó Dávila.

Solidaridad con los padres

Durante los días del juicio se han dejado ver en los aledaños de la sala de vistas un sinfín de muestras de solidaridad con los padres del joven. En las vallas que rodean el edificio se veían ramos de flores, velas encendidas, fotos de los acusados acompañadas de la leyenda “asesinos” y carteles donde se pedía la cadena perpetua. Otros eran muy esclarecedores de la rabia con que el pueblo argentino ha vivido este execrable crimen: “Lágrimas secas, cero empatía, asesinos mentirosos, peor que un animal racistas, soberbios y violentos. 44 millones contra ustedes”.

Poco habían ayudado unas declaraciones previas del fundador del Náutico Arsenal Zárate Rugby, Bernardo Ditges en Radio con Vos. ”Fue un accidente, y decir que estos chicos forman parte de un grupo que fue a matar, es una payasada total”.

Las palabras de Ditges vienen a corroborar el “cero empatía” que aparecía en los carteles. Su frivolidad se evidencia aún más ante las desgarradoras manifestaciones de la madre de Fernando Báez al término de una de las sesiones de la vista oral. “Cuando estuve en el juicio vi reiteradamente como golpeaban a mi hijo. Vi como levantaban sus manos y, como madre, sentía ese deseo de lanzarme sobre el cuerpo de mi hijo para cubrirlo para que dejaran de golpearlo”, confesó ante los medios de comunicación.