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Fútbol | Final por el ascenso a Segunda

Un penalti te cambia la vida

Con el pitido final del encuentro, los seguidores desplazados a Badajoz explotaron de felicidad tras un día cargado de emociones y que será recordado por todos los amantes pitiusos del fútbol

Gol de la UD Ibiza contra el UCAM Murcia

Gol de la UD Ibiza contra el UCAM Murcia

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Gol de la UD Ibiza contra el UCAM Murcia Pablo Sierra del Sol

Histórico. El tanto marcado por Ekain, que sirvió para ganar al UCAM Murcia, permite a la UD Ibiza dar el salto a la Liga de Fútbol Profesional. Cientos de aficionados vibraron ayer con su equipo en el estadio Nuevo Vivero de Badajoz y también desde la isla. El rumbo cambia radicalmente para el club que preside Amadeo Salvo, que afronta una nueva etapa ilusionante con la llegada de la Segunda División a Ibiza.

Lo seguidores pitiusos no pararon de animar a su equipo, que notó el aliento en todo momento. Andrés Rodríguez

A las nueve en punto de la mañana, en la cafetería de un hostal de Olivenza un aficionado del Atlético de Madrid le está dando la lata a un amigo madridista. Tal vez sea uno de los vecinos de este pueblo de casas blancas que ha colgado la bandera de su equipo en una ventana para que el oso y el madroño del escudo pasen al raso la noche del alirón. Niega con la cabeza cuando el camarero, un joven engominado y con patillas de rejoneador, le pregunta, cuando les deja sobre la mesa el desayuno, si vio el fracaso del Badajoz contra el Amorebieta después de que el Atleti conquistara la Liga más apretada de los últimos años.

En Eivissa también se siguió el partido en los bares y en los hogares. Vicent Marí

Los que levantan las orejas al escuchar el nombre del equipo vasco son unos tipos vestidos con camisetas de fútbol que se sientan unas mesas más allá, después de haber cruzado el mapa de punta a punta para viajar de Ibiza a Extremadura. Toman aire, le pegan un sorbo al café, el zumo o el cola cao y vuelven a morder las tostadas de jamón ibérico –veteado por un tocino delicioso– que están zampándose. Sería un pecado que se les atragantara un manjar así, ideal para empezar con energía el domingo de mayo que esperan contarle algún día a sus nietos.

Pero la palabra Amorebieta envenena los sueños de cualquiera que se vea –o lo vean–favorito en este ‘play-off’ de ascenso a Segunda A, un formato ideado para esquivar la pandemia y, de rebote, hacer que desafinen los resultados que parecían cantados.

Los baleares lucieron sus banderas. A. R.

En el fútbol, la Historia también la escriben los vencedores y al vencido le queda el consuelo de la nota a pie de página, como las placas de las calles de Olivenza, donde debajo del nuevo nombre en castellano aparece el viejo nombre en portugués, recordando que hasta hace un par de siglos –y una guerra– la frontera entre España y Portugal estaba al otro lado del pueblo.

Los ‘supporters’ del bloque de las Pitiüses no pudieron ocultar su felicidad. A. R.

La frontera del Ibiza –y del fútbol ibicenco– se llama Segunda B y, dispuestos a cruzarla, esos aficionados se suben a sus coches de alquiler, salen a la carretera y recorren campos ocres, verdes y pardos –olivos, encinas, alcornoques; tractores y Land Rovers– muy bien delimitados.

Un grupo de seguidores antes de entrar al campo. A. R.

La mañana es fresca y luminosa, una de esas mañanas que regala la primavera cuando todavía resiste ante el verano que se asoma con los primeros calores; el tiempo en el que el fútbol se convierte en la promesa de algo grande que, cuando ocurre, hace que muchos corazones exploten de alegría y, cuando no, que se marchiten durante unas semanas, hasta que llega la pretemporada con sus brotes verdes.

Un niño aficionado de la UD Ibiza muestra su bufanda. A. R.

Por la carretera, a lo lejos se ve el Nuevo Vivero y, en una de las últimas rectas que hay antes de girar hacia el estadio, los coches pasan por encima del cadáver de un bicho descabezado que podría haber sido una gineta, el mismo bulto que la noche anterior, cuando los camareros de Badajoz servían postres a los forasteros en la ciudad con cara de funeral por la derrota inesperada, ya vieron aplastado sobre el asfalto. Un último aviso a navegantes: en el ‘play-off’, o atraviesas la carretera o te atropellan sin piedad. Y piensan en el Cornellà.

El mal augurio se desvanece en el aparcamiento del estadio. Los colores campestres dejan paso al azul cielo de los centenares de camisetas de otros tantos ibicencos que también han ido al fútbol tan lejos de casa con una tostada de jamón en el estómago y una ilusión quemándoles el pecho.

Una masa celeste que crece cuando de un autobús se baja otro grupo grande de hinchas, los que acaban de aterrizar en el chárter fletado por el club y entre los que se mueve Marco Borriello, que, tan alto, serio y completamente vestido de negro parece un imitador de Loquillo a punto de cantar aquello de "no vine aquí para hacer amigos", frase que encaja como un guante con la actitud que hay que adoptar para afrontar el partido que va a jugarse en menos de dos horas.

Una masa celeste que enloquece cuando entra en escena otro autobús, el de su equipo, convertido en un cajón flamenco donde repican contra las ventanas las manos de jugadores, técnicos y hasta del presidente Amadeo Salvo al ver tantas caras conocidas allí reunidas, tantas ganas, tanto empuje para culminar meses de trabajo, mascarillas, geles y antígenos, millones de euros invertidos, pizarras garabateadas con sistemas tácticos y jugadas a balón parado, aviones, solidez defensiva y victorias, muchas victorias. A la batucada del autobús le hacen coro las castanyoles y el corn payeses, y un bombo corsario. El compás es distinto; el deseo, idéntico.

La suerte está echada

La suerte está echada. Es hora de entrar al estadio y prepararse para lo que vendrá, que será mucho y caerá en tromba, como las fotos y vídeos que llegan a los móviles de la lluvia que está empapando una isla que también está pegada a la tele, la tableta o el transistor, pendiente del Ibiza.

Habrá un calentamiento que será una fiesta, el pitido inicial que pone el reloj de arena del revés, menos ocasiones propias de las esperadas y más ajenas de las deseables, y un descanso que es bálsamo después de que el rival haya enseñado un colmillo afilado y sus hinchas –menos y más silenciosos–, demostrado que también saben dar palmas.

Y habrá mucho más: cánticos y saltos sobre la butaca en la segunda parte, intriga cuando Kike López caiga en la línea del área, y tensión al ver Ekain abrazar y acariciar la pelota antes de ponerla a once metros del marco, la distancia desde la que jugadores diferentes han fallado varios penaltis durante la temporada. Y un frenesí desatado con el gol y el «les recordamos que mantengan la distancia de seguridad» sonando por megafonía como telón de fondo. Y llantos de alegría y sonrisas de media luna al acabar un partido largo y corto. Por sufrido y anhelado.

Y habrá celebración, quizás algo moderada, por la prudencia del covid y por las prisas de muchos para llegar a tiempo a Sevilla o Madrid y no perder el avión de vuelta a casa. Y, aunque todavía no haya ocurrido en el momento de escribir esta crónica, habrá una gran fiesta, ya en la isla, muchas anécdotas que contar de aquel domingo que pasamos juntos en Badajoz. ¿Recuerdas qué mañana tan agradable y cómo nos dejamos la voz en el Nuevo Vivero?, y habrá rumores de fichajes, renovaciones, altas y bajas. Porque en el fútbol, desde que se juega con los pies, para entrar, dejen salir. Queda una plantilla para el recuerdo que muchos niños seguirán recitando de memoria cuando sean mayores.

Y habrá fiebre por conseguir un carné de abonado ante la emoción de lo que huele a nuevo, turistas disfrazados del equipo rival en invierno cada quince días si la pandemia y la crisis lo permiten, y –esto no es una elucubración sino una obligación inaplazable– unas obras a contrarreloj para poner guapo a Can Misses ante la cita con la Liga de Fútbol Profesional.

Todo por el efecto mariposa de un penalti que besó la red en el momento oportuno. Porque en el fútbol, tan precioso como cruel, apenas eso basta para que la vida cambie completamente.

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