Salman Rushdie, el gran fabulador

Lo paradójico en el caso de Rushdie es que su agresor ni tan siquiera había leído la novela que, a fin de cuentas, es una ficción, aunque con una clara intencionalidad crítica

Salman Rushdie.

Salman Rushdie. / AP

Miguel Ángel González

Miguel Ángel González

Ibiza

«En las casas devotas de la India existe la costumbre de besar los libros sagrados si por accidente dejamos que caigan al suelo, pero en mi familia los besábamos todos. Besábamos diccionarios, atlas, novelas de Edith Blyton y cómics de Supermán. Si hubiera dejado caer el directorio telefónico, probablemente también lo hubiera besado. Para mí siempre ha sido un shock conocer a alguien a quien no le importan los libros». Salman Rushdie.

‘Versos satánicos’ se publica en 1988 y en 1989 el ayatolá Jomeini dicta una fatwa contra su autor, Salman Rushdie, instando a su ejecución por sus blasfemias contra el Islam. Rushdie vive desde entonces recluido. En 1991 muere víctima de un atentado Hitoshi Igarashi, traductor de la novela al japonés. Poco antes es apuñalado en Milán su traductor al italiano, Ettore Capriolo, y similar agresión sufre William Nygaard, el editor noruego de la novela. En 2015 dos encapuchados atacan en París con fusiles de asalto y al grito de Al.lahu-àkbar (Alá es el más grande), la sede del semanario Charlie Hebdo. Matan a doce personas y dejan once heridos. 30 años después de publicarse la novela, el 12 de agosto de 2022, Rushdie sufre en Nueva York un intento de asesinato en el que pierde un ojo, sufre varias heridas y le queda la secuela de un rictus que le deforma la boca. Aún así, Salman sigue escribiendo.

En 2024 salió a la luz ‘Cuchillo’, una serena meditación sobre el atentado. En las entrevistas que le hacen recuerda los apuñalamientos de Naguib Mahfuz y Samuel Beckett, la persecución que sufrieron Pasternark y Solzhenitsyn, y también recuerda las inquisiciones, los libros prohibidos por la Iglesia Católica y los quemados a lo largo de la historia por los fanatismos políticos y religiosos.

Lo paradójico en el caso de Rushdie es que su agresor ni tan siquiera había leído la novela que, a fin de cuentas, es una ficción. El problema es que, siendo ficción, tiene una clara intencionalidad crítica. Cuando defiende que los textos religiosos tienen que estar abiertos a la discusión, nos dice que pueden cuestionarse y es aquí, al cuestionarlos, cuando choca con las creencias. Me pregunto si Rusdhie no buscaba también notoriedad como ya sugiere el provocativo título de su novela, ‘Versos satánicos’. Y también me pregunto si era necesario llegar al extremo, por ejemplo, de llamar ‘Mahound’ al Profeta –supuestamente Mahoma-, nombre que los cristianos daban al demonio en la Edad Media. En cualquier caso, la agresión que el escritor sufre es inhumana y aberrante, pero no olvidemos que también la Santa Iglesia Católica tuvo inquisidores que hicieron arder a los blasfemos. Con la diferencia, eso sí, de que ya no estamos en el siglo XIII ni el XV, estamos en el XXI.

Rushdie trata de explicarse: «Una razón para mi intento de desarrollar una forma de ficción donde lo milagroso pueda coexistir con lo mundano es mi convencimiento de que las nociones de lo sagrado y lo profano necesitan ser igualmente exploradas sin prejuicios en cualquier retrato literario que refleje honestamente lo que somos». Rusdhie dice que entre la religión y la literatura existe una disputa de base ‘lingüística’, pero con la diferencia de que, mientras la religión trata de imponernos su lenguaje, la literatura sólo trata de explicar y analizar los distintos lenguajes y, por supuesto, también su disputa.

Comenta que cuando se impone un único lenguaje como verdadero, no sólo pierde la literatura, es la misma sociedad la que queda amordazada y muerta. Dice también que el hombre no puede dejar de buscar la verdad, pero que no existe un hombre más peligroso que el que asegura poseerla. Y para hacerse entender, recurre a ‘Moby Dick’. El capitán Ahab perece víctima de su obsesión, mientras que Ismael, hombre sin sentimientos ni afiliaciones poderosas, sobrevive.

Papel conciliador

Es creíble que Rushdie quiera para su literatura un papel mediador y conciliador entre lo espiritual y lo material para ofrecer algo nuevo, una forma de trascendencia secular que facilite el entendimiento y la convivencia, el problema es que la ironía le juega una mala pasada.

Después del atentado, el escritor reconoce que teme a los dogmáticos, a los intolerantes y a los que no tienen sentido del humor, algo que considera indispensable cuando nuestra única verdad es que no sabemos nada de nada, cuando la vida es efímera y la transitamos a ciegas, cuando vivimos en la incertidumbre y la perplejidad, cuando no sabemos por qué nacemos ni qué hacemos aquí. Es todo lo que indaga la literatura, como puede y hasta donde puede, buscando respuestas a lo indescifrable, dejándonos la conclusión desconcertante de que las respuestas son menos fiables que las preguntas que nos hacemos. Nos dice, en fin, que la buena literatura es un gran interrogatorio, perseguir un horizonte que nunca desaparece, un abrir puertas que nos dejan frente a otras puertas, el caminar del nómada que somos.

Literatura transgresora

También nos dice que nos sentimos pequeños y, sin embargo, también especiales, elegidos. Pero que no sabemos por qué ni para qué. La literatura para Rusdhie tiene que poder cuestionar los supuestos absolutos y ser transgresora, porque en otro caso se traiciona y traiciona al hombre. Es consciente de que los mayores enemigos de la literatura son la política y la religión que se disputan su control y, por supuesto, también el Mercado que la reduce a mero producto. Nos advierte de que el Gran-Hermano acecha emboscado en formas aparentemente inocentes y que, posiblemente, el escritor del futuro tenga que utilizar seudónimos, el anonimato.

La gran ventaja de la literatura es que, incluso entonces, en la relación íntima que se crea entre el autor y el lector, la escritura podrá seguir siendo subversiva y liberadora. Pero sin sacralizarla. Sin reverenciarla. Sin tener por profeta al escritor que es un igual al lector, un hombre perdido, un buscador. Samuel Becket dice que todo auténtico arte debe acabar en fracaso, pero que ello no implica rendirse. Aquí nos sale al paso la vida como intento, el Sísifo camusiano.

Estas son, en fin, las divagaciones que me inspira Rushdie con sus comentarios y sus obras. Entre otras, además de ‘Los versos satánicos’, ‘Hijos de la medianoche’, tal vez su mejor novela. También he disfrutado con ‘Shalimar el payaso’ y ‘El Quijote’, donde nos dice que «todo está ya en Cervantes». Al posible lector de Rushdie sólo puedo decirle que de su escritura no saldrá indemne. Y que cada cual saque después sus conclusiones.

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