La Biblia, el poder de la palabra

Me fascina la Biblia, pero sólo su literatura, el documento humano que nos habla en sus primeros versos del poder de la palabra: «En el principio era el Verbo»

Un sacerdote con una Biblia en la mano.

Un sacerdote con una Biblia en la mano. / DI

Miguel Ángel González

Miguel Ángel González

Ibiza

«No exagero al afirmar que La Historia Sagrada, la Biblia que estudié en el colegio, fue la primera fuente de verdadera literatura a la que me vi expuesto», Eduardo Mendoza en ‘Las barbas del profeta’. 

El Día del Libro nos ofrece, cuestión de marketing, una catarata de novedades. Los clásicos se dan por amortizados, no llaman la atención y, llenos de polvo, ya tienen su lugar en las bibliotecas. Yo confieso, escarmentado, que desconfío del best-seller y las modas. En esto de la escritura y la lectura prefiero subrayar lo sustantivo, su por qué y su para qué. Recordar que en el origen de toda Literatura fue la oralidad, relatos que, frente a una realidad que no entendían, trataban de explicarla desde la imaginación, desde los mitos y desde la memoria que los retenía, los recreaba y luego se transmitían de viva voz. Hasta que dimos el gran salto. 

Viendo que las palabras se las lleva el viento, buscamos signos para representar gráficamente la voz sobre soportes firmes, losas de piedra o barro, tablas, pieles y papel. Así surgieron los grifos, los pictogramas y las letras que aprendimos a escribir y leer en el colegio. Así casamos el decir y el escribir, la voz y su grafía. Primero conocimos las vocales, a, e, i, o, u, que en las sílabas unimos a las consonantes: la m con la a, ma; la m con la e, me; la m con la i, mi. Y con sólo tres sílabas descubrimos el milagro de la primera frase, ‘mi mamá me mima’. 

Pasó el tiempo y, más que en los soporíferos textos escolares, aprendimos a leer de carrerilla en las revistas infantiles, DDT, Pumbi, Jaimito, Pulgarcito y el inefable TBO que nos regaló buenos amigos, entre otros, los hermanos Zipi y Zape, doña Urraca, don Pío y Carpanta. Seguimos con los tebeos de aventuras, El Cachorro, Flash Gordon y el Jabato, para pasar a las novelas ilustradas de Stevenson, Melville y Verne. Luego sentimos el tirón de las novelas del far-west y policiacas para, finalmente, descubrir la Babel literaria que nos ofrecían las librerías y las bibliotecas. Un fascinante recorrido desde el ‘Catón Moderno’ a Kafka. Y aquí abro un inciso. 

En la Ibiza de mis pocos años recuerdo pocas librerías y una sola biblioteca en ‘Vara de Rey’, un mundo de prodigios donde conocí –conocimos- al memorioso don Juan, personaje entrañable, de genio inestable, vestido con deslucido negro, corto de estatura, cojitranco y con alza en un zapato que no disimulaba su bamboleo al caminar; lo recuerdo por su empeño en aprender los 28 tomos de la Enciclopedia Espasa, de la ‘A’ a la ‘Z’. Los chicos le pedíamos definiciones y aunque nos soltaba inescrutables parrafadas, a veces acertaba y nos dejaba boquiabiertos. Un día le pedimos que definiera ‘pecado’ y nos soltó un galimatías, «caída entrópica radical de la energía cósmica, a nivel antropológico». No entendí nada hasta que me explicó la frase don Juan Planells Ripoll, Murtera, buen amigo con el que, en ocasiones iba a nadar a s’Aranyet. 

Anécdotas al margen, vuelvo a la celebración del Día del libro –celebración que debería ser diaria- y, si les parece bien, compartimos cuatro cosas sobre ‘la historia más grande jamás contada’, la Biblia que nos dio la palabra ‘biblioteca’. ¿Cómo no hablar el Día del libro de la única obra inspirada supuestamente por Dios -¡ahí es nada!-, de la que que cada año se publican seis millones de ejemplares en más de mil idiomas y que tanto ha influido en la vida y cultura de Occidente? Algo que de ningún otro libro se puede decir. Cosa distinta es lo que de la Biblia digamos aquí y no suele decirse. 

Ambiciosa y peligrosa

Es una obviedad, para empezar, que no existe una obra más ambiciosa y peligrosa. La Biblia trata de explicar pasado y futuro de todo cuanto existe, el Universo y la vida, desde la supuesta Creación ex nihilo hasta la futurista y explosiva Parusía final en la que todo se consume y renace en la enfebrecida y apoteósica visión del Apocalipsis. Lo cuestionable es que lo hace desde bellísimos mitos que, como cuentos orientales, -el Edén, Adán y Eva, la tentación de una serpiente parlanchina, la caída, la expulsión del Paraíso y la condena a sufrir y morir que nos impone, extensiva a toda la Humanidad, un Dios iracundo. Más que por hincarle el diente a una manzana, por desobedecer la prohibición que nuestra ingenua pareja tenía de no probar el fruto del árbol de la ciencia, del conocimiento del Bien y del Mal. Dios nos quería sumisos y tontos de solemnidad. Pero salimos respondones y en vez de vivir sometidos y lelos en un mundo perfecto, elegimos ser mortales, conscientes y libres en un mundo imperfecto. ¡Bien por Adán y Eva! Luego, ya se sabe, en la Biblia siguen los mitos, Babel, el Diluvio, Matusalén que vive casi mil años y demás maravillas. Lo cierto es que el Antiguo Testamento –salvando el Libro de Quoêlet y el de Job que apuntan rebeldía y sentido común, o las cimas líricas de los Salmos y el Cantar de los Cantares-, el resto del texto vetero-testamentario, con un Dios impresentable, es terrorífico y malsano, un mundo en el que, cosa curiosa, nadie se ríe. No puede extrañarnos que durante siglos la Biblia estuviera vetada al pueblo llano. 

En el siglo XVI, la Iglesia la prohibió y quienes la tradujeron sufrieron las iras pirómanas de la Inquisición. Miles de biblias ardieron y fueron materia reservada durante más de 3 siglos. Su primera traducción al castellano fue la del jerónimo Casiodoro de Reina (1569) que huyó de España para esquivar a los inquisidores. Y el Santo Oficio persiguió a Fray Luís de León por traducir el ‘Cantar de los Cantares’. De la Biblia dijo Goethe que era «una forma inadecuada y turbulenta de explicar la realidad», siendo que no soluciona sus enigmas, no tiene rigor argumentativo y se funda sólo en la creencia. Se ofrece como revelación divina y punto pelota. Todavía en 2009, Benedicto XVI afirmó que sólo la Iglesia puede interpretarla. A mí me fascina la Biblia, pero sólo su literatura, el documento humano que nos habla en sus primeros versos del poder de la palabra: «En el principio era el Verbo, y el Verbo era Dios». Con sólo nombrar la realidad, cobran existencia la tierra, la luz, el firmamento, las aguas, los animales… La importancia de la Literatura, con mayúsculas, está en ese poder de la palabra. Es lo que en el Día del Libro no podíamos dejar de recordar. 

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