Suplemento Abril

Alberto Moravia, antifascista hastiado y demoledor

Moravia practica una autopsia al cadáver que será –y en esto se anticipa- la casta imperante, totalitaria y manipuladora del fascismo

Alberto Moravia y Elsa Morante en Capri en los años 1940.

Alberto Moravia y Elsa Morante en Capri en los años 1940.

Miguel Ángel González

Miguel Ángel González

Hablar de Alberto Moravia me recuerda circunstancias personales que hoy me parecen ajenas, como si no las hubiera vivido. A finales de los años 60, coincidimos en Salamanca un grupo de jóvenes ibicencos ya creciditos que, creyéndonos en materia de religión ‘vocaciones tardías’, tuvimos la peregrina idea de cursar estudios en la Universidad Pontificia para, en su día, ser sacerdotes. ¡Qué cosas! Allí estábamos Vicent Ribes, Miquel Tur, Alfonso de l’Olmo, Juan Antonio Torres, Isidor Marí y yo mismo. De todos nosotros, sólo Vicent Ribes llegó a puerto, los demás salimos por peteneras. El caso es que Salamanca nos marcó y no hemos dejado de volver nostálgicos a ella, ya como turistas. Yo la visité por última vez en mayo del 86 y coincidió que en aquellos días estaba en la ciudad Alberto Moravia, del que entonces había leído una sola novela que pasaba entonces por ser escabrosa: ‘La Romana’. Su presencia en la ciudad me hubiera pasado desapercibida de no ser por la noticia que de su estancia dieron El Adelanto y La Gaceta Regional (10-V-1986). Moravia estaba allí invitado por el Departamento de Italiano y en un local de la Plaza Mayor dio una breve charla sobre su última novela, ‘El hombre que mira’, una visión apocalíptica de la realidad que le obsesionaba. Después, he podido seguir su escritura en ‘Las ambiciones equivocadas’, ‘El conformista’, ‘La desobediencia’, ‘Relatos romanos’, ’La campesina’ y ‘La vida interior’, pero vamos por partes.

La dictadura fascista de Mussolini llevaba siete años instalada en Italia cuando, en 1929, un joven desconocido de sólo 22 años descolocó a críticos y lectores con la publicación de una primera novela en edición muy corta que pagó de su bolsillo: ‘Los indiferentes’. Escrita entre los 17 y los 19 años, era la gran novela de un joven enfermizo que firmaba con seudónimo y criticaba el desquiciado sistema de valores fascistas que en aquel momento lo condicionaba todo. La novela nacía de una amarga situación personal, una tuberculosis ósea que mantuvo a Moravia varios años fuera de juego, de sanatorio en sanatorio, un tiempo que aprovechó para leer, estudiar y observar la regresión de la sociedad italiana. En aquella difícil situación, encamado y entre cuatro paredes, crea un territorio límite en el que el ser humano es zarandeado por un azar absurdo en el que chocan bien y mal. En la estela de la estirpe nietzschiana y del realismo francés, ‘Los indiferentes’ es un alegato feroz contra los totalitarismos, el vacío moral, el aburrimiento, la incomunicabilidad y la asepsia moral y pusilánime de la burguesía italiana sobre la que, con un frío pesimismo, Moravia vomita. Es algo que hará en todas sus obras, particularmente en ‘El tedio’, para mí su mejor novela, pero también en ‘El conformista’ y ‘La mascarada’, una sátira brutal de los dirigentes fascistas que le censuran y por la que sufre persecución, al punto de salir por pies para evitar la cárcel. Refugiado primero en Anacapri con su esposa -la también escritora Elsa Morante, autora de la desasosegante ‘Isla de Arturo’-, se esconde después en Cassino, pequeño pueblo del Lacio, donde permanece entre campesinos hasta la llegada de los aliados. Desclasado y desafecto, con un trasfondo nihilista, un estilo directo, popular y lineal, es decir, sin alejarse de la tradición novelística decimonónica y al margen de corrientes, modas, experimentalismos y con una concepción en la que el individuo es siempre el protagonista, Moravia practica una autopsia al cadáver que será –y en esto se anticipa- la casta imperante, totalitaria y manipuladora del fascismo.

La crudeza de sus descripciones, que encontramos por ejemplo en ‘La romana’, ha provocado que el lector poco avisado haya visto en Moravia un erotismo que es sólo un pretexto. El sexo, eso sí, le lleva a un pesimismo humanista y a una forma de compasión fatalista ante la imposibilidad del ser humano para cumplir cualquier canon ético y ser feliz. Podríamos decir que Moravia nos descubre una cultura del desamor y que si el sexo tiene peso en su escritura es porque revela pautas de conducta determinantes en lo individual y en lo social. En Moravia estamos lejos de Wilhelm Reig y de la presunción de Paúl Valéry, según la cual “lo más profundo del ser humano es la piel”. El sexo en Moravia es, sobre todo, una posibilidad de rebeldía y liberación, además de un elemento revelador que desnuda a los protagonistas, eliminando sus disfraces. Y por encima de cualquier otra consideración, su literatura es política, comprometida. Compañero de fatigas de Passolini y Curzio Malaparte con el que colabora en ‘La Stampa’, Moravia ostenta el incómodo honor de haber visto sus libros censurados por el fascismo y prohibidos por el Vaticano que incluye todas sus obras en el ‘Índice de Libros Prohibidos’ y que, todavía en los años ochenta, en plena democracia, se ve perseguido por el conservadurismo italiano que secuestra sus obras. Pero todo ello no le resta popularidad. En los 60 y 70 tiene un enorme éxito popular, al que contribuyen las once películas que se hacen a partir de sus novelas, caso de ‘Dos mujeres’, largometraje de Vittorio de Sicca, protagonizado por Sofía Loren. Jean-Luc Godard lleva al cine ‘El desprecio’ en 1963 con Brigitte Bardot y Michel Piccoli y Bernardo Bertolucci filma en 1970 ‘El conformista’.

No creo erróneo decir que Moravia pasa por ser el representante del existencialismo en la literatura italiana. Es algo que descubrimos en su introspección, en la subjetividad de los individuos, en el absurdo, en la impotencia frente al azar, en la alienación del individuo y, en fin, en la inhumana tensión de la existencia. En muchos aspectos no está lejos del tedio sartriano y de obras como ‘El extranjero’ y ‘La Peste’ de Camus. A Moravia le tocó vivir el mundo asfixiante que retrata en sus novelas. Cuatro años después de aquella visita esporádica a Salamanca, Moravia muere en 1990 a los 82 años, pero su obra sigue viva como denuncia del totalitarismo, la falta de escrúpulos, el cinismo, la brutalidad y la indignidad.

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