Vicente Valero y 'El tiempo de los lirios': un viaje entre la historia y el misticismo
El poeta y escritor ibicenco Vicente Valero recorre la región italiana de Umbría para ahondar en la figura de San Francisco de Asís en su última obra
Eric Gras
Es la de Vicente Valero una escritura refinada, grácil, impregnada de una erudición sobria. Su obra —refiriéndome a la puramente narrativa— siempre me ha resultado inspiradora por lo que uno aprende, deliciosa por el esmero en el lenguaje y compleja por todos los saberes que se ocultan en ella, a través de un estilo que busca, por encima de todo, alcanzar una estética cuya cadencia es un todo en sí misma.
'El tiempo de los lirios' (Periférica) es su más reciente publicación, una obra que sigue los pasos de su Breviario provenzal, esa especie de diario o cuaderno de viaje donde describe los paisajes de esa tierra fértil, generosa y llena de vida, cuyos sabores y aromas son un regalo para los sentidos. Sin embargo, el objeto de su mirada y reflexiones aquí es otro, mucho más espiritual, ya que se trata de un periplo por la región italiana de Umbría, cuna de una de las figuras más sorprendentes y enigmáticas de la historia de la humanidad: Giovanni di Pietro di Bernardone, conocido como Francisco de Asís.
A lo largo de quince jornadas, que conforman otras tantas entradas en ese dietario que es, más bien, un lienzo en blanco donde volcar inquietudes, experiencias y más de una incógnita, Vicente Valero profundiza en la figura del santo, a quien llegaron a considerar un alter Christus (un icono vivo del mismo Jesucristo). El periplo que el lector emprende es fascinante por la sabiduría que se desprende en cada una de sus páginas. Esto es así porque el poeta y escritor ibicenco comparte disertaciones puramente históricas, otras relacionadas con la arquitectura de los lugares que visita, análisis pictóricos, comentarios filosóficos...
Estamos, pues, ante un compendĭum exquisito de acontecimientos y personajes esenciales de nuestro pasado, encabezados, cómo no, por san Francisco, del que, como el propio Vicente Valero, tuve nociones por mi educación católica. Recuerdo, de forma algo difusa pero verosímil, la vez que en el colegio vi el biopic del santo de Asís, firmado por Franco Zeffirelli en 1972, Hermano sol, hermana luna (película, por cierto, mencionada en estas notas, que son un pensamiento humilde pero ilustrado). Sé que algo en ella me impactó, y leyendo ahora El tiempo de los lirios creo saber qué fue: ese halo místico carente de ostentación. Sí, es la austeridad y sobriedad de san Francisco una de sus características más visibles y apreciadas, junto con su amor por la naturaleza y su decisión de abrazar libremente la pobreza.
Autor: Vicente Valero
Editorial: Periférica
224 páginas. 19 euros
No es extraño que haya sido considerado, ya en vida, un auténtico rebelde y que su vida fuera, y siga siendo aún hoy, objeto de estudio para una intelectualidad que ve en él un ejemplo a seguir. Ciertamente, su espiritualidad, más allá de su religiosidad, resulta magnética, y sus acciones, al oponerse a los regímenes sociales, políticos y económicos de su época, valientes.
Un mapa íntimo
Como si de un ejercicio introspectivo se tratara, Vicente Valero examina las impresiones del santo a través de muchos artistas y literatos que «cayeron» en la red franciscana. Desde Chesterton hasta Hermann Hesse, pasando por Simone Weil, Saramago, Franz Liszt, Pasolini o un pintor del que nada sabía yo (confieso mi pecado), Giovanni di Pietro, conocido como Lo Spagna, un pintor español que desarrolló toda su carrera en Italia durante el Renacimiento, alumno destacado del Perugino, además de contemporáneo y «rival» de Rafael Sanzio. Así, el lector puede recabar la información necesaria para confeccionar una bibliografía completa que va más allá del propio Francisco («una mezcla de predicador laico y monje urbano, de mendigo y apóstol», Valero dixit), ya que igual de importantes son las localidades que recorre Valero como las pesquisas que realiza sobre el fraile, una de las grandes figuras en la historia de la cristiandad.
Sí, El tiempo de los lirios es también un mapa, o más bien una invitación para recorrer las calles y plazas, la piedra que reviste a toda la región de Umbría, habitada ya desde la Edad de Piedra y célebre actualmente por ser el lugar de nacimiento de san Francisco y de santa Clara de Asís. Ambos santos fueron bautizados en la catedral de San Rufino, enclave donde recibió también el mismo sacramento Federico II de Hohenstaufen, llamado stupor mundi («asombro del mundo»), rey de Sicilia y Jerusalén, y emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. En mi retina queda esa escena, por ingeniosa, que hace el propio Valero imaginándose a los tres, de niños, jugando en la misma plaza de la catedral, un gesto del que, en realidad, no se tiene constancia.
La Umbría conserva con estoicismo su pasado medieval. No en vano fue a lo largo de ese periodo cuando vivió, probablemente, su mayor esplendor, como lo demuestra el hecho de que otro ilustre como Jacopone da Todi, uno de los autores más célebres de la literatura medieval italiana y creador del Stabat Mater, pieza fundamental no solo de la literatura, sino de la música occidental europea gracias a las versiones que de ella hicieron compositores como Scarlatti o Pergolesi, fuera de allí. Así, Umbría fue cuna de una tradición literaria exquisita gracias a un poema de origen o inspiración franciscana, y de un arte pictórico refinado basado en la vida y milagros de un santo que inauguró un nuevo tipo de espiritualidad ligada a la fraternidad, la humildad y la pobreza. Una espiritualidad que hoy se nos antoja un refugio frente a las injusticias e incongruencias de un mundo cada vez más sombrío.
Como bien señala Vicente Valero en este libro, y recoge la editorial Periférica en la contraportada, «en el siglo XIII muchos entendieron que se iniciaba una nueva era para la humanidad: el llamado tiempo de los lirios (término acuñado por el teólogo luterano Jakob Böhme), un tiempo nuevo, lleno de paz y justicia, con una Iglesia renovada y un mundo organizado en pequeñas comunidades contemplativas». De todo ello no queda nada, o casi nada. Aunque en esa «nada» uno puede encontrar «un todo» que le permita dejar de estar aislado del «bello mundo», en palabras de Hölderlin; es decir, que le permita volver a sentir que la naturaleza nos abraza y, de ese modo, estar todos unificados.
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