La auténtica Emilia en París

Al pie de la Torre Eiffel, Emilia Pardo Bazán se convierte en la mejor maestra de historia y periodismo con un auténtico “decálogo para uso de cualquier cronista responsable”, donde nos descubre los secretos de este “chispeante” género “más cerca de la palabra hablada que de la escrita”

Escena de la serie de Netflix ‘Emily in París’.

Escena de la serie de Netflix ‘Emily in París’. / Netflix

María Bueno

Antes de que Emily in Paris se consolidase como uno de los mayores éxitos de la historia de Netflix; antes de que Netflix siquiera existiese; mucho antes, incluso, de la invención de la televisión; otra mujer también llamada Emilia, pero nacida, aquí, en Galicia y hace ya varios siglos, se preparaba para viajar a París con motivo de uno de los acontecimientos más importantes de la historia de la modernidad. 

Corría el año 1889, se cumplía exactamente un siglo de la Revolución Francesa, y estaba a punto de inaugurarse la Exposición Universal de París, la más monumental de cuantas se habían celebrado hasta el momento, un escaparate colosal de los mayores avances tecnológicos y culturales del siglo y una metáfora en sí misma de aquella época, tan fértil como convulsa, caracterizada por la industrialización y modernización que nos ha llevado hasta nuestros días. 

Galerías de máquinas, palacios de cristal, forasteros venidos de las cinco partes del mundo. Todo era poco en la ambición de Francia por reafirmar su liderazgo global; y, a allí, a “Aquel París”, al “cerebro del mundo”, a la “metrópolis moderna por excelencia” llegó Emilia Pardo Bazán la madrugada del 4 de mayo del año 1889 “en un tren atestado de gente” en calidad de cronista de La España Moderna. 

¿Su misión? Relatar por escrito a los españoles las bondades del “coloso de hierro” que dominaba la exposición y que, “majestuoso, proporcionado, elegante” se convertía en el centro de todas las miradas. Describía así Doña Emilia la Torre Eiffel sin todavía saber, por aquel entonces, que la obra de Gustave Eiffel, originalmente concebida para desmontarse al fin de la exposición, permancería ya, por siempre y hasta nuestros días, como símbolo inequívoco de aquella ciudad cuyo “prestigio y mágica aureola (...) atraía al viajero como canto misterioso de sirenas”.

Portada de ‘Al Pie de la Torre Eiffel’.

Portada de ‘Al Pie de la Torre Eiffel’. / Biblioteca Nacional de España

Con franqueza, humor e incluso consejos para ahorrar guita, las publicaciones escritas por Emilia Pardo Bazán durante aquel viaje y recogidas en Al pie de la Torre Eiffel (Crónicas de la Exposición) no solo nos entretienen contándonos este gran acontecimiento de nuestra historia, sino que también nos enseñan los recovecos del hermoso género de la crónica, a medio camino entre el periodismo y la literatura y a menudo escrito en primera persona. 

Es por ello que no puede faltar entre los referentes de la escuela de periodismo de Faro da Escola para animar a nuestros jóvenes redactores a convertirse en “capitanes y capitanas Verdades” gracias a la inspiración que representa, como bien señala en el prólogo del libro la catedrática de Literatura Ana Rodríguez Fisher“un decálogo para uso de cualquier cronista responsable”. 

Capitana Verdades

El primer y más importante pilar en la crónica — y en cualquier otro género periodístico— es la verdad. Un valor por encima de todos los demás para Emilia Pardo Bazán, quien no en vano se ganó el calificativo de ‘Capitana Verdades’ por su sinceridad y atrevimiento. Además, el buen periodista no tiene miedo a reconocer su ignorancia y preguntar (y citar) a sus fuentes —personas y documentos fiables a los que los recurrir para recopilar datos y hechos relevantes—. “Siempre juzgue gran niñería el aparentar poseer casillas intelectuales que nos faltan”, comenta la propia Pardo Bazán. 

Un “chispazo a flor de agua”

Los detalles llamativos, las imágenes vividas o las expresiones coloquiales ayudan a crear un ambiente que sumerge al lector en la historia. Se trata, nos dice Pardo Bazán, de “nadar a flor de agua, de presentar de cada cosa únicamente lo culminante, y más aún lo divertido, lo que puede herir la imaginación o recrear el sentido con rápido vislumbre, a modo de centella o chispazo eléctrico”.La crónica no es un ensayo o una redacción sesuda: Debe intentar deleitar e interesar aunque se trate de materias “de suyo áridas e indigestas” como, en el caso de la Exposición Universal de París, podríamos decir que suponía, para el público generalista, todo lo referido al desarrollo industrial. 

De la impresión a la pluma

Cuentan los manuales de periodismo que la crónica ha de tener un lenguaje claro y directo y que se trata, junto a la columna, de uno de los pocos géneros periodísticos en los que cabe la perspectiva subjetiva: presenta hechos, pero también refleja la opinión y el sentimiento del autor. Pardo Bazán lo cuenta todavía mejor: “El estilo ha de ser plácido, ameno, caluroso e impetuoso, el juicio somero y accesible a todas las inteligencias, los pormenores entretenidos, la pincelada jugosa y colorista y la opinión acentuadamente personal, aunque peque de lírica, pues el tránsito de la impresión a la pluma es sobrado inmediato para que haya tiempo de serenarse y objetivar. En suma, tienen estas crónicas que parecen más a conversación chispeante, a grato discreto, a discurso inflamado que a demostración didáctica. Están más cerca de la palabra hablada que de la escrita"c.

“Trapos, moños y perendengues"

 En el prólogo de Al pie de la Torre Eiffel, la catedrática de Literatura Ana Rodríguez Fisher también se hace eco de la visión de Pardo Bazán sobre la moda de París, aquellos “trapos, moños y perendengues”, con una divertida y feminista defensa de la falda-pantalón. 

“Nadie se haga cruces, he visto expuesto en un escaparate un traje airoso y práctico, cuya creación (...) se debe a la necesidad de muchas norteamericanas de andar a prisa y no enredarse las enaguas cuando suben a tranvías ¿No tienen todas las señoras trajes muy distintos para las diferentes circunstancias? ¿Pues por qué no ha de haber el del viaje y el trabajo?”, resolvía la autora en crónicas en las que tampoco dejaba de lado “la tentación hábil, insidiosa, continua” de las tiendas de París. 

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