Paul Auster. Del azar y la contingencia

Todos los libros de Auster son un mismo y único libro que se basa más en la ‘casualidad’ que en la ‘causalidad’ que tanto se da en la literatura de ficción

El escritor estadounidense Paul Auster.

El escritor estadounidense Paul Auster. / Edu Bayer

Miguel Ángel González

Miguel Ángel González

Annus horribilis, este 2024 se ha llevado por delante –y aún estamos en octubre-, entre otros escritores, a Alice Munro, Ismael Kadaré, Tonke Dragt, Edna O’Brien, Akira Toriyama, Àlex Susanna, Rosa Regàs… El fallecimiento de Paul Auster el pasado abril me cogió atrapado en una de sus obras, ‘La noche del oráculo’, fascinante juego de espejos borgiano que descubre nuestra fragilidad ante el horror que nos sirven en riguroso directo las televisiones y vemos sin pestañear, como una película, mientras desayunamos un café con leche y una proustiana magdalena. Auster nos retrotrae al recuerdo de Auschwitz, pero si escribiera hoy nos hablaría de las Torres gemelas, la Pandemia que paralizó al mundo, el Mediterráneo que es ahora un cementerio, Gaza y Ucraïna. Ficción y realidad dan cuenta en sus relatos del proceso disolutorio que vacía de sentido la condición humana y la historia. Escribir para Auster ha sido indagar la pérdida de identidad, el abandono metafísico y el despojo del ser: «Aquello era el fin de todo. Dios apartó la vista de nosotros y abandonó el mundo para siempre» (p. 230 en Anagrama). 

Todos los libros de Auster son un mismo y único libro que se basa más en la ‘casualidad’ que en la ‘causalidad’ que tanto se da en la literatura de ficción: «Yo me considero realista en sentido estricto», comenta en una entrevista. Y en efecto, Auster nos ofrece la realidad como es, una sucesión imprevisible de vicisitudes, giros inesperados y circunstancias que no controlamos, que nos cambian la vida y no tienen un claro por qué ni para qué. Es ‘La música del azar’ que da título a una de sus novelas y que también encontramos en ‘El palacio de la Luna’; un carrusel existencial que mueve una eventualidad en la que braceamos, perplejos, con el deseo animal de sobrevivir entre dudas que no tienen respuesta. Auster no las da. Nos deja preguntas. No resuelve problemas, los plantea. «Las novelas policiacas y de misterio -advierte- siempre dan respuestas, las mías formulan interrogantes». 

Auster nos saca de la zona cómoda con relatos en los que es constante la interrupción de la rutina. En sus novelas, como en la vida, lo inesperado y contradictorio surge en cualquier momento. (Permítanme una confidencia de mi propio imprevisible recorrido. Muy joven, cuando decidía mi futuro, odiaba a los militares, banqueros y sacerdotes; pues bien, mi padre era Guardia Civil y mi casa un cuartel, tuve luego la peregrina idea de ser cura que pude abortar y acabé trabajando en una entidad bancaria, ‘la Caixa’. Como cantaba Pedro Navaja, «sorpresas te da la vida, ¡ay Dios!»).

Lo improbable

En las obras de Auster, lo improbable nos sorprende a diario porque la vida es cualquier cosa menos predecible, no sigue la pauta ‘causa-efecto’. A la vuelta de cualquier esquina nos espera lo inesperado. Nos nacen sin pedirnos permiso y sin permiso llega la Parca. Si lo más común en literatura es que domine la ficción, en Auster, se impone la vida, de ahí el carácter auto-referencial de sus textos. Auster aparece con nombre y apellidos en ‘Ciudad de Cristal’: «Como novelista –comenta- me siento moralmente obligado a escribir sobre mi propia experiencia y constato que continuamente nos topamos con lo inesperado y desconocido». Su ficción nace de la realidad y no es en ningún caso artificial. Tampoco se esfuerza en uniformar las cosas y crear la falsa ilusión de que todo lo que nos pasa puede ser explicado. No utiliza estratagemas. No ofrece finales felices. No manipula al lector. En sus novelas, en cualquier momento sucede ‘algo’ y la vida da un vuelco que puede modificar creencias y convicciones. 

Auster nos habla, en fin, del poder de lo fortuito, de lo inesperado y gratuito que nos asalta, del azar que nos zarandea. Nos dice que no somos dueños de una vida que estamos lejos de entender. Por fortuna para el lector, la parodia y la ironía que salpican sus textos consiguen que lo que podría ser aterrador pueda resultar cómico, incluso ridículo por inútil. No tiene sentido que nos tomemos demasiado en serio.  

Auster también nos habla de la soledad, que no es ostracismo ni aislamiento, sino una condición del ser humano. Rodeados de otros, estamos solos porque nadie puede acceder a nuestra intimidad, sólo uno mismo. Tampoco podemos saber qué piensa esa persona que tenemos delante de nuestras narices. Vemos su rostro, vemos su expresión, le oímos hablar, pero no podemos acceder a sus pensamientos. Lo sorprendente es que sólo somos conscientes de nuestra soledad a través de los otros. 

Todo Auster es indagador e introspectivo. De aquí el trasfondo filosófico que algunos críticos ven en él. Su escritura, sin embargo, es nítida, sencilla, fácil de leer. Y en lo que respecta a su particular forma de trabajar, Auster prefería escribir a mano. Valoraba la cualidad táctil de la escritura manuscrita. Lo hacía en cuadernos que tenía como lugares secretos, como ‘casas de palabras’. Y en cuanto a los escritores que prefería, hablaba de Fitzgerald, Hemingway, Faulkner, Salinger, Dickens, Cervantes, Montaigne, Kafka, Beckett, Tolsói, Dostoieevski, Hölderlin, Leopardi, Camus y Gide. 

Lector impenitente, tocaba como escritor todas las teclas. Además de novelista y poeta, era guionista, director de cine, lingüista, profesor universitario, traductor, ensayista, dramaturgo, músico, libretista, crítico y editor. Sus obras han sido traducidas a más de 30 idioma. Además de las ya citadas, recuerdo ‘La trilogía de Nueva York’, ‘Leviatán’, ‘Tombuctú’, ‘El libro de las ilusiones’, ‘La noche del oráculo’, ‘Brooklin Follies’, ‘Viajes por Scriptorium’, ‘Un hombre en la oscuridad’ y ‘Baumgartner’. En esta última novela nos dice cómo sobrevivir a lo irremediable desde el arte y el amor, cómo podemos vivir muriendo y cómo en el interior de las tinieblas, agazapada, yace siempre la luz. La escribió cuando sabía que su cáncer era irreversible. Obtuvo, entre otros reconocimientos, el Premio Médicis 1993 y el Príncipe de Asturias de las Letras 2006. Háganse un regalo y lean a Auster. Pocos escritores son más estimulantes.

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